JANA BERIS/ LA NACIÓN
21 de agosto 2011- Jaim Jelin lo sabía. Tenía claro que el nuevo estallido era cuestión de tiempo, como lo fue en ocasiones anteriores. Como habitante del kibutz Beeri, en el sur de Israel, a pocos kilómetros de la Franja de Gaza, y como jefe de un consejo regional, hace tiempo que comprende que cada época de tranquilidad es un mero intervalo hasta una nueva ronda de enfrentamientos.
Es casi imposible hablar con Jelin estos días sin interrupciones. Cuando llegó de Buenos Aires a Israel en 1976, ya conocía la problemática de la zona. Pocos años antes, había sido la guerra de Yom Kipur, y no había sido la primera.
Probablemente, en aquel momento no pensaba que muchos años después, en su condición de alcalde regional, tendría la responsabilidad de velar por 11.000 habitantes de su zona en tiempos de paz y de misiles. Ahora, cuando habla, le suena un celular conectado al sistema regional de alarmas, que indica que un cohete fue disparado de la Franja de Gaza y está camino de alguno de los poblados de Eshkol. Quizás hacia su propia casa, donde su hija de diez años, según cuenta, no conoce vida sin la alarma.
“Todas las casas tienen una habitación más protegida, con paredes de 40 centímetros de grosor, y eso puede ayudar, por lo menos a las ubicadas a una distancia de hasta 4,5 kilómetros de la frontera con Gaza”, explica a La Nacion. “Pero no se puede vivir todo el tiempo en situación de guerra”, añade Jaim.
“Así estamos viviendo desde hace diez años; las guerras no se estudian en la universidad, sino en la vida”, recalca, cuando se le pregunta si la situación actual le sorprende.
“Hubo tres meses de silencio que fueron impresionantes, porque podíamos oír a los pájaros por la mañana; lo valorábamos mucho, y ahora todo esto de nuevo”, dice, con una sonrisa amarga.
PREGUNTAS
Jaim expresa lo que siente y, al mismo tiempo, hace un análisis político de la situación, con no pocas críticas al mundo. El cree que Israel es incomprendido.
“El mundo no entiende que nosotros queremos la paz más que todos, porque sabemos lo que son las guerras. La gente no entiende que lo que importa no es quién es el primer ministro de Israel; hay otra cosa de fondo”, indica.
Con respecto al múltiple atentado del jueves, cercano a la ciudad balnearia de Eilat, Jelin se pregunta: “¿Para qué mataron a ocho personas inocentes? La mayoría eran civiles en camino a Eilat de vacaciones; dejaron familias enteras, hijos y no volvieron o, mejor dicho, volvieron en posición horizontal, dentro de un cajón. ¿Por qué?”
“Nos matan y el Líbano impide en la ONU una condena de los atentados. La gente que vive ahora bajo los misiles no entiende por qué el mundo cree que no podemos defendernos. Si a la Argentina la atacan con misiles desde Chile, ¿acaso se va a quedar tranquila tomando mate?”
“Que venga la gente de afuera a vivir acá. Que vengan todos los que quieran, de la izquierda, la derecha; que vengan y vean cómo es criar chicos entre los estallidos de los cohetes. Yo quiero ver qué harían esas personas si sus hijos vivieran en esa situación, para que sepan por lo que pasamos”, propone.
Jaim va más allá de lo que está pasando ahora y, al enojarse y plantearse cómo proceder, piensa en el único futuro que, a su criterio, tiene sentido: hablar para tratar de encontrar una solución.
“ESTO TIENE QUE CAMBIAR”
“Todo lo que se hace solo, sin el otro lado, no sale bien. Lo que hay que intentar hacer es hablar; es la única forma en la que siempre se logra la paz. Del otro lado, deben saber que sabemos hablar con quienes quieren la paz y que sabemos luchar con quien quiere pelear.”
La esperanza, según Jaim Jelin, es lo último que se pierde.
“Hay que tratar de entender que vivimos cada día de guerra pensando que mañana quizá nuestros hijos puedan vivir en paz. En las guerras seguirá muriendo gente. Del otro lado, tendrán que entender que deberán vivir de la agricultura, igual que nosotros, que crezcan naranjos, que crezcan melones y papas, pero que no crezcan misiles, porque eso no es vida, sino muerte. Van a vivir muertos del otro lado y nosotros no vamos a tener futuro. Eso tiene que cambiar”, concluye.
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