ELENA ACHAR
Es común escuchar en las calles afirmaciones como “hace falta una mano dura” o “necesitamos un dictador que ponga orden”. Estas palabras duras son afirmaciones que denotan el enojo, el hartazgo y la frustración de los mexicanos con la situación que vive nuestro país en materia de inseguridad, la falta de certidumbre jurídica y la sensación que México no avanza. Es posible que esto conlleve una falta de satisfacción con el régimen democrático, pero es una asociación errónea y peligrosa: el problema no está en la democracia en sí misma sino en una cultura política con rasgos autoritarios, la ausencia de la aplicación del Estado de Derecho y de la ineficiencia del sistema institucional.
La democracia es un medio y una herramienta para los ciudadanos, que permite exigir a nuestro Gobierno eficacia. El problema es la falta de caminos institucionales para que la ciudadanía plantee sus demandas y los gobernantes rindan cuentas. Sin embargo, el ciudadano común asocia ineficacia gubernamental con régimen democrático.
Esto lo demuestra la encuesta del Latinobarómetro 2010: México registra los niveles más bajos de satisfacción con el funcionamiento de la democracia y de la economía. De acuerdo con la encuesta, el 27% de los entrevistados en nuestro país dijo estar satisfecho con el funcionamiento de la democracia, en comparación con Uruguay, quien registra el mayor nivel de satisfacción (78%).
El carácter autoritario, corporativo y patrimonial que la mayoría los mexicanos favorecemos (y que el PRI está capitalizando) es consecuencia de la asociación de esos valores con la etapa de oro del PRI (1940-1960), el régimen que el PRI lideró en algún momento de nuestra historia en donde hubo crecimiento y desarrollo y es el recuerdo más próximo que tenemos los mexicanos de una calidad de vida digna y una creciente clase media con sueños y esperanzas de que México puede ser potencia mundial.
Macario Schettino (Nexos, agosto 2011) expresa perfectamente esta idea que tenemos cuando recordamos con nostalgia al viejo régimen que expuse anteriormente: cuando habla del “pequeño priista que todos llevamos dentro”, explica: “Fue la recuperación de la estructura de poder más estable en nuestra historia: el monarca sexenal encargado de salvarnos, de justificar nuestra existencia y decidir por nosotros, siempre en el camino de ese paraíso terrenal por venir: la revolución”.¿Será por eso que algunos analistas reiteran la inminente guerra civil, un “Holocausto mexicano”? (“Conversación en las tinieblas”,José Emilio Pacheco, julio del 2011, Proceso).
El problema de “la guerra contra el narco” es que no tenemos una concepción clara de los que estamos viviendo: en México no tenemos ya claro quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios. Estudiantes, sicarios, policías y soldados mueren. ¿Quién es la víctima?. ¿Contra quién es la guerra? El enfoque de la guerra se ha perdido y con ello la credibilidad, no sólo del Gobierno de Calderón, sino también de nuestras instituciones.
¿De qué sirve atacar con armas y no con educación? No debemos de entrar a la guerra contra el narcotráfico sino entrar a una guerra contra la impunidad; por la reestructuración y el mantenimiento del Estado de Derecho; por lo valores que componen un Estado democrático libre, que protege a sus ciudadanos y sus derechos. No es una guerra contra los narcotraficantes, sino contra los jueces corruptos, contra un sistema democrático que facilita la impunidad.
Debemos de luchar contra los abusos patronales, contra el abuso de poder, etc. La las balas más eficaces son las de la educación.La democracia en México no es viable sin la aplicación del Estado de Derecho. La batalla que debe de librar México es contra la cultura política que premia la simulación y no la incentiva a sus gobernantes a trabajar. Diego Patersen Farah explica en su artículo de “La guerra que no fue” (Nexos, agosto 2011) explica que “en un país donde es muy costoso vivir y matar es muy barato, algo de raíz esta mal”.
El sector privado debe de entender que si el Estado mexicano actúa de manera selectiva en la aplicación de la ley, en materia de prácticas comerciales o en materia de competitividad, en sí mismo se construye un sistema de justicia selectivo y se incentiva a los gobernantes aplicar selectivamente todo tipo de políticas.
Ésta es la cultura que nos mata y no es viable a largo plazo.Recordemos que la mejor arma contra el narcotráfico en la historia reciente fue diseñada por Álvaro Uribe, quien lanzó en Colombia una potente señal al condenar a su propio hermano, con lo cual dejó fuera a todas las personas que, amparadas en su dinero y su poder, querían burlar la ley.
Ésas son las accione que tienen se tienen que impulsar desde la sociedad y desde el gobierno, ya que las excepciones corrompen el sistema y nos perjudican a todos, aun a los más “selectos”.
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