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domingo 22 de diciembre de 2024

La cara más humana de la diplomacia

MARIA JOSÉ ARÉVALOS GUTIÉRREZ EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

En los arduos años de la II. Guerra Mundial, un conjunto de diplomáticos españoles designados en legaciones de toda Europa expusieron sus vidas y sus carreras por defender un ideal: salvaguardar del exterminio a miles de judíos que escapaban del horror nazi. El zaragozano Ángel Sanz – Briz llegó a la embajada española de Budapest en 1943, para sustituir a su antecesor, que había recibido críticas y quejas por expresar su opinión sobre la persecución antisemita en el país, y por su ayuda a 500 niños judíos, consiguiéndole un visado español para escapar del terror. A pesar de estos antecedentes, el nuevo encargado de negocios de la legación, no dudó en prorrogar la tarea de su predecesor, ante lo que era una persecución inhumana como nunca antes se había visto. El puesto ostentado por Ángel Sanz Briz era la de secretario de la Embajada de España en Budapest y máximo representante español en aquella legación por ausencia del embajador.

Sanz Briz era incapaz de permanecer inmóvil, como mero espectador ante la barbarie y se esforzó, haciendo uso de todos los recursos legales y diplomáticos a su alcance, en defender el derecho a la vida. Su gesta de salvar de la muerte a 5.200 judíos en Budapest, le llevo a obtener el reconocimiento “Justo de la Humanidad” por el Parlamento de Israel en 1991, figurando en una lista de honor junto a otros héroes. Acontecimientos de este tipo nos llevan a reflexionar sobre el aprendizaje moral en el que se basa la educación en valores, que debería de propiciar actitudes y una conducta en la vertiente hacia nosotros mismos y hacia los demás.

“Salvó a millares, muchas veces con el riesgo de su propia vida, porque salía por las noches a las casas de donde le llamaban para socorrer a la gente amenazada por las redadas”, recordaba la viuda de Sanz Briz, Adela Quijano. “Éramos jóvenes, y mi marido se arriesgó muchísimo para socorrer a la gente […]”, recuerda la viuda, que trabajó en Hungría desde 1942 a 1944, en una época en la que 600.000 judíos fueron deportados del país. En esa época, el diplomático oprimió al límite las viabilidades del telegrama de Asuntos Exteriores que le facultaba a salvaguardar a los empleados judíos de la Embajada, ya que la gran mayoría de los judíos de Budapest era ashkenazi.

Con el decreto promulgado por Primo de Rivera en 1924, se les brindaba a los judíos sefardíes la posibilidad, de solicitar la nacionalidad española. Haciendo uso de  este decreto ley, Sanz-Briz consiguió otorgar el pasaporte español a los pocos judíos de origen sefardí que vivían en Budapest, salvándoles así de la deportación. El número de sefardíes que logró localizar era tan sumamente bajo- sólo localizo 45 sefarditas- que comenzó a dedicarse también a los judíos ashquenazíes que eran mayoría en Budapest, extendiendo pasaportes temporales y salvoconductos a todos los judíos de Budapest que se acercaban a la legación española. La voz de que allí se protegían a los judíos se corrió por toda la ciudad, llegándose a emitir miles de cartas de protección que garantizaban inmunidad a sus portadores.

La legación se había quedado pequeña, debido a la sobrecarga de trabajo que se le avecinaba. Con el apoyo de los propios judíos y otros diplomáticos, alquiló este hidalgo español ocho edificios, a los que protegió con la bandera de España y un letrero donde rezaba: “Anejo a la legación de España, edificio extraterritorial”. En esas casas logro dar refugio y salvar la vida a 2.795 personas, con la ayuda de sus colaboradores, en especial el italiano Giorgio Perlasca.

Mediante un ardid, convirtió 200 visados individuales en familiares, salvando con ello a 5.200 judíos. Conjuntamente con los otros diplomáticos de la red de salvamento, trabajo hasta que fue interpelado por las autoridades nazis, por emitir salvoconductos y cartas de recomendaciones. Aunque Sanz – Briz argumento que se trataba de documentos entregados a judíos sefardíes, a quienes el gobierno de Franco reconocía el derecho a la nacionalidad española, fue obligado a finales de 1944 a abandonar su misión.

En España, ha recibido sin embargo pocos reconocimientos. En 1998, Correos le dedicó un sello y en Madrid y colocaron una placa de homenaje en la calle Velázquez donde vivió. En 1994, le concede el gobierno húngaro, a título póstumo la “Gran Cruz de la Orden al Mérito Civil de la Republica Húngara”. El olvido, intencionado, en que cayó la labor de los diplomáticos españoles que se jugaron  la vida para salvar a judíos  del Holocausto se debe a  que su labor fue manipulada por el régimen de Franco, que trató de simular haber promovido las gestiones de aquellos héroes. Adela Sanz Briz (hija de Ángel Sanz Briz) asegura que los  diplomáticos españoles que ayudaron a los judíos lo hicieron “por su cuenta, movidos por sus buenos sentimientos y pasmados de ver lo que estaba sucediendo”.

En agosto de 1944 le comunicó al ministro de Asuntos Exteriores, José Feliz de Lequerica lo que estaba sucediendo: “Los atropellos y crueldades de que vienen siendo víctimas los judíos residentes en este país. […] la raza semita […] que soporta con la resignación y pasividad que son propias, los vejámenes que en todos los órdenes de la vida le han sido impuestos por el nuevo Gobierno. […] entre las 500.000 personas deportadas había un gran número de mujeres, ancianos y niños perfectamente ineptos para el trabajo y sobre cuya suerte corren en este país los rumores más pesimistas”. Pero la respuesta a su escrito nunca llego a pesar de estar informando una y otra vez sobre la situación y los hechos que se sucedían.

Con la invasión de los nazis de Hungría, se les termina a los judíos la vida cotidiana de la que venían gozando. La experiencia previa de las tropas alemanas, les llevó a reducir a la población judía en guetos, llevar la estrella amarilla que les distinguiera, cumplir un toque de queda larguísimo y realizar la compra de alimentos a última hora del día,  por lo que era normal que se vieran sorprendidos por la extinción del género que necesitaban. Del mismo modo sufrían agresiones en la calle, sobre todo por el grupo fascista llamado las Cruces Flechadas, que aparte de colaborar con los nazis, se dedicaban no sólo a atacar a la población judía, sino a robarles e incluso matarlos, comenzando así la desgracia de los húngaros en la II Guerra Mundial.

A la población se le desplazo a 2.000 edificios, previamente señalados con la Estrella de David, por orden del gobierno húngaro. Se les prohibía caminar por las aceras, ir a los cines, teatros, restaurantes y tenían que llevar cocida la estrella que lo distinguía de la demás población. Se les prohibía la entrada a ciertos edificios donde figuraba un cartel donde rezaba; “Se prohíbe la entrada a perros y judío”. Del mismo modo no se podían sentar en cualquier banco, ya que hasta éstos tenían asignados donde se leía “Solo para judíos” en amarillo. La humillación llego a adormecérles, esperando en sus hogares que los trasladaran a los campos de concentración o exterminio.

En el empeño de liberar a los judíos del Holocausto, el diplomático español busca apoyo y lo encontro en monseñor Rota (Nuncio del Vaticano), convocando ambos una reunión con los representantes diplomáticos de las Potencias neutrales. Aparte de ellos asistirían “el señor Ministro de Suecia, el señor Encargado de Negocios de Portugal y el señor Encargado de Negocios de Suiza”. En esta reunión se estableció la elaborada estrategia para emitir los salvoconductos que salvaría, a miles de judíos húngaros. Ángel Sanz Briz no quería enfadar al régimen franquista, oponiéndose activamente contra el régimen nazi, por ello mantuvo siempre con Madrid un estrecho contacto, informando de cada actividad que se iba a realizar. Pero como solía ser ya la costumbre, la respuesta obtenida a los telegramas, cartas y mensajes cifrados fue el silencio. Por ello quedó la elección en sus manos, entre arriesgar su carrera diplomática o salvar a miles de personas de aquella barbarie. No dudó.

Pasaporte colectivo

Aunque España era neutral en este conflicto, también era considerado un país amigo por el país germano. Un oportuno sobre con dinero enviado a Adolf Eichmann, hizo el resto para autorizar los 200 pasaportes que fueron expedidos a los judíos “sefardíes” otorgándole la nacionalidad española. Para el ángel de Budapest, esto no era suficiente. Sus pretensiones iban más allá de lo que hasta ese momento había conseguido, por ello amplio astutamente los salvoconductos de los pasaportes individuales a colectivos, protegiendo con cada pasaporte a varios miembros de una familia. Además emitió cartas de protección a aquellos que tuvieran algún familiar en España, para salvar con esta fórmula más vidas.

Si se daba el caso que la Gestapo requería los documentos el mismo día a varios miembros de la familia por separado, quedaría descubierto que se estaba protegiendo a varias personas con el mismo número de documento. La solución fue dividirlos en series. Los primeros que recibieron la ayuda, fueron aquellos que trabajaban codo a codo con el diplomático en la legación española. El Schindler español recorrió la capital húngara en busca de los judíos a los que tenía que salvar, llegando a socorrer a algunos que ya estaban ya en los camiones o iniciando la marcha hacia la muerte. En la estación, comunicaba a aquellos que iban a ser deportados que si tenían algo que ver con España o si hablaban el idioma que le acompañaran. Evidentemente, fueron muchos lo que le tomaron la palabra, aun no teniendo alguna relación con el país.

Las comunidades judías de Tánger y Tetuán, donde ya cientos de judíos húngaros encontraron refugio, se dirigieron en mayo de 1944 al Alto Comisario de España en Marruecos (el general Luis Orgaz Yoldi) para que autorizara la entrada en Tánger de 500 niños huérfanos, acompañados por 70 adultos. En julio de 1944, Ángel Sanz Briz recibió instrucciones, junto con las autoridades de la Cruz Roja, de formar el grupo. Sanz Briz solicitó el envío de los niños pero las autoridades alemanas dificultaron su traslado a Tánger. Sin embargo los visados constituían de por sí una protección parcial, y los 500 niños que las recibieron quedaron bajo la protección de la Cruz Roja y de la legación española.

Llegado el momento que el Ejército soviético se acercaba a Budapest, trasladaron a Sanz Briz a Suiza, dejando a cargo de la protección de los judíos a G. Perlasca. Éste se la tuvo que ingeniar para mantener la protección hasta la llegada de los soviéticos. La realidad es que no hubo un sólo “Schindler” español sino muchos. Hombres que siguiendo instrucciones arriesgaron mucho, incluso la libertad, para proteger a miles de judíos. Ahora bien, la maniobra política no histórica ha consistido precisamente en tratar de borrar la huella de esos españoles, porque difícilmente se podría sostener que en varios puntos de Europa se procediera igual sin mediar instrucciones del gobierno.

Existe disparidad de criterios a la hora de valorar la acción española. Una acción que de no haber sido realizada por Franco y su régimen, para el discurso oficioso prácticamente aliado del Tercer Reich, habría sido encumbrada a límites heroicos, como en un momento dado lo fue el “caso Schindler”. Para algunos la cifra de judíos que fueron “salvados” por España es pequeña, aunque inmensa en comparación con el célebre caso, y recriminan a las autoridades españolas que no hicieran más, olvidando a renglón seguido la política que siguieron muchos países hasta el estallido de la Guerra Mundial primero y hasta la intervención americana después: devolviendo a la inmensa mayoría de quienes llamaban a sus puertas y no tenían ni fama, ni dinero, ni eran cerebros reconocidos.

 

Muchos autores, justa o injustamente, suelen reprochar al gobierno franquista el no ser verdaderamente neutral durante la guerra. En estos años no se tenía conciencia de la posible gravedad de la situación de los judíos y muchas noticias eran atribuidas a la propaganda,  para no alarmar a la ciudadanía o por falta de fuentes informativas fidedignas. El gobierno de Franco tuvo una posición ambigua respecto a la “Solución Final” ideada por los alemanes.  A finales del ´42 comenzaron a llegar informes, vía Carrero Blanco, sobre la situación de los judíos, las deportaciones y el odio existente contra ellos. Que Perlasca actuara oficialmente, pese a lo irregular de su nombramiento,fue demostrado cuando rindió  cuentas de su actuación al Ministerio de Exteriores en un largo informe. Los diplomáticos que pusieron en peligro su vida y carrera por salvar a la población judía fueron muchos, pero quedo demostrado que el valor humano estaba por encima de la simple labor diplomática.

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