Juntos venceremos
viernes 22 de noviembre de 2024

Las bendiciones del vicario de Cristo al Tercer Reich

MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ

Pío XII manifestó una nula intención de prestar alguna declaración publica, que hiciera referencia a la masacre que se estaba generando con el pueblo judío en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo si se ocupo por extensión, de la política vaticana hacia el Tercer Reich. Hasta este momento, la Santa Sede no se ha manifestado en contra de la inexistencia informativa, de la que poseía el pontífice, sobre las deportaciones y reinstalaciones de los judíos por parte del régimen nazi. Es decir, el Papa Pio XII era conciente sobre lo que estaba sucediendo, incluso no alzo su voz en contra de los sucesos, una vez que se produjo la ocupación alemana de Roma, cuando se produjeron redadas de judíos en la propia plaza de San Pedro. Entre los detenidos figuraban judíos conversos, que iban de camino a consumar el pacto de Wannsee (la solución final).

El Papa era en Europa el único hombre libre de toda contaminación propagandística. Como la generalidad de los gobernantes seculares, opto por una postura mayoritaria entre los gobernantes, acomodarse “a cualquier régimen que afirme estar dispuesto a respetar las propiedades y prerrogativas de la Iglesia en un inamovible lugar común de la filosofía política católica” como señala el destacado sociólogo católico Gordon Zahn. Habiendo sido advertido de los sucesos que se estaban generando por diversos miembros de la Iglesia, entre ellos Santa Edith Stein o San Freidick Muckerman, estos avisos se realizaron incluso antes de que el cardenal Pacelli se convirtiera en el papa Pio XII.

La elección del cardenal Pacelli no fue aceptada favorablemente por Alemania, porque el futuro Papa siempre se había opuesto al nacional – socialismo. El gobierno alemán fue el único que no envió una delegación oficial con motivo de la coronación del Pontífice. Pio XII se movió diplomáticamente contra Hitler y hablo fuertemente contra todas las persecuciones; intervino para que Roma no fuera afectada por las persecuciones, permitiendo así que muchos hebreos encontraran refugio. ¿Fue Pio XII un obstáculo o una ayuda para Hitler?

Santa Edith Stein escribió a Pío XI en 1933, poco antes de la llegada de Hitler al poder: “La responsabilidad recae también en los que callan”. En 1934, Muckerman se dirigió en estos términos al cardenal Pacelli (cinco años antes de que se convirtiera en Pío XII): “¿Por qué no actúa la Iglesia? Quizás vendrá una catástrofe, quizás vendrá una guerra”. Pacelli jamás respondió. De hecho, sus críticos, le llegaron a llamar el Papa del silencio. Entre los historiadores que lo acusan de “complicidad” existen otros que lo defienden excusándolo de su silencio con motivo de evitar males mayores. Pio XI escribió antes de su fallecimiento una encíclica que cayo por su sucesor en un cajón roto. La monja Stein decía en su misiva: “Desde hace semanas somos en Alemania testigos de un desprecio total de la justicia, los derechos humanos y la caridad”. Muckerman fue martirizado por los nazis en el campo de exterminio de Dachau y Stein falleció igualmente gaseada. En 1917 enviaron a Pacelli como embajador o nuncio papal a Alemania con el fin de que este país y los aliados firmaran la paz, aunque sin éxito. Con la llegada al poder de los nazis, se le presento otro desafió en aquella nación donde había residido más de doce años, sintiendo un gran cariño por esta,  y cuyos ayudantes mas allegados eran igualmente germanos.

A pesar del nazismo gobernante, decidió no distanciarse de los alemanes, ya que representaban un bastión fuerte contra el comunismo que Pacelli “odiaba”. Además 22 millones de alemanes eran católicos romanos y una cuarta parte de los miembros de la SS se declaraba católicos. Con una Italia fascista y el Tercer Reich en vía de desarrollo, la Santa Sede adopto el papel neutral, ejerciendo únicamente una  presión moral y espiritual en cualquier circunstancia.

El papado de Pio XII se enfrento en sus comienzos a unos cambios políticos que iban estar  causados por la II Guerra Mundial. Con el paso de los años tendría que responder tras su pontificado e incluso durante del mismo, a multitud de cuestiones que se les habían planteado a raíz de su silencio. Señalado por algunos como cobarde y antisemita, otros los defendían como el salvador de los perseguidos. Pío XII intervino en la obtención de 3000 visados para los judíos conversos con el fin de poderse estos desplazar hacia Brasil, un país católico y lejos del conflicto bélico de Europa. Sin embargo solo un año más tarde, el Papa ignoro las peticiones hechas por el Gran Rabino de Palestina, Isaac Herzog, para que intercediera en nombre de los judíos en España para que no fuesen enviado de regreso a Alemania. Una solicitud similar fue realizada sobre los judíos en Lituania y no tenida en cuenta por Pio XII.

La Secretaría de Estado del Vaticano fue uno de los primeros grupos del mundo en recibir informes sobre el exterminio de los judíos. A principios de 1941 el Cardenal Theodor Innitzer de Viena, informo a Pío XII sobre la deportación que se venían realizando. El representante del Vaticano en Eslovaquia, Giuseppe Burzio, comunicó al Vaticano sobre el asesinato sistemático de los judíos, que se estaba produciendo en su área. El 07 de octubre 1942 el capellán de un tren-hospital en Polonia, advirtió al Vaticano sobre “los asesinatos en masa”, y mencionó el número dos millones a la cuenta de los ya muerto. Del mismo modo existen multitud de testimonios que verifican la información transmitida hacia el Vaticano. Algunos escritores católicos sostienen que el Papa tenía miedo de que su protesta pública causara una división entre los alemanes católicos, o incluso llevar a los nazis a buscar represalias contra su persona, contra otros líderes de la iglesia, o contra los católicos en países ocupados.

¿Pretextos o realidad?

Las preguntas que podríamos realizar son infinitas y la Iglesia romana ya había creado precedente en siglos anteriores para sospechar de su antisemitismo. La Santa Sede era temida por los nazis por ser una de las pocas instituciones que no habían perdido la credibilidad, gozando de gran influencia sobre los pueblos europeos y millones de alemanes católicos. Sin embargo, Pio XII no hizo un intento de prevenir la guerra mundial, reuniéndose inmediatamente y personalmente con Hitler, tal como se lo habían pedido muchas personas, lo cual daba a entender que no hizo todo lo que estaba de su parte a favor de la paz.

En el periódico L´Obsservatore Romano del 15 de septiembre de 1939, responde el Papa a esta cuestión en tercera persona: “Su Santidad había agotado todas las posibilidades que de algún modo podían ofrecer la mínima esperanza de mantener la paz”.
Por otra parte, una vez iniciada la guerra, y abordada con rigor la Solución Final, el propósito primordial de Pío XII fue la de proteger vidas. Esto se consolidaría mejor, según pensaba el, a través de una labor firme de los nuncios papales en la escena, a través de declaraciones públicas que debatieran las creencias nazis, de calmadas negociaciones sobre inmigración y de tácticas ocultas para esconder a los  refugiados judíos, bautizándolos cuando fuera inevitable, y emitiendo para ellos falsos documentos.

Salvaguardar la neutralidad del Vaticano, y la disposición de la Iglesia de prolongar su presencia donde fuera permisible en la Europa atosigada y en los estados aliados a los nazis, era una estrategia para salvar vidas, según su opinión.

Quizás el principal argumento a favor de la dedicación de Pío XII por la suerte de los hebreos perseguidos y masacrados  por el gobierno alemán durante la II Guerra Mundial esté en el propio testimonio de numerosos judíos, que han reconocido públicamente la gran obra del Pontífice en tal sentido.

Unos datos recientes manifiestan una documentación descubierta por historiadores, sobre la acción directa del Papa Pío XII para salvar la vida de más de 11.000 judíos en Roma durante la II Guerra Mundial. “Muchos criticaron a Pío XII por haber guardado silencio durante los arrestos y cuando los trenes dejaron Roma con 1.007 judíos, que fueron enviados al campo de concentración de Auschwitz”, declaró el fundador de la “Fundación Pave the Way”, Gary Krupp.

“Los críticos no reconocen ni siquiera la intervención directa de Pío XII para poner fin a los arrestos del 16 de octubre de 1943. Nuevos hallazgos prueban que Pío XII actuó directamente entre bastidores para hacer que terminaran los arrestos a las 14.00 horas del mismo día en que comenzaron, pero que no consiguió detener el tren hacia un destino tan cruel”, añadió. “La acción directa del papa Pío XII salvó la vida de más de 11.400 judíos”, explica Krupp. “La mañana del 16 de octubre de 1943, cuando el papa supo del arresto de los judíos, ordenó inmediatamente una protesta oficial vaticana al embajador alemán, que sabía que no tendría éxito alguno”.

“El pontífice envió entonces a su sobrino, el príncipe Carlo Pacelli, donde el obispo austriaco Alois Hudal, cabeza de la iglesia nacional alemana en Roma, que era según algunos, amable con los nazis, y que tenía buenas relaciones con ellos. El príncipe Pacelli dijo a Hudal que había sido enviado por el Pontífice, y que Hudal debía escribir una carta al gobernador alemán de Roma, el general Stahel, para pedir que se detuvieran los arrestos”.

Pio XII estaba convencido que tenía ante sí a un criminal sin escrúpulos y decidido, que no  mostraba intención alguna de pararse ante cualquier condena, ni siquiera la de la Santa Sede. Del mismo modo intuía que el triunfo de la Alemania nazi, supondría el final del catolicismo en Europa. Resulta entonces extraña la postura adoptada por el Vaticano, a raíz de ese planteamiento. ¿No hubiera sido más lógico haber movilizado a los fieles en contra de Hitler debido a los acontecimientos que se avecinaban? El Papa condeno las inhumanidades de la guerra sin mencionar concretamente a los nazis ni a los judíos, aunque el Vaticano se gastara su oro para facilitar la salida a muchos de los refugiados que se agolparon en Ciudad del Vaticano.

Cualquier paso erróneo hubiera supuesto la entrada de las tropas alemanas la Ciudad y la pérdida de un refugio. Otros autores han negado que la intervención papal salvase a nadie, y argumentan que consiguieron escapar gracias a las fortunas individuales y no a ninguna iniciativa por parte de la Santa Sede.

En septiembre de 1942, los Aliados solicitaron a Pío XII que suscribiera una manifestación de condena a las monstruosidades nazis. Este edicto sería un dictamen oficial de los gobiernos aliados y, en cuanto tal, era irrealizable para Pío XII adherirse a la campaña.

En el mensaje de Navidad de 1942, Pío XII fustigó a los regímenes totalitarios y lamentó las víctimas de la guerra, al tiempo que le reclamó a los católicos que facilitaran protección a los desplazados. Este pronunciamiento fue patentemente elogiado por los aliados. Sobre la imparcialidad de la que siempre ha sido objeto, no debe ser confundida con “neutralidad”, pues la Santa Sede nunca se mostró indiferente al problema de paz como bien común. Su preocupación no iba solo dirigida a la amenaza comunista, sino también iba dirigida hacia la suerte de tantos polacos, judíos […].

La historia, por otro lado, calza muchos puntos de desarrolladas evidencias  que manifiestan el interés de Pío XII en la suerte de los judíos perseguidos y de las víctimas de la guerra en general.  Los dos volúmenes publicados por el Archivo Secreto Vaticano con el título “Inter Arma Caritas” han concedido manifestar cómo estaba constituida la red de asistencia a las víctimas de la II Guerra Mundial implantada por la Santa Sede. La Oficina de Informaciones Vaticana, fue un organismo fundado por el papa Pío XII, para responder a las numerosas peticiones de personas que no sabían nada de sus seres queridos. La sede de la Oficina se ubicaba en un primer momento dentro de la Secretaría de Estado, en la Sección de Asuntos Ordinarios.

En sus comienzos operaban dos empleados que se encargaban de las peticiones de noticias sobre personas  desaparecidas. Los principales  interlocutores, en contacto continuo con la Oficina, eran los representantes pontificios en los diversos países que en sus sedes habían constituido oficinas de información, siguiendo el estándar a la establecida en el Vaticano. Su función era recibir los módulos enviados por la Santa Sede y enviarlos diariamente, a través de un mensajero, las respuestas y peticiones en formularios impresos. Aparte realizaban los mismos representantes del Papa visitas pastorales a campos de concentración, hospitales, etc., además de responder a las necesidades espirituales y de ofrecer consuelo, distribuían entre los prisioneros correo y ayudas.

En la alocución consistorial del 2 de junio del 1943, el papa volvió a incidir una vez más sobre los que se dirigían a el porque, a causa de su nacionalidad o de su raza, estaban “destinados, sin culpa alguna de su parte, a violencia exterminadoras”. Pero por claras que fueran estas alusiones para los que quisieran entenderlas, no eran las condenas explicitas que algunos pedían que pronunciara el papa. Su actitud decepciono a los que pensaban que las declaraciones altisonantes eran un modo eficaz de oponerse a las masacres de Polonia, a las ejecuciones de rehenes, y al exterminio de judíos.

El Departamento de Estado respondía al Sumo Pontífice que la única manera eficaz de ayudar a los judíos era ganando la guerra. Tras finalizar esta, fueron un buen número de voces autorizadas, procedentes de horizontes diversos, que opinaron en el mismo sentido que el papa. Unos años más tarde, remontando aquellos horribles día de fuego, Pio XII, en una alocución a un grupo de enfermeras en mayo de 1952, se atrevió a preguntar: “Que habríamos debido hacer, que no hayamos hecho?”

El papa Pacelli se declaró consciente de haber hecho todo lo que había creído posible para evitar la guerra, aliviar sus sufrimientos, y limitar el número de víctimas. En el aspecto de resultados, afirmar que el papa, o cualquier otro en su lugar, habría podido hacer mucho más, equivale a abandonar el campo de la historia para aventurarse en la maleza de las suposiciones, especulaciones y los sueños.

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