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lunes 23 de diciembre de 2024

La diatriba de Fito Páez, epifenómeno de un padecimiento intelectual

 

JULIAN SCHIVINDLERMAN

14-julio-2011.- En ocasiones, he tenido problemas con las posiciones ideológicas de algunos de mis artistas favoritos. Aprecio las canciones de Joaquín Sabina, me entretienen su desfachatez personal (“cada vez que me confieso me doy la absolución”), su ateísmo poético (“y yo que nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer”) y su sabiduría callejera (“miente, como mienten los boleros”) pero lamento que pueda a veces ser un obtuso intelectualmente, como cuando, entrevistado por Diego Armando Maradona -otro del que mejor no hablar en este sentido- acerca del huracán Katrina, acotó que éste entró en los Estados Unidos pero que se detuvo en las costas de Cuba por que allí gobierna Fidel Castro.

Pablo Neruda me encanta y a la vez me desconcierta que pueda pasar de su exquisitamente romántico De veinte poemas de amor y una canción desesperada a su exaltada adoración del Partido Comunista (“metal inalterable”, “fortaleza del hombre”), a su alabanza a Stalin (“alza, limpia, construye, fortifica, preserva, mira, protege, alimenta”) -aunque, admitía, “también castiga”- pero aún cuando los crímenes atroces del líder soviético se hicieron visibles y el poeta chileno reconocía “ayer se murió la verdad”, podía de todas formas subrayar que a los comunistas “un minuto de sombra no nos ciega, con ninguna agonía moriremos”.

El cine de Woody Allen me parece fantástico, si bien debo confesar que he arribado tardíamente -y no completamente convencido todavía- a su club de fans, y encuentro genialidad hasta en su humor más elemental, como en este diálogo del film Bananas:

Fielding: “Te quiero, te quiero”.
Nancy: “Oh, dilo en francés. Oh, por favor, dilo en francés”.
Fielding: “No sé francés”.
Nancy: “Oh, por favor… ¡por favor!”
Fielding: ¿Qué te parece en hebreo?

No obstante hallo repulsiva su intolerancia hacia quien piensa diferente políticamente (el Partido Republicano, el Tea Party) y ofensiva la caricatura que por momentos ha hecho de la historia judía.

Afortunadamente, jamás fui un seguidor de Fito Páez. Nunca compré sus discos, ni fui a sus conciertos, ni observé con interés su devenir. De modo que no cayó ningún ídolo cuando leí su columna de opinión en el oficialista Página12 el martes pasado en la cuál incurrió -en la impresión de Luis Gregorich- en una “salvaje declaración antidemocrática y discriminadora”. Molesto con los resultados de los comicios municipales y legislativos porteños, el cantante rosarino dedicó una letanía de insultos a “La mitad”, tal como tituló a su nota, de los capitalinos que votaron por Mauricio Macri. Esa mitad “repugna”, “da asco”, “le gusta tener el bolsillo lleno”. Por el modo en que votó, aseguró Páez, la sociedad padece de un “efecto manicomio”. Pero su mayor encono lo reservó para los políticos victoriosos a quienes tildó de “jauría de ineptos e incapaces” y de ser “simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina”. Ni que Biondini hubiera triunfado.

Agregó su enojo el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, opositor abochornado a la presencia de Mario Vargas Llosa en la reciente Feria del Libro Internacional de Buenos Aires, aseverando que en la capital federal reina “una ideología tacaña, particularista, defensiva y egoísta”. Y a su vez, el filósofo ultra-K, Ricardo Forster, sentenció: “El macrismo es una variante porteña del cualunquismo, aquel movimiento surgido de las clases bajas italianas que apoyaron al fascismo mussoliniano”. Vaya fascismo el de Macri que, al ubicar a Sergio Bergman al tope de su lista, acaba de legar la primera instancia en la historia legislativa de la República Argentina en la cual un rabino es electo como diputado. O bien ya sucedió esto en la Italia de Mussolini y sus leyes raciales favorecían a los judíos, o la afirmación de Forster, además de absurda, es difamatoria.

La insensatez política de algunos intelectuales ha sido notoria y su imbecilidad moral, legendaria. La simpatía de Gertrude Stein por Adolf Hitler, la pasión de Jean-Paul Sartre por los terroristas palestinos, el cariño de Gabriel García Márquez por la Cuba de Fidel Castro, entre otros muchos más, dan cuenta de una vocación ilimitada común hacia la intolerancia y la irracionalidad por parte de sendos pensadores. Las reacciones emocionales y las afirmaciones desproporcionadas del campo intelectual K ante los resultados de las últimas elecciones porteñas reflejan las hipocresías insufribles tan típicas de la izquierda-caviar que canta al unísono la marcha peronista con su perpetuo “combate al Capital” mientras una de sus punteras políticas veranea en Punta del Este, su Ministro de Economía maneja una Harley-Davidson y su Presidenta viste Prada.

Esta es la otra mitad de la sociedad, hemos de suponer si ha de tener algún sentido lógico el razonamiento de Fito Páez, a la que presuntamente no le gusta tener el bolsillo lleno.

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