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La presencia hebrea en Cuba. Parte I

 

La presencia hebrea en Cuba. Parte I
Por Nedda Anhalt el 03 agosto 2011 en Historia, Reflexiona (Edit)0 Comentarios

NEDDA G. DE ANHALT/EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDIO

N. de. A.: A petición de Fortuna Djmal, asistente de Coordinación de Morashá, este trabajo fue escrito en español y con exclusividad para esta revista brasileña. Vide: G. DE ANHALT, Nedda, “A presenҫa judaica em Cuba”, Morashá, Sao Paulo, Brasil, Instituto Morashá de Cultura; 1ª parte: Ano XVIII, Abril 2011, N. 71, 82 p., pp. 34-43; traducción de Lilia Wachmann; 2ª parte: Ano XVIII, Junho 2011, N. 72, 76 p., pp. 50-58. Ahora se publica por primera vez en su idioma original en Enlace judío.

I. Orígenes.
O membranza si cara e fatal!
Giuseppe Verdi[1]

Si escribir es un acto de legítima defensa para exponer la verdad, se hace evidente subrayar que la presencia hebrea[2] en Cuba estuvo dada desde el instante mismo en que la isla de Cuba fue descubierta por Cristóbal Colón (1451-1500)[3] o Columbus, un apellido común entre los judíos italianos.
Recordemos que, hace apenas unos años, la iglesia católica se disponía a canonizar la figura de Colón con motivo de celebrar la hazaña que significa el descubrimiento del Nuevo Mundo, mas una vez iniciado el proceso de investigaciones, éste quedó suspendido y posteriormente cancelado. Mucho tuvo que ver esta decisión ante la abrumadora evidencia del origen judío del almirante y la de su familia, originaria de Mallorca. Debió haber sido desconcertante para aquellos católicos constatar que Colón jamás inició una travesía en víspera de Shabat; y que, ante todo, pospuso la fecha señalada para la salida de sus naves,

[1] Los epígrafes de Giuseppe Verdi en este trabajo, que aparecen en italiano, son de la escena IV del acto tercero en Va Pensiero, de la ópera Nabucco.
[2] El término “hebreo” utilizado deliberadamente a veces en este ensayo se emplea porque, en cualquier pasaporte cubano, en el rubro de “Religión”, se escribía “hebreo” “hebrea” -nunca la palabra “judío”-. Ahora bien, a nivel popular o coloquial en Cuba, cualquier hebreo asquenazí, haya nacido donde fuese, se le denominaba “polaco” y al sefardí se le decía “turco”. Del mismo modo como a cualquier español, independientemente donde haya nacido, se le llamaba “gallego”.
[3] Enciclopedia Judaica, 16 volúmenes, Jerusalén, Israel, 1972, 1973, 1974, Volumen 5, p. 755, 756, 757, pp. 1666.
porque ese día específico -noveno del mes de Av en el calendario hebreo- no era propicio[1], ya que conmemoraba la destrucción del templo de Jerusalén.

Tengamos presente también que la primera expedición marítima de Colón con sus tres carabelas, “La Niña”, “La Pinta” y “La Santa María”[2], no hubiese podido llevarse a cabo sin contar con el apoyo económico de judíos españoles como Gabriel Sánchez, Luis de Santagel e Isaac Avrabanel, entre otros. No olvidemos tampoco que los instrumentos náuticos requeridos para esta empresa se perfeccionaron gracias a la experiencia del judío Joseph Vecinho; como, asimismo, los dibujos empleados se debían al trazo hábil de Abraham Zacuto.
Entre los tripulantes de esta memorable primera expedición, existen otras presencias de valor sobre las cuales no se ha reparado bastante, como ha sido la de Luis Torres, intérprete de Colón, que hablaba hebreo, arameo y algunas lenguas arábigas. Sobre otros acompañantes de Colón, como Rodrigo de Triana, Rodrigo de  Xerez -el que divisó tierra firme- los hermanos Vicente y Martín Alonso Pinzón existen rumores de que hayan sido conversos. En el caso de Luis Torres, hay certeza de que fue judío por nacimiento, pues prácticamente un día antes de partir al primer viaje con Colón, Torres fue rápidamente bautizado.

Me parece legítimo especular sobre este nuevo converso que, desde el barco Santa María, escuchó a Rodrigo de Xerez gritar “tierra”. ¿Cuál sería la emoción que prevaleció en el espíritu de ese políglota ante ese hallazgo? En todo caso, aquel 23 de octubre de 1492, los montículos divisados pertenecían a la costa norte de la provincia de Oriente, en la bahía de Barlay[3]. Pero Colón, al principio, creyó que había llegado a un territorio cuyos habitantes luchaban con el Gran Khan, en Asia. El 28 de octubre, cuando el almirante pisó tierra, encontrando dos bohíos[4] abandonados y dos perros mudos, escribió en su diario la frase jubilosa que ha pasado a la Historia: “ésta es la tierra más fermosa que ojos humanos vieron”.

Luis Torres, el hombre de confianza del almirante, junto a Rodrigo de  Xerez, fueron comisionados para adentrarse en el territorio en búsqueda de oro. Torres no encontró ese metal ni tampoco al Emperador de China, pero reportó el carácter amistoso de los habitantes y dejó constancia de una actividad extraña cuando ellos solían enrollar en la boca unas hojas secas, a las cuales les prendían fuego para así echar humo por la boca[5].

Insisto en los hechos y decires de Luis Torres, porque este judío bautizado a todo vapor, quedóse a vivir en la isla de Cuba, trabando amistad con un cacique que le regaló tierras. Torres pronto establecería un imperio.

Y si dos judíos como Colón y Torres lograron, uno, descubrir el Nuevo Mundo y, el otro, pasar a poblarlo, podemos destacar que, con el tiempo, no todos los judíos y/o conversos que llegaron a Cuba gozaron de la suerte de Torres. Por el contrario, la mayoría no logró que en esta isla, cuya geografía fue retocada por el trazo de los ángeles[6], se pudiera escapar de la obsesiva garra de la Inquisición. Ésta, desde 1519, estuvo firmemente establecida en La Habana, acusando a los conversos de guardar en secreto su judaí smo.

En 1610, cuando Cuba quedó bajo la jurisdicción de la leyes de Cartagena, se sabe que el rico comerciante Francisco López de León, acusado de “judaizante”, fue ejecutado y su fortuna confiscada por la “Santa Inquisición”. Obviamente, no fue el único; durante décadas, cualquier sospechoso de ser judío en Cuba era arrestado y públicamente quemado en estacas.

En 1762, los ingleses ocuparon la isla de Cuba durante once meses, y fue así como entraron en el puerto de La Habana 620 barcos más que anteriormente[7]. Los nuevos conquistadores eran más flexibles que los españoles, pues liberaron el comercio y permitieron también que algunos judíos acompañaran en su flota al almirante inglés George Pocock. Uno de ellos fue Jacobo Frank, un comerciante de Nueva York, quien trabajó con otros judíos del Caribe, como Hernández de Castro -proveniente de Guadalupe, y a quien se le considera “padre de la industria azucarera”-. Tanto Frank como De Castro querían establecer lazos de unión con puertos de otras islas vecinas; asimismo, con Norteamérica y Europa.

En 1763, después del Tratado de París, la corona española retomó el control de la isla de Cuba con el consiguiente poder de la Inquisición. Se sabe que, por aquella época, había unos pocos judíos viviendo en La Habana, a pesar de que el “Santo Oficio” se negaba a reconocerlos legalmente. Y, aunque la Inquisición se retira oficialmente de Cuba en 1824, treinta años más tarde, judíos holandeses, al huir después de la expulsión portuguesa, a su llegada a Cuba, fueron forzados al bautizo. En la obcecada resistencia española a cualquier cambio, sonado fue el caso del capitán Miranda sólo porque se atrevió a traer a Cuba una biblia hebrea[8].

Es de destacarse también que, para 1860, la isla de Cuba producía 1,700,000 millones de toneladas de azúcar. Aproximadamente, constituían la tercera parte del abasto mundial. En palabras de un destacado economista británico, Herman Merivale, pronunciadas en 1861 en la Universidad de Oxford, “Cuba era la más rica y la más floreciente colonia poseída por el poder europeo”[9].

Explotar las riquezas de ésta y otras colonias era el objetivo español, pero recordemos que, aunque la imprenta ya había sido introducida en el país en 1720, aún había fango en las calles y se debían, no sólo reconstruirlas, sino establecer todo tipo de puentes y caminos. El azúcar cubana seguía siendo de la mejor calidad. Los tabaqueros habían aumentado la producción, pues entraron también muchos esclavos africanos. Además, inmigraron todo tipo de europeos –la mayoría españoles- y posteriormente haitianos. A Cuba llegan chinos -casi todos cantoneses- y jamaicanos que aumentaron de modo impresionante el cultivo del café.

La Revolución Francesa, así como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos que la precedió -sin olvidar las ideas J.J. Rousseau con su Contrato Social- constituyeron los fundamentos ideológicos de las transformaciones que van a producirse en ese melting pot caribeño llamado Cuba desde la segunda mitad del siglo XVIII. Estas nuevas ideas democráticas provocaron un hambre de libertad en los cubanos que, políticamente, seguían dependiendo de España. La existencia de la voluntad independista se explica con las ideas conspirativas y revolucionarias que culminarían con la Guerra de los Treinta Años (1868-1898), librada por el pueblo cubano contra el predominio absoluto de España sobre la vida pública de Cuba.

La presencia hebrea en la Isla merece destacarse en ese momento histórico, pues entre nombres de patriotas combatientes como Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Ignacio Agramonte Loynaz -faltarían tantos más por agregar- me interesa resaltar la importancia de otros nombres para fomentar esta “guerra inevitable”[10].

Quizá la relación de hebreos que lucharon por la independencia de Cuba debería comenzar con una cantidad desconocida de “innombrables”, porque sus nombres permanecen ignorados y no figuran en alguna lista histórica. Pero estos hebreos existieron, y sabido es que organizaban en Cayo Hueso equipos para jugar “pelota”, base ball, en estadios públicos. El dinero recaudado de las entradas se donaba para la compra de armamento en la lucha cubana contra el yugo español.

Entre algunos nombres conocidos figuran: Horacio Reubens, el abogado neoyorquino, íntimo amigo de José Martí; el judío de extracción húngara Louis Schlesinger, que peleó bajo el mando del general cubano Narciso López; así como también el judío norteamericano August Bondi, reclutado también por Narciso López[11].

Consignado en la Enciclopedia Judaica, queda otro nombre no menos interesante de esta lista. Es el del general Carlos Roloff Mialafofsky, nacido en Polonia el 9 de agosto de 1842. Era hebreo de religión y fue conocido también como Akiba Roloff[12], Carlos Roloff Mialapsky o Askiba Roland o también como Carlos Hass.

Roloff estuvo bajo el mando del general Máximo Gómez peleando en la provincia de Las Villas. Como verdadero patriota cubano, Roloff se pronunció en contra del Pacto de Zanjón[13] y se mantuvo en pie de guerra hasta el 18 de mayo de 1878. Después, partió a Estados Unidos donde colaboró con José Martí y los emigrados cubanos. En 1895, cuando regresó a Cuba, ocupó la nueva jefatura de la provincia de Las Villas hasta que fue designado Secretario de Guerra. Posteriormente, cuando se estableció la República de Cuba, tuvo a su cargo la organización del Archivo Libertador. Murió en Guanabacoa el 17 de mayo de 1907.
El historiador Calixto C. Masó nos aclara que, por los servicios rendidos a Cuba y, para calibrar la contribución de los extranjeros a su independencia, bastaría señalar el privilegio que la Constitución de 1901 otorgó a Máximo Gómez (dominicano), a José Rogelio Castillo (colombiano), a Juan Rius Rivera (puertorriqueño), a José Bo (chino) y a Carlos Roloff (polaco-hebreo) (subrayado mío), el poder desempeñarse como presidentes de la República de Cuba.
Tomemos en cuenta al Real Seminario de San Carlos y al de San Ambrosio, fundados en 1773, donde no se permitía el ingreso a los que “no fueran descendientes de cristianos viejos” y a los que no estuvieran limpios de mala raza como judíos, moros, etcétera (subrayado mío)[14]. Recordemos también que, en los últimos años del siglo XVIII, aún España prohibía la entrada a Cuba de libros editados en el extranjero porque propagaban doctrinas contrarias a la iglesia católica; así como que en 1784 se excluía a los judíos de las universidades de la Nueva España, Perú, Santo Domingo y, posteriormente, en la de La Habana, al estudiante que se inscribiera en la carrera de Leyes, ya que propagaba nuevas ideas en contra de los poderes constituidos. Me place entonces recalcar hechos de importancia insólita. En la Constitución de Cuba de 1901 se consideró, aunque fuera de modo simbólico, a un hebreo-polaco como Carlos Roloff para ocupar el cargo de presidente del país. Destaca la vocación de generosidad de un pueblo como el cubano al presagiar el ejercicio de una vida cívica saludable en este afán de totalidad incluyente[15].

[1] Según la Enciclopedia Judaica, op. cit., es significativo que Colón comience sus Memorias mencionando la expulsión de los judíos en España. Además, en otros documentos, no sólo hizo referencia al Segundo Templo en Jerusalén -que en hebreo se considera como “casa Segunda”-, sino el hecho de que consigne su destrucción en el año 68, de acuerdo con la tradición judía.
[2] Colón realizó cuatro expediciones a Cuba. La segunda, cuyo fin eran colonizar, contó con 17 carabelas, 1500 tripulantes y partió de Cádiz el 24 de abril de 1494. Ver: Calixto C. Masó Historia de Cuba, Ediciones Universal, Miami, Florida 1976, pp.590, p.28. Ver también Leví Marrero, Cuba: Economía y Sociedad, 15 volúmenes, Editorial Playor, Madrid. Primera edición: 1971. Primera reimpresión: 1978. Ver el Volumen Primero, pp. 260, p. 98.
[3] Calixto C. Masó, Historia de Cuba, ibid.
[4] Vivienda cubana con techo de hojas de palmas.
[5] Guillermo Cabrera Infante, Holy Smoke, Faber & Faber, Londres, 1985, pp. 330, p. 9-13. Ver también de Cabrera Infante, Puro Humo, Editorial Alfaguara, Grupo Santillana de Ediciones, Madrid, 2000, pp. 502, p.19, 20, 21.
[6] Torres, Colón y muchos más tripulantes debieron quedarse perplejos con el número de aves. El Tecororo (Priotelus temnurus), el Sabanero (Sturnella magna hippocrepis), el Zorzal real (Mimocicha), el Toti (Oviscalus atrioviolaceus) y cinco especies de golondrinas, sin olvidar frutas exquisitas como el Anón (Anona escuamosa), la Guayaba (Psidiuna guayaja, L.) y tantas otras más. Ver Enciclopedia de Cuba, Tomo 8. Ver también de Francisco Pérez Guzmán, La Aventura de Colón en Cuba, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo, Morrevallada Editores pp. 150.
[7] Calixto C. Masó, Historia de Cuba, op. cit., p. 99.
[8] Robert M. Levine, Tropical Diaspora. The Jewish Experience in Cuba, The University Press de Florida, 1993, pp. 398, p.10.
[9] ibid.
[10] Cita de José Martí. Aparece en la página 323 del libro de Calixto C. Masó, Historia de Cuba. “Es criminal quien promueve en un país la guerra que se puede evitar, pero también es criminal quien deja de fomentar la guerra inevitable”.
[11] Robert M. Levine, Tropical Diaspora, op.cit., p.12.
[12] Calixto C. Masó, Historia de Cuba, op. cit., p.251, 282, 283.
[13] Documento que establece la capitulación del Ejército Independista Cubano frente a las tropas españolas que, supuestamente, ponía fin a la Guerra de los Diez Años (1868-1878).
[14] Calixto C. Masó, Historia de Cuba, p.118.
[15] La ironía de esta disposición presidencial se contrapuso posteriormente, cuando a ningún judío se le permitió convertirse en ciudadano cubano sino hasta finales de 1930. Mi padre obtuvo su carta de naturalización como ciudadano cubano, el 6 de marzo de 1933. (Se adjunta documento). El 23 de mayo de 1937 se estableció el decreto número 1021 que estipulaba el cobro de 500 dólares, previamente pagados a la compañía naviera en cuestión, para cualquier extranjero que entrara a Cuba, no como turista.

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