DR GERARDO STUCZYNSKI
15-julio-2011.-Los palestinos, a través de la Liga Árabe, buscarán el reconocimiento de un Estado Palestino por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas en el próximo mes de septiembre.
Si bien el Estado Palestino no existe y nunca existió, estaría delimitado por las fronteras de 1967, que no son tales sino líneas de armisticio, e incluiría Cisjordania y la Franja de Gaza, que no tienen continuidad territorial, y Jerusalén Oriental sería su capital
Para que un nuevo Estado sea admitido en el seno de las Naciones Unidas se requiere elevar la solicitud al secretario general, quien la deriva al Consejo de Seguridad, donde se requiere una mayoría de nueve de los quince miembros que lo integran. Dentro de esa mayoría deben estar incluidos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, por contar cada uno de ellos con derecho de veto.
Una vez aprobado por el Consejo, se somete a la votación de la Asamblea General, para cuya aprobación se requiere una mayoría de dos tercios de los 193 países miembros que estén presentes.
Hace ya mucho tiempo que los palestinos hacen los máximos esfuerzos por eludir las negociaciones directas con Israel y centran sus esfuerzos en librar una batalla diplomática y en la opinión pública, que más allá de sus errores y aciertos, es evidente que no los conduce al establecimiento de su Estado.
Es como un juego de ajedrez, cuyo tablero se despliega en el marco de múltiples relaciones internacionales.
Se trata, no de avanzar en el camino hacia un Estado propio sino por el contrario, de mantener el status quo, pero intentando responsabilizar del estancamiento y de la falta de paz a Israel.
Eso se debe a que el verdadero objetivo no es la lucha por la independencia, sino la lucha contra la legitimidad de Israel. Prueba fehaciente de ello es su reclamo del derecho de retorno de los refugiados. La exigencia es que los refugiados regresen, pero no a Palestina, sino a Israel. No parece ser la reivindicación de quien pretende crear un nuevo Estado, enviar a sus potenciales ciudadanos al país vecino.
Por eso al abordar el tema de los refugiados, la fecha de referencia es 1947, lo que implica que el origen del problema es la proclamación del Estado de Israel. Pero para referirse a las fronteras adoptan 1967, ya que antes esos territorios estaban en manos árabes y jamás expresaron la más mínima intención de establecer un Estado allí. La última jugada ha sido acudir a la ONU para solicitarle que reconozca a su Estado.
Como en el desarrollo de una partida de ajedrez, esta movida tiene riesgos y sus efectos pueden exceder las previsiones.
En primer lugar, Estados Unidos ya ha manifestado reiteradamente que se opone a un reconocimiento de este tipo, sin el acuerdo previo con Israel. Resulta superfluo aclarar que Estados Unidos tiene derecho a veto en el Consejo de Seguridad, y por tanto, esta primera iniciativa no sortearía el primer obstáculo.
Entonces, si bien la iniciativa Palestina prosperaría , sus efectos serían meramente declarativos.
El Gobierno, más allá de la consideración sobre su verdadera importancia, no ha dado la batalla por perdida y el primer ministro Benjamín Netanyahu recorre muchos países, fundamentalmente europeos, buscando el apoyo a su postura y esgrimiendo los argumentos acerca de lo negativo que resultaría este reconocimiento y sus consecuencias.
En primer lugar, es evidente que una declaración no soluciona el conflicto en el terreno.
Los palestinos siguen sin tener los elementos necesarios para constituir un Estado.
Además, esta acción infringe los Acuerdos de Oslo, en los que ambas partes se comprometen a no cambiar en forma unilateral el estatuto existente, sin que sea el resultado de negociaciones bilaterales.
Una violación de esta envergadura tendría como consecuencia inmediata que Israel no se considere ya comprometido por los mismos.
En un hecho sin precedentes, el mundo estaría legitimando el poder de una organización terrorista como Hamás, que integra desde hace pocos meses el Gobierno palestino y que domina la Franja de Gaza.
Hamás, estrecho aliado de Irán, condenó la muerte de Osama Bin Laden, al que consideró un guerrero santo, y tiene como objetivo la destrucción de Israel.
Si los enemigos de Hamás no fueran los judíos, sería impensable que el mundo le otorgara tanto crédito. Pero dado que las potenciales víctimas de sus ataques terroristas y lanzamientos de toda clase de misiles son los pobladores israelíes, a nadie parece preocuparle e incluso aceptan otorgarle a esa entidad terrorista un reconocimiento internacional.
En definitiva, estas acciones, no solamente no contribuyen a terminar el conflicto, sino que por el contrario, lo complican. La resolución de estos complejos temas sólo puede darse mediante negociaciones directas entre representantes de las partes implicadas y estas acciones las desestimulan.
Todo ello va en desmedro de la paz y también de los intereses palestinos.
Si hubiera un reconocimiento de Palestina en unas fronteras ficticias, ¿cómo se sentarían los palestinos a negociar luego las fronteras reales y definitivas? Ningún Gobierno palestino podría ceder un milímetro a lo ya obtenido de acuerdo a la resolución de la ONU.
La situación se agrava aún más si consideramos que la dirigencia palestina no se ha caracterizado nunca por su pragmatismo. Y para lograr un acuerdo real es imprescindible adaptar las demandas palestinas a la realidad histórica y demográfica y a las necesidades de seguridad de Israel.
Por tanto, lo que parece una victoria a corto plazo, puede convertirse en otra derrota y en más postergaciones para el pueblo palestino.
En el campo de batalla la derrota de unos implica el triunfo de otros. En el campo de la paz, la derrota de unos, es la derrota de todos.
Como expresó el representante israelí Meron Reuben en la reunión del Consejo de Seguridad: “Necesitamos soluciones, no resoluciones”.
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