MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ
“El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras” (Goethe).
Los filósofos ven en el suicidio una afirmación de la libertad humana, para los sociólogos constituye un concepto de un hecho social susceptible de ser reducido a un análisis factorial y para los psiquiatras el suicidio es una preocupación mayor, cotidiana concreta. Es difícil, con bases tan diversas, adoptar hacia el suicidio una definición que no prejuzgue la finalidad del acto, ni las más poderosas razones de sus motivaciones.
Deshaies define en su teoría menos restringida el suicidio como: “el acto de matarse de una manera habitualmente consciente tomando la muerte como medio o fin”.
Es muy significativo el hecho, de que las tres principales religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam) hayan condenado unánimemente el suicidio, mientras en otras religiones aparece como ritual o devoción religiosa. Sin embargo, existen también casos en las religiones monoteístas donde se dan casos de suicidio por motivos religiosos, a los que frecuentemente se les dio la aprobación, tal caso fue el suicidio de Sansón (Jue 16, 28 – 31), Saúl, quien se arrojó sobre su propia espada para evitar el escarnio y la muerte a manos de los filisteos. (I Samuel 31:4-5), Ajitofel, consejero de David y Absalón, se ahorcó al comprender que la rebelión había fracasado. (II Samuel 17:23), Abimelej, hijo de Gedeón, herido mortalmente por una piedra de molino que le arrojó una mujer, pidió a su escudero que lo matara. (Jueces 9:54) y Zimiri, rey de Israel, incendió su palacio y murió, al verse cercado por las tropas de Omri. (I Reyes 16:18). Las primeras tres muertes son consideradas “suicidio, bajo circunstancias mitigantes”. Se perdona a Saúl pues su suicidio fue motivado por el temor de que su encarcelamiento causara la muerte de otras personas. En el Shulján Aruj (Código de Ley Judía) de Joseph Caro también se considera la muerte de Saúl como suicidio permitido ya que éste, al verse derrotado por los filisteos en el Monte Gilboa, tuvo conciencia de lo que harían con él si lo atrapaban vivo. Por su parte, el suicidio de Sansón es considerado como una forma de santificar el nombre divino.
La práctica judía constituye que el mundo ha sido erigido en beneficio de cada individuo y que por ello aquel que devasta un alma es como si hubiera exterminado el mundo entero. De este modo, la tarea de salvaguardar la vida incluyendo la propia, es una de las premisas elementales del judaísmo. La prohibición del suicidio es un corolario natural a ésta. No obstante en el Talmud o la Biblia no aparece una referencia o condena explícitamente hacia el suicidio, pero toman como base, en parte el sexto mandamiento (“No mataras”). La reprensión al suicidio emana del versículo en Génesis 9:5, que cita: “Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón de su hermano demandaré la vida del hombre”. El Creador expresa así, que castigará a toda persona que disperse su propia sangre. La literatura rabínica considera que la pena le será sancionada en el más allá y que el suicida no será parte integrante del mundo venidero.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud cerca de un millón de personas se suicida cada día en el mundo. La OMS propone a los gobiernos examinar las causas del suicidio, velar por los grupos más vulnerables (enfermos mentales, depresivos y alcohólicos), identificar las tendencias e intercambiar información con otros países sobre medidas de prevención efectivas. El suicidio es calificado en casi todas partes como una de las más habituales causas de muerte, aunque las estadísticas oficiales sean frecuentemente inexactas. El suicidio es la única conducta destructiva en que agresor y víctima se identifican. El suicidio es una de las conductas humanas asociadas de forma más directa con el sufrimiento, la enfermedad mental severa, y con la limitación de los recursos económicos y humanos. Los prejuicios acerca de la enfermedad mental, los trastornos afectivos, las adicciones y el resto de trastornos mentales que median en la conducta suicida, hacen que ésta siga aumentando de forma dramática.
A pesar de la cantidad de información disponible, todavía hay entre algunos grupos de expertos de las ciencias del comportamiento y de la salud la idea, de que detrás del suicidio existe algún problema de tipo psiquiátrico. Actualmente, la información recabada por el Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática (INEGI) de México, se obtiene a partir de 1, 251 agencias del Ministerio Público, departamentos de averiguaciones previas y oficinas de averiguaciones previas en el país. Entre 1995 y 2002, se identificaron 2,809 intentos de suicidio, que al ser observados en la proporción presentada cada año, mostraron un crecimiento medio anual de 3.43%. Respecto a las causas que fue posible identificar, sobresalió por su frecuencia los problemas familiares en tres de cada diez intentos. Le siguió en orden de importancia las causas sentimentales para uno de cada diez intentos; en tres de cada diez casos, no fue posible conocer la causa.
La cuarta causa identificada donde además se nota una clara diferencia entre ambos sexos, fueron los problemas económicos siendo para los hombres la siguiente causa de suicidio en comparación con la enfermedad mental para las mujeres. Esto nos indica con claridad que la idea de que tras el suicidio puede haber alguna enfermedad mental no tiene sustento, pues las principales causas del suicidio suelen ser de otra naturaleza.
Falta comentar con mayor profundidad algunos otros datos estadísticos, como condiciones de educación, laborales y de familia, cuáles fueron los medios para suicidarse, o una comparativa entre los diferentes estados donde se sucedieron. Los intentos fallidos de suicidio pueden representar una petición de ayuda que, si es no tomada en cuenta, puede ser precursora de sucesivos intentos. Sin embargo, estas peticiones de ayuda hay que distinguirlas de otras formas más manipuladoras de intento o amenaza de suicidio que demandan llamar la atención, cuyo propósito es controlar las emociones y el comportamiento de otras personas, normalmente familiares.
Está comprobado que entre las personas creyentes el índice de suicidio es bajo, comparándolo con el total de suicidios. El índice de suicidio varía según sea la forma religiosa, de mayor a menor:
(a) Católico‐Romano.
(b) Judíos.
(c) Protestantes.
En la iglesia evangélica al predicarse que la vida es un don de Dios, la incidencia del suicidio es muy baja. Un estudio realizado por las universidades de Berna y Zúrich asegura que los creyentes son menos propensos al suicidio que los ateos y agnósticos. Los ateos, además, tienen una tasa de suicidios más alta que la de cualquier religión. Los científicos berneses confirmaron una hipótesis del sociólogo francés Emile Durkheim, que ya en el año de 1897 investigaba la relación entre la religión y el suicidio. Los científicos del Instituto de Medicina Social y Preventiva de las Universidades de Berna y Zúrich también concluyeron que la relación entre suicidio y religión cambia de acuerdo con la edad. El efecto de protección entre los creyentes, pero también el alto riesgo de suicidio entre las personas sin ningún tipo de confesión, se muestra más fuerte cuanta más edad se tiene.
Eutanasia, la otra opción
Maimónides en su célebre código legal escribe: “El moribundo debe ser visto bajo todos los aspectos como una persona viviente”, luego añade más incisivamente el siguiente comentario: “El que lo toca ocasionándole la muerte es culpable de derramar sangre”. Otra fuente medieval (Sefer Hasidim) rechaza expresivamente la eutanasia activa voluntaria. “Si uno que sufre una penosa agonía le dice a otro: “ves que no viviré, mátame porque soy incapaz de soportar esta aflicción, se le exhorta al interpelado a que no toque al paciente”. Este libro también hace referencia a la ilicitud del suicidio eutanásico: “Aún cuando un individuo sea visitado por un gran sufrimiento y sepa que no sobrevivirá por mucho tiempo, le está prohibido matarse a sí mismo”.
Existe un paradigma en el relato agádico del Talmud (avadá Zará): cuando los romanos quemaron vivo a rabí Hananía ben Tarandion, lo habían envuelto con los rollos de la Torah, prologándole la agonía, sus discípulos le gritaban que abriera la boca para que tragara el fuego con el fin de acabar esa agonía. Sin embargo su respuesta fue: “Dejemos que sólo “Aquel” que me dio la vida me la quite. Porque ningún hombre debe dañarse a sí mismo”. El relato concluye cuando los ejecutores le preguntan al rabí si él podía remover el penacho de lana húmeda que cubría su corazón y que prolongaba artificialmente su vida; el rabí aceptó esto y expiró.
En el anterior relato queda manifiesto, que está permitido, aunque no hay obligación, remover cualquier medio artificial que prolongue la vida del moribundo, quedando así expresamente recogido en otra fuente medieval, Sefer Hasidim (234 y 723). El término hebreo para eutanasia es mitah yafa y se utiliza en las discusiones talmúdicas a propósito de la pena de muerte a criminales. El amor al prójimo (Lev. 19,18) se ejercitaría en la muerte del criminal aplicándole una mitah yafa. En esas circunstancias una muerte rápida suavizaría en tiempo y grado el dolor del criminal (Sanedrin 45a, 52a). La pena de muerte estaba admitida en Israel (Ex 21, 12-29; 22, 18-20; 31,14; Lev. 20,2-27; 24, 10-16, etc.), sin embargo existía en el pueblo una enorme repugnancia a la aplicación concreta de la pena capital.
El Talmud llama al moribundo “gosses”, y lo describe como aquel paciente que no puede ya tragar su propia saliva (Even Haezer, CXXI, 7), y se presume que su estado no se puede prolongar más de tres días (Yoreh Deah, CCXXXIX, 2). Pues bien, quien remueva el cojín de la cabeza del gosses o actué de forma que acelere la muerte, es considerado culpable de derrama sangre (Yoreh Deah, CCCXXXIX). La publicación de Immanuel Jacobovitz (1959) sostiene que de acuerdo a la ley judía, cualquier forma de eutanasia activa está estrictamente prohibida (Jewish Medical Ethies, N.York, 1959, 123). Desde el ámbito judaico liberal, Hillel Cohn alude a que el judía liberal no se siente ligado a la halaka y por lo tanto “el derecho a morir” es una libertad fundamental que debe ser usada con la más alta responsabilidad”. Por otra parte, se pregunta Seymor Siegel si el testamento en vida, por el que se pide que en caso de enfermedad grave no se empleen medios extraordinarios en la curación, podría asimilarse al suicidio. Sin embargo la respuesta a este hecho es negativa, ya que este testamento estaría acorde con la tradición judaica, con él no se niega la Providencia, ni se dispone arbitrariamente de la propia vida.
La Biblia dice: “Hay un tiempo para morir (Ecles 3:2), cuando este tiempo llega el hombre ya no tiene obligación de prolongar su vida. Al contrario, existen en el Talmud ejemplos en que los discípulos piden a Dios la rápida muerte de su maestro y esta es escuchada (T.B. Ketuvot 104a), e igualmente unos rabinos piden por la muerte de sus compañeros para que cesen sus sufrimientos (T.B. Bava Metzia 84a). Dios creo al hombre y a la mujer a su imagen, y así participó su Kavod (dignidad) a sus criaturas. Por esto la vida humana es sagrada.
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