Historia de los 15 linajes chuetas

ANDREU MANRESA/EL PAÍS.COM

31 de julio 2011- El rabino ultraortodoxo Nissim Karelit ha dado el primer paso, pero el reconocimiento oficial de los chuetas por el Estado judío será un proceso lento. Entre la minoría social de los descendientes de chuetas de Mallorca, Josep Pomar, médico y expolítico, se felicita por el hecho de que la comunidad de sucesores de judíos conversos al catolicismo haya sido identificada como “judía” por Karelit, una autoridad religiosa de Israel.

Ni sobrasada ni ensaimada

Pomar ronda los 50 años y como otros profesionales -cuyos padres padecieron el rastro de ofensa y maltrato, el complejo social por su linaje estigmatizado- reconoce “una aproximación de curiosidad intelectual y sentimental hacia su historia y su cultura, pero no religiosa ni política”.

Durante siglos, los chuetas se vieron forzados a las bodas endogámicas. “Se casaron tan solo entre ellos”, manifiesta en el edicto el rabino y, en consecuencia, “son judíos, nuestros hermanos hijos de Israel, el pueblo de Dios. Hemos de atraer a esta gente para acercarlos a la Torá y los mandamientos”. Shavei Israel, entidad religiosa ortodoxa que ayuda a comunidades dispersas por el mundo, ha propiciado el decreto. Pero el Estado israelí no se ha pronunciado aún sobre el caso de una eventual operación retorno.
Los apellidos Aguiló, Bonnín, Cortés, Forteza, Fuster, Martí, Miró, Picó, Piña, Pomar, Segura, Valls, Valentí, Valleriola y Tarongí formaron, con sus clanes, el núcleo de los 15 linajes del colectivo chueta. Quedaron señalados como los parientes directos de los últimos perseguidos por la Inquisición en el siglo XVII.

“Hasta en el mundo contemporáneo global persisten la validez y la eficacia simbólica de los lazos de sangre”, observa Enric Porqueres, antropólogo especializado en la endogamia de los chuetas mallorquines y director de estudios de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Porqueres supone que la mayoría de los 20.000 ciudadanos de raíz chueta entre los 800.000 habitantes de Mallorca “estarán contentos con el reconocimiento de su identidad, pero también es cierto que continuarán reconociéndose como judíos cristianos”.

La llamada “fuerza de la sangre” vinculada a la religión, anida hasta ahora en una quincena de chuetas que acude a la sinagoga de Palma a clases y a ritos con un rabino para iniciar un posible proceso de retorno religioso y cultural. Entre médicos, policías, artistas, cocineros e ingenieros, se encuentra una heredera directa del líder religioso Rafael Valls, quemado vivo en 1691 en Palma, junto otros 36 chuetas, en los últimos actos de fe de la Inquisición.

La mujer ha reconstrido su árbol genealógico y recupera en el templo sus raíces. También el tronco emocional y confesional del último dirigente de los chuetas. Tres siglos después del ajusticiamiento de su tatarabuelo, ella recibe clases de religión del primer rabino local en 400 años, Nissan ben Avraham, que cada mes viaja a Israel. Nissan se trasladó de Palma a Tierra Santa para convertirse en los años setenta y dejó de ser Nicolau Aguiló.

“La condición de ser judío no la otorga Israel ni el rabino. Es más que probable que la condición de ser judío sea dictada por el corazón”, apunta el pintor Jaume Pinya, que ha rastreado la memoria familiar y comunitaria (ajusticiados, emigrantes, perseguidos) hasta el siglo XVI. “No pienso retornar, entre otras razones, porque nunca me había ido”, dice Pinya.
Bernat Aguiló, político nacionalista, cree que el “tema chueta era la metáfora de la injustica, de la discriminación y, a la vez, de la defensa de la dignidad” y rechaza por caduca la imagen caricaturesca “del chueta amargado y sojuzgado por una losa de prejuicios”. El dilema no está en ser cristiano, agnóstico o judío, indica, sino en los “temores” que pueda suscitar en Israel “un grupo de identidad oscura”. Y cita, como ejemplo, a los falashmura, judíos etíopes forzados a convertir al cristianismo hace generaciones y que ahora reclaman emigrar a Israel.

Ni sobrasada ni ensaimada:

“Mis antepasados estarán contentos. Algunos padecieron mucho, lo pasaron mal”. Toni Pinya resume su proceso de retorno a la fe judía. “He llegado a Dios por la cocina, está toda en la Tora “. Pinya, de 60 años, maestro de cocineros y popular divulgador, se retiró hace dos años y asumió los preceptos y obligaciones del judaísmo.

“Me despedí de la sobrasada y la ensaimada” (carne y grasa de cerdo), cuenta. Y comenzó su proceso de enriquecimiento en la sinagoga de Palma, con un rabino chueta-judío de Mallorca que vive en Israel, Nissan. Pinya promete que algún día irá a Jerusalén y concluirá el recorrido iniciático, con su circuncisión y bautismo ritual.

El cocinero tiene sobre sus espaldas 500 años de “antecedentes de sangre”, su pertenencia al mismo grupo étnico chueta por endogamia (matrimonios cerrados). La represión forzó un círculo familiar de bodas entre individuos que portaran los 15 apellidos estigmatizados en los autos de fe. El popular cocinero era agnóstico. Ni siquiera bautizó a sus hijos. “Mi madre fue la primera no chueta de la familia desde el año 1500”, dice.

 

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