9 de julio 2011
MARIOENELBOG.COM
Desde el 1o de agosto de 1988 está sepultada en el convento griego de Santa María Magdalena, en el Monte de Olivos de Jerusalem, una mujer que el Estado de Israel honró después de muerta con la más alta distinción. Se llamaba Alicia de Battenberg, nació el 25 de febrero de 1885, era nieta de la reina Victoria, contrajo matrimonio con el príncipe Andrés de Grecia y fue la madre de Philip, Duque de Edimburgo, el ya octogenario marido de Isabel II de Inglaterra. Su historia no es muy conocida, porque sólo el historiador británico Hugo Vickers se ha tomado el trabajo de estudiarla con detalle, pero esta princesa —miembro de un grupo social caracterizado por la frivolidad y el egoísmo— dio a sus contemporáneos lecciones muy valiosas de “opción preferencial por los pobres”
Sorda de nacimiento, Alicia aprendió a leer los labios en alemán, inglés, francés y griego. Casada desde muy joven con uno de los príncipes más calaveras y disipadores del siglo XX, pasó varios años de su vida en sanatorios psiquiátricos, y los médicos llegaron a diagnosticarla como esquizofrénica. Recuperada de una larga crisis depresiva, efecto de sus desventuras matrimoniales, halló consuelo en la religión como devota fiel de la Iglesia Ortodoxa Griega, dentro de la cual fundó un instituto monástico que combinaba el cenobitismo con la asistencia a los desvalidos.
Cuando en 1941 Grecia fue ocupada por los ejércitos de Alemania, Italia y Bulgaria, Alicia era una de los pocos miembros de la familia real helena que aún se hallaban en el país, pues el rey Jorge II y sus familiares inmediatos habían buscado refugio en Sudáfrica. Aunque gran parte de sus parientes paternos —los integrantes de las casas de Sajonia y Hesse— apoyaban el régimen nazi, la princesa —griega por adopción— no escondía su hostilidad hacia los invasores. En cierta ocasión la visitó el general alemán Harald von Hirschfeld. “¿Hay alguna cosa que pueda hacer por su alteza?”, le preguntó. “Puede tomar sus tropas y llevárselas fuera de mi patria”, le respondió ella.
Durante la guerra Alicia dedicó sus esfuerzos a servir en los hospitales de la Cruz Roja a heridos y enfermos, organizar comedores populares para las víctimas de la hambruna y recoger en orfanatorios a los numerosos niños que habían quedado sin padres. Pero fue más allá: en 1943, al comenzar la deportación de los judíos de Atenas —enviados en trenes de carga a los campos de exterminio— no vaciló en esconder en su casa a tres de los perseguidos. Delatada por un vecino, pronto recibió una intimidatoria visita de la Gestapo, a cuyos agentes supo ahuyentar fingiéndose loca de remate.
Alicia de Battenberg murió en el palacio de Buckingham el 5 de diciembre de 1969. Al fallecer no tenía un centavo, pues había donado a los menesterosos sus escasas pertenencias. Diecinueve años más tarde la familia real británica cumplió uno de sus últimos deseos: ser enterrada junto al Monte de los Olivos, muy cerca de su tía, la gran duquesa Isabel Fiódorovna Romanova (de soltera Isabel de Hesse), asesinada por los bolcheviques en 1918.
En 1994, dentro de una ceremonia que se cumplió en el Museo del Holocausto, Alicia fue honrada con el título de Justa entre las Naciones.Sin duda aquella dama de aspecto frágil y dolorido —a quien muchos de sus frívolos familiares tenían por desequilibrada y extravagante— llegó a ser una princesa excepcional.
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