Cantinfleando el quid del fracaso

 

OLIMPIA FLORES/LA CRONICA DE HOY

 

¿Por qué a los mexicanos y a las mexicanas nos cuestan tanto trabajo el pensamiento abstracto y la acción estructurada?

Se cumple el centenario del natalicio de Cantinflas, sin duda motivo de celebración para  nuestra filmografía; pero también de pensar las razones de nuestra identificación con el personaje y entonces, tal vez no tanto…

A principios de la semana pasada, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, nos hizo una visita oficial que el gobierno mexicano ponderó de gran manera. ¡Cómo no! Si en este país seguimos a pie juntillas el modelo colombiano de combate al narcotráfico.

En el noticiero de la noche de Televisa, la entrevista que le hace León Krauze al presidente de Colombia me regala dos perlas.

La primera es la opinión del colombiano acerca del debate de la legalización de las drogas, del que dijo debe estar abierto, pero al que hay que considerar del ámbito de las relaciones entre los Estados, de otro modo no prospera. Pero ilustró además muy claramente el círculo perverso que se genera entre el combate y la reproducción del crimen. Entre más se afecta a la organización criminal, más se encarecen sus productos y, por lo tanto, más se incentiva la oferta y en consecuencia el consumo.

Desvalorización total de la vida, de los que caen de cualquier bando y de los que consumen. El debate obstruido por los intereses del mercado que concursan en la guerra sin fin. Entre más efectivo el Estado, más rentables los negocios.

La segunda perla es cuando responde a la pregunta que el entrevistador le hace sobre “…cómo salvar el alma de la generación…”, refiriéndose a la población en edad escolar. El colombiano, palabras más o menos, responde desalentadoramente que se han realizado esfuerzos para que los niños se salven del fenómeno de la violencia, pero que cada vez caen más rápido en el fenómeno de las pandillas. Y que lo que se tiene que hacer es trabajar en las escuelas y en las familias. Inculcarles a los niños valores y principios; explicarles lo que está sucediendo “para que sepan lo que no deben hacer”.

Prohibir, no forjar.

En México, cultivamos hace veinte años la idea de que la consolidación democrática, en su sentido más amplio, el que incluye a la justicia y a la igualdad, se basa en la educación. Noción acertada. Las administraciones de la transición lo traducen instrumentado programas educativos de formación cívica para una cultura ciudadana de legalidad. Educación en valores como se le reconoce.

Hubo un tiempo en el que el consumo de drogas se asociaba al culto mítico, por lo tanto era controlado. Con el monoteísmo, después de Cristo, en la Edad Media y de las culturas precolombinas,  nació la era restrictiva como medida de control y se le dio connotación moral. Y así ha proseguido hasta la etapa actual de la historia de Occidente, en la que antes que otra cosa las personas somos consumidores y la cultura nos individualiza despojándonos del sentido colectivo: también somos competidores.

En la Antigüedad, la memoria colectiva tenía un sentido de trascendencia; de la imprenta de Gutenberg para acá, la noción colectiva se ha venido enclaustrando dentro de lo que queda consignado por escrito. Lo no escrito no existe, no es memoria. O mejor dicho, la memoria colectiva es parte del botín de la lucha por el poder. De ahí, la ley, la noción de lo saludable y normal; y la educación. La infinita riqueza del misterio, la tradición, lo diverso, la subjetividad y el arte van quedando constreñidos o pervertidos como “productos”. Y la disidencia es clasificada.

No se diga lo que sucede en la era de la comunicación informática, en la que tendemos a la homogeneización universal con el conocimiento googliano y a la uniformidad.

Santos dice que hay que trabajar con las familias y desde la escuela. La sociología de amplios territorios del país indica que la trama del crimen ha permeado a la base; la familia la hemos perdido. Nos queda entonces la escuela.

¿Educación para qué?

Es otra cosa que instrumentar programas cívicos y de valores. Ni la noción de patria ni de solidaridad entran por esa vía, no hay más qué ver. A ello sumado la falta de oportunidades en la atmósfera creada por los medios de comunicación en la que resulta que eres lo que tienes. No hay por esa vía manera de contrarrestar en el imperio incesante de la necesidad y la frustración.

El modelo colombiano que asumimos nos destina al eterno forcejeo maniqueísta entre el “bien” y el “mal” y al Estado policiaco. ¿Es horizonte?

 

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