BECKY RUBINSTEIN F.
Las personas son crónicas a flor de piel: basta un “Ábrete Sésamo” para que los recuerdos afloren y se muestren tal cual fueron engendrados, por supuesto que, tras organizar un inventario de recuerdos rescatados del olvido, un tanto caóticos, un tanto dormidos.
“Recordar Polanco” –como intitulé esta crónica personal- me convierte por un momento –valga la redundancia- en crónica a flor de piel en busca de aflorar vivencias que me pertenecen y, al parecer, pertenecen también al otro. Mi testimonio, para serlo, pareciera necesitar de un testigo que me lea, me escuche, me introyecte y transmita, si le apetece, mis vivencias transformadas en memorias.
Y ahora que recuerdo, mi abuela, digna de recordar por sabia y mujer entera, dadivosa y siempre con la palabra correcta en los labios, me lleva de la mano a visitar a mi madre recién parida. Para mí, a mis cuatro años, la hermana recién integrada al mundo, es un gozoso paseo por un camellón , el de los venados, y mi madre resguardada en el Hospital Santa Mónica, aún con secuelas dolorosas de parto. Sentada sobre una llanta -como de salvavidas- trataba de aliviarlas.
En Polanco no sólo vi crecer a la familia; también visité a la tía Jane, la mayor, quien vivía en la calle de Goldsmith. Me veo subiendo las escaleras de aquel elegante triplex, donde también vivían los Russek y los Sigal, y la prima Sarita, para abrazar a mis tíos, a Jane y a Moyshe Trottner, siempre amorosos, bebiendo té y comiendo pastel o mandarinas, o mermelada… Cosas ricas en un ambiente de museo con cuadros de Carrington y de Remrandt , macetas y antigüedades, y muchos cuartos para seguir recorriendo con la memoria.
También en Goldsmith, vivía Salo Grinberg , el hijo de mi prima Estela, de mi misma edad, con quien pasé momentos gratos en un caserón pegado al triplex de mi tía, al que se llegaba tras subir una tupida y blanca escalinata.
Y también en la calle de Goldsmith vivió por un tiempo, en una casita pequeña como de cuento, mi abuela Minke, quien, cuando me quedaba a dormir, me regalaba de desayuno un “Fainkujn” – huevo revuelto- con pan evaporado y mantequilla.
La tía Yudis, la casi gemela de mi madre –se llevaban tan sólo once meses- también vivió en Polanco, en un edificio de la Glorieta de Mazarik. Me encantaba ir a su casa, tumbarme a leer la revista Vanidades de antes del castrismo y visitar a mi amiga Ana Lau, vecina de mi tía y a los Sheinberg, hijos de Lola.
Recuerdo el día del Brit-Milá de mi primo David, y yo, quien le llevo diez años, meciéndolo en su cochecito de bebé. Recuerdo las travesuras de mis primos rompiendo lámparas, cuadros con su pelota de futbolistas…
Recuerdo que mi mamá me llevaba al Teatro del Bosque, donde juega jugando, pasé momentos dignos de recordar en el Cinito, en los columpios, simplemente subiendo y bajando rampas… Cosas de niños.
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