MOISÉS NAÍM/INFORME21.COM
23 de julio 2011-Antes de la tragedia de Noruega dos acontecimientos venían captando la atención del mundo. Uno muy importante, pero aburrido, y otro menos importante, pero fascinante. Aunque no lo parezca, ambos están relacionados. El primero, el fastidioso, fue la negociación para que el Gobierno de EE UU pueda seguir pidiendo prestado. El segundo, más divertido, fue la comparecencia de Rupert Murdoch y su hijo James ante un comité del Parlamento británico. Como se sabe, los tabloides de Murdoch han sido acusados de escuchas ilegales de los teléfonos de líderes políticos, príncipes, estrellas de cine y de una niña asesinada. También, de haber pagado a policías para obtener información escandalosa.
La comparecencia de los Murdoch fue televisión de primera. ¿Cómo no quedarse viendo a uno de los hombres más poderosos del mundo pidiendo perdón, explicando que él no sabía nada de las fechorías cometidas por sus empresas y culpando a sus empleados? ¿Cómo despegarse de la pantalla después de que Wendi Deng (43), la atractiva esposa china de Murdoch (80), se abalanzó sobre un hombre que intentó tirarle un plato de crema de afeitar en la cara a su marido? Imperdible.
Mientras este melodrama se desenvolvía en Londres, demócratas y republicanos proseguían en Washington sus aburridas negociaciones para evitar que el 3 de agosto al Gobierno no le alcance el dinero para pagar sus cuentas. Y la única forma de lograrlo es que el Congreso aumente el límite legal al endeudamiento público. Algunos diputados y senadores del Partido Republicano vieron en esta negociación una oportunidad para recortar el gasto público y disminuir el enorme déficit fiscal estadounidense. Los demócratas comparten este objetivo y aceptan que es necesario hacer ciertos recortes. Ambos tienen razón y las reformas que proponen son necesarias.
Quienes no tienen razón son los diputados del Tea Party, que intentaron imponer cambios radicales en gastos e impuestos. Las propuestas fueron tan extremas que sorprendieron a sus propios colegas de la bancada republicana. Los nuevos diputados del Tea Party, que representan vehementemente en el Congreso las frustraciones de la clase media afectada por la recesión, también buscaban depararle una vergonzosa derrota a Barack Obama. El Tea Party, indignado, estridente y radical, no es un ala más del Partido Republicano. Según una encuesta del Washington Post de octubre de 2010, el 87% de los organizadores de este movimiento indicó que el apoyo que recibían se debía a la insatisfacción con los líderes republicanos. Su problema no era el Partido Demócrata, sino, paradójicamente, sus más cercanos aliados ideológicos: los republicanos. Les reprochan, entre otras cosas, su disposición a llegar a acuerdos con los demócratas. Admitir que, en una democracia, la política implica llegar a compromisos no entra en el ideario del Tea Party. No le importa, por ejemplo, hacer fracasar las negociaciones sobre el límite al endeudamiento, forzar al Gobierno a entrar en una moratoria de pagos o que esto desencadene una crisis financiera.
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