ARNOLDO KRAUS/ LA JORNADA
Bien se sabe que la globalización es un proceso mundial que pretende abarcar mucho y beneficiar a muchos. Bien se sabe que eso no es cierto. La primera afirmación, la repiten, ad nauseam, los dueños del mundo. La peroran, en otros idiomas, algunos merolicos, la mayoría, políticos de países pobres o muy pobres, acostumbrados a mentir sin piedad, y, lo que es peor, a transformar sus mentiras en verdad y en mandato. La segunda afirmación, la que sostiene que la primera es falsa, la vive, y la transmiten in utero, la mayoría de los pobladores víctimas de los globalizadores. Un pequeño ejemplo.
La esperanza de vida en Japón es de 83 años y en España de 82. En Zambia, la misma vida, la esperanza de vida con poca vida, es de 43 años; en la República Centroafricana es de 44 años. La única diferencia entre las naciones africanas es el nombre: el de la primera empieza con Z y la segunda con R. El resto es igual: mismos políticos –misma mierda–, idéntica corrupción, misma pobreza.
Un buen samaritano, economista, político, salubrista o ministro religioso diría que no es de lamentarse la situación de los países donde la esperanza de vida es enjuta. Si su vida, antes de morir, parece vida pero no es vida: ¿para qué pervivir muchos años? Si la tuberculosis, las rivalidades tribales, la malaria, las violaciones sexuales, el sida, y, sobre todo, siempre sobre todo, los políticos se encargan de torturar, y producir sufrimientos inimaginables, de los cuales ni los dueños del G-8, ni Dios, se enteran, ¿para qué vivir muchos años?
Hablé de globalización y de esperanza de vida sin decir unas breves palabras, no académicas, acerca de esos conceptos. La globalización es un proceso que busca interconectar a las distintas naciones del mundo unificando sus mercados por medio de una serie de cambios sociales, económicos y políticos. La esperanza de vida, al nacer, se refiere a la cantidad de años que vivirá un recién nacido si los patrones de mortalidad vigentes al momento de su nacimiento no cambian a lo largo de la vida del infante.
En este artículo las definiciones académicas no son necesarias. Basta la realidad. La globalización tiene infinidad de conexiones con la esperanza de vida y es responsable de mejorarla, no sólo en los países globalizados sino también en los desglobalizados. En las naciones pobres es evidente, en el campo de la salud, y en el resto de los campos, el fracaso de la globalización. Dentro de una miríada, tres pequeños ejemplos, tres razones para incorporar la palabra desglobalizado a algún diccionario.
Buena medida para evaluar la salud política y ética de una nación lo representa el gasto anual en salud per cápita (en dólares estadunidenses). Austria invierte, no gasta, 5 mil 37 dólares cada año por habitante; Francia dispone de 4 mil 798 dólares. Ambas naciones usufructúan los beneficios de la globalización. El reverso de la medalla lo representan tres países muy desglobalizados: República Democrática del Congo gasta 16 dólares per capita al año, Bangladesh 18 y Haití 40.
Segundo ejemplo. La inversión en salud se relaciona con la frecuencia de la tuberculosis. Por cada 100 mil habitantes, hay tres casos de tuberculosis en Islandia, y cinco en Alemania. La contraparte proviene de África: En Suazilandia la tasa es de mil 257 casos de tuberculosis por cada 100 mil habitantes, mientras en Sudáfrica la cifra es de 971.
Tercer ejemplo. El porcentaje de mujeres embarazadas que reciben atención prenatal es de 100 por ciento en Finlandia y de 90 por ciento en Costa Rica; en Afganistán sólo 36 por ciento de las mujeres embarazadas son atendidas durante el proceso, y, en Níger, 46 por ciento. Los números –a diferencia de las palabras– hablan sólo un lenguaje: el de la realidad.
Pocas palabras se requieren para explicar las brechas que se abren entre los porcentajes expuestos. Destaco una idea. En lo referente a salud el fracaso de la globalización es contundente. La realidad de los números es brutal. Poco espacio hay para la esperanza. Mientras más aumente la distancia entre naciones ricas y pobres es poco probable que la esperanza y la calidad de vida mejoren en las naciones pobres.
La salud, se sabe, es el bien más preciado para cualquier ser humano. El orden global, la globalización, no ha llegado a infinidad de lugares. La oficina de derechos humanos de las Naciones Unidas, sostiene que, “…es un derecho humano que todas las personas alcancen el nivel más alto de salud física y mental… Millones de personas en el mundo no gozan de este derecho… Para muchos, especialmente quienes viven en pobreza, esta meta es muy remota… La salud física y mental es una meta mundial muy importante… Para alcanzarla se requiere la acción de muchos sectores económicos y sociales además de los sectores encargados de la salud”. El compromiso de los globalizadores con la propuesta de las Naciones Unidas es entre casi nulo y nulo.
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