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jueves 21 de noviembre de 2024
La historia del Orinoco

Mi abuelo… ¿cómo desembarcó del Orinoco? o la suerte de los inmigrantes a México

MARIO NUDELSTEJER, EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Tengo en mis manos una postal. en ella, mi abuelo, quien embarcó en el buque Orinoco, el funesto barco que traía a refugiados judíos que huyeron del Holocausto, llegaron a costas mexicanas- pero que fueron devueltos a su terrible destino en Europa.

Todos, menos mi abuelo.

Aprovecho para insertar  una descripción de lo que Jaim Avni, de la Universidad Hebrea de Jerusalem consigna en una de sus obras históricas:

La comunidad judía de Viena, abrumada por las solicitudes de asistencia y orientación, preguntó en 1938 a la oficina parisina de la HICEM (la organización internacional judía para la emigración) si existía en México algún grupo judío eficaz, capaz de dar trabajo a los inmigrantes y conseguir que se les eximiera del pago de la fianza de 750 pesos por persona, y de la obligación de establecerse fuera de la capital. La HICEM contestó que existía una organización de esa clase, pero no podía decir en qué medida era eficaz 9. Esa respuesta vacilante atestiguaba la debilidad organizativa de las organizaciones judías internacionales.

Sin embargo, contrariamente a la información dada, la pequeña comunidad judía de México estaba bien organizada, y se mostraba activa, aun en asuntos internacionales de interés para los judíos. Cuando algunas organizaciones judías internacionales decretaron un boicot de productos alemanes en 1935, la respuesta de los judíos de México fue tal que la embajada de Alemania sometió una protesta formal al Secretario de Relaciones Exteriores. En 1937, los judíos de México, pese a sus problemas, recibieron una respuesta positiva a su solicitud, dirigida al Presidente Cárdenas, de votar en la Sociedad de Naciones a favor del Movimiento Sionista.

La Cámara Israelita de Industria y Comercio defendió hasta mayo de 1938 los intereses de los judíos mexicanos, que en aquel entonces eran mayormente económicos. Después de la declaración de México en defensa de los refugiados austriacos y alemanes, se formó un Comité Pro Refugiados en México, encabezado por los dirigentes de la Cámara, León Behar y Jacob Landau. Entre los miembros figuraban también Moisés Rosenberg, editor del periódico judío Der Weg, y otros activistas judíos. El Comité mantuvo relaciones con organizaciones judías en el exterior, como el American Jewish Committee y la Organización Sionista, pero sólo a fines del verano de 1938 estableció una relación formal de trabajo con las sociedades internacionales judías de ayuda a la inmigración, como la HIAS y la HICEM. Por aquel entonces, la situación en México había empeorado.

La decisión oficial de admitir refugiados, así como las noticias de la posición adoptada por México en Evian, causaron reacciones antisemitas. Ismael Falcón, Diputado del partido oficial, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), encabezó una delegación que protestó ante el Secretario de Gobernación contra la entrada de judíos, y el Colegio de Médicos expresó al Secretario y al Presidente su preocupación por la llegada de médicos judíos. Varios periódicos se unieron también a la campaña anti-refugiados. Aun antes de esas protestas, el Secretario había estado dando la respuesta habitual, acerca de la legislación vigente, a unos 2000 solicitantes austríacos, mientras que otras solicitudes no fueron tramitadas porque la política general “estaba aún en estudio”. En una entrevista con el Secretario el 20 de julio de 1938, éste dio a entender al Comité Pro Refugiados que no cabía esperar cambios favorables. La reunión, una semana más tarde, del Consejo de Población, un órgano intersecretarial consultivo, corroboró la posición del gobierno, que venía a reducir aún más la poca esperanza que pudo tenerse antes.

Surgió entonces el problema de los turistas-inmigrantes. Ante las amenazas de Eichmann y frustrados por la necesidad de obtener permisos de inmigración, algunas decenas de judíos alemanes y austríacos llegaron a Veracruz con visados de turistas, válidos por seis meses, confiando en que, una vez en México, lograrían legalizar su situación. La llegada de inmigrantes ilegales y carentes de recursos cogió desprevenido al Comité Pro Refugiados. En septiembre, el Comité empezó a ayudar a muchos de ellos, que no podían mantenerse a sí mismos por estarles vedado el trabajar. Se atendió a sus necesidades inmediatas estableciendo un hogar de refugiados, pero seguía en pie el problema de su situación, una vez expirasen sus visados. La Secretaría de Gobernación no esperó tanto.

El 6 de octubre de 1938, agentes secretos inspeccionaron el hogar de refugiados, interrogaron a los inmigrantes y confiscaron su documentación. Al día siguiente, se arrestó a catorce de estos turistas-inmigrantes y luego se les dejó en libertad, dándoles treinta días para salir de México, o sea, mucho antes de la fecha de expiración de sus visados. Desesperados, esos “turistas” declararon que preferían suicidarse a ser deportados, y así el Comité Pro Refugiados tuvo que hacer frente a la tarea de salvarlos. El argumento de que eran refugiados políticos recibió un rechazo tajante de la Secretaría de Gobernación, la cual emitió un comunicado declarando que se trataba de falsos turistas y no de refugiados políticos, según México entendía ese término, y que no se podía autorizar su permanencia ya que el Comité Intergubernamental todavía no había determinado cuáles serían las obligaciones de México respecto a refugiados.

El 22 de octubre, estando aún por decidirse la suerte de los catorce refugiados, llegó a Veracruz en el barco “Orinoco” otro grupo de 22 “turistas” judíos. Las autoridades de migración, avisadas de antemano, no los dejaron desembarcar. El barco siguió a Tampico y volvió a Veracruz, antes de zarpar de regreso para Europa vía Cuba. Ese itinerario dejaba tiempo para hacer diligencias: de Estados Unidos llegaron solicitudes dirigidas al Presidente Cárdenas; en la capital, la Cámara de Comercio Israelita solicitó su admisión temporaria y se ofreció a garantizar su salida; a su vez, el Comité Pro Refugiados envió un delegado al puerto, para lo que más tarde describió como “verdadero comercio en seres humanos”. Todo fue inútil: el “Orinoco” tuvo que zarpar de regreso con 21 de los turistas-refugiados.

Todos, menos mi abuelo. Hasta hoy, no sé cómo pudo desembarcar. Gracias a su audacia y valentía, sus hijos y nietos existimos.

El 1 de noviembre de 1938 llegó otro barco, el “Iberie”, con quince judíos alemanes a bordo, que fueron más afortunados, porque el agente del Comité Pro Refugiados logró, mediante un pago, que se les dejara desembarcar. Tal fue el carácter de aquella inmigración: personas aisladas o pequeños grupos, ingresando subrepticiamente al país.

Las noticias de la quema de las sinagogas en Alemania, en la famosa Kristallnacht, el 9 de noviembre de 1938, no bastaron para aplacar la hostilidad contra los judíos. En un acto patrocinado por el organismo antinazi Liga Cultural Alemana, en el Palacio de Bellas Artes, el 14 de noviembre, el fogoso líder sindical mexicano y Presidente de la Confederación de Trabajadores de la América Latina, Vicente Lombardo Toledano pronunció un discurso apasionado. Es verdad que el acto se convirtió en una protesta abrumadora contra la persecución de los judíos, que recibió el apoyo tardío de los intelectuales mexicanos, pero no por ello cesaron los sentimientos antisemitas.

El gobierno pronto ofreció a los nacionalistas antisemitas, quizás no intencionalmente, la oportunidad de utilizar el mismo prestigioso Palacio de Bellas Artes como plataforma para difundir su odio. Una resolución presidencial, emitida el 8 de diciembre, ordenó dedicar las dos últimas semanas de 1938 al examen de los problemas demográficos del país. Entre otras actividades, tuvo lugar en dicho recinto una conferencia sobre asuntos demográficos y de inmigración, con la participación de representantes de organismos estatales y privados de México. El tema principal era la repatriación de miles de mexicanos de los Estados Unidos, pero también se trataron temas relativos a la admisión de inmigrantes y refugiados políticos, tanto en los debates de la conferencia como en la opinión pública. La hostilidad hacia los judíos en cuestiones de inmigración se manifestó en un informe con recomendaciones, acompañado de discursos inflamados. Los delegados mexicanos criollos no se unieron a los de la Cámara Israelita de Industria y Comercio en su condenación de esa hostilidad. Propuestas extremistas se sometieron a la aprobación de la conferencia. El Presidente de la sesión de clausura, Francisco Trejo, jefe de la División de Población de la Secretaría de Gobernación, propuso mitigar las propuestas de los nacionalistas antisemitas, sustituyendo el término de “judíos” por el de “extranjeros” y pidiendo a los representantes de la Cámara Israelita de Industria y Comercio colaborar en la supresión de rasgos indeseables de los textos sometidos. Esos textos, junto con las afirmaciones emanadas de círculos oficiales acerca de la no asimilación de los judíos, significaron otra experiencia amarga para los judíos.

Pese a las dificultades, la comunidad judía prosiguió sus esfuerzos a favor de los refugiados. Las organizaciones judías principales se unieron para constituir el “Comité Central Israelita”, pasando el Comité Pro Refugiados a actuar como subcomisión del mismo. El nuevo organismo inició una intensa campaña de colecta de fondos para ayudar a los refugiados. La HICEM, por intermedio de la HIAS de Nueva York, prometió una suma inicial de 2,000 dólares para cubrir los costos inmediatos de desembarco de más turistas-refugiados y para ayudar en los trámites de legalización de los ya llegados a México, que a mediados de noviembre sumaban menos de 120. El Comité Central, como representación unida de la Comunidad, aprovechó todos los contactos establecidos previamente con el gobierno y mantuvo contactos con el Secretario de Gobernación y sus ayudantes sobre las posibilidades de una inmigración judía adicional.

Las perspectivas no parecían favorables. Las cuotas de inmigración fijadas por las autoridades para 1939 rebajaron el número de inmigrantes de Alemania de cinco mil el año anterior a mil solamente, y para Austria, de cinco mil en 1938 a cero en 1939. Además, el decreto estipulaba que “los extranjeros que hayan perdido su nacionalidad y los apátridas sólo se admitirán en casos excepcionales, de notorio beneficio para el país, mediante acuerdo particular y expreso de la propia Secretaría de Gobernación”. Sin embargo, el Secretario, aunque afirmó reiteradamente que México no debía cerrar sus puertas ante las víctimas de las dictaduras, tenía mayor oposición a la inmigración susceptible de afectar a los agricultores y trabajadores mexicanos, y en especial a los de la baja clase media urbana.

Rescate por medio de la agricultura

El Comité Pro Refugiados y el Comité Central Israelita llegaron a la conclusión de que la única forma de lograr que un número grande de judíos pudiera ser admitido en México, era crear un proyecto agrícola especial. Un miembro acaudalado de la comunidad, que poseía una hacienda de 2800 hectáreas en Coscapa, Veracruz, accedió a arrendarla al Comité Central para que éste creara una granja colectiva. El propietario temía que, de permanecer improductiva la hacienda, las autoridades la confiscaran en el marco de la reforma agraria, para distribuir el terreno a los campesinos.

El primer grupo de doce refugiados se trasladó a la granja en marzo de 1939, con tractores y otras máquinas, y se dedicó a cultivar caña de azúcar, maíz, tabaco y piña. Se estimaba que la explotación podría acoger a unas cien familias. Muchos de estos “pioneros” no estaban entusiasmados con la tarea que se les había impuesto para demostrar al gobierno y al pueblo de México que los judíos también podían ser agricultores. Los colonos tuvieron que enfrentarse también con el clima cálido, los mosquitos, y las dificultades de la vida rural en un clima subtropical, al que estos habitantes de las urbes de la Europa central no estaban habituados. Por consiguiente, no tardaron en abandonar la hacienda y volver a la capital. Así, el Comité Central quedó con una inversión inservible de 15,000 pesos (unos 3,000 dólares) y corría el riesgo de un escándalo público.

Algunos de esos colonos trataron de establecerse por sí mismos como agricultores en otra región, no lejos de Monterrey, y en el Estado de Coahuila adquirieron lotes de 50 hectáreas en un rancho llamado San Gregorio. Compraron aperos, semillas y algunas vacas, plantaron trigo y frutales y empezaron a vender leche y otros productos de la granja. Cuando se les terminó el dinero, pidieron ayuda a la pequeña comunidad judía de Monterrey, y también a la de Laredo (Texas), al otro lado de la frontera. Su nuevo carácter de colonos y de “inversionistas” permitió a los integrantes de este pequeño grupo cambiar oficialmente su condición jurídica y algunos incluso obtuvieron permisos de inmigración para sus familiares.

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