ENRIQUE KRAUZE/ REFORMA
21 de agosto 2011- Durante el frustrado golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, una anciana portaba un cartel con estas palabras “Devuélvanme a mi loco”. Una parte considerable de los pobres en Venezuela ha agradecido siempre a Chávez su vocación de ayudarlos, la atención que les ha puesto, las “Misiones” que estableció desde 2003 (principalmente con personal cubano) con el objeto de bypassear al Estado en la provisión gratuita e inmediata de salud, alimentos y educación. Si bien muchos de sus programas de atención a la pobreza han fracasado, el monopolio de la verdad pública (que goza Chávez tras haber nacionalizado los principales canales de televisión abierta) ha disfrazado esos fracasos, ha ocultado el increíble dispendio de los 700,000 millones de dólares que han entrado a las arcas de la empresa estatal de petróleo PDVSA (que alguna vez fue un ejemplo de modernización, por encima de Petrobras), y ha enmascarado la opacidad y la corrupción de la elite adicta a Chávez.
Lo cierto es que el país atraviesa por una severísima crisis: los niveles de inflación son los más altos del continente; la deuda pública es de 100,000 millones de dólares; hay una aguda carestía de alimentos básicos, electricidad, cemento y otros insumos primarios (todo como producto de las masivas expropiaciones a los productores privados, la ineficacia y corrupción de los nuevos administradores públicos, y la inseguridad, la más alta del continente). Un ejemplo entre muchos ilustra la situación: el fraude de las viviendas. En 2006, el gobierno de Chávez contrató con unas supuestas empresas iraníes la construcción de 10,000 viviendas. Desde entonces, esas empresas parecen haberse evaporado. La obra debió estar lista hace dos años, pero no hay rastro de las casas. ¿Dónde están esos recursos? Quizá nunca se sabrá. Chávez ha diferido la bancarrota de su país y la de su aliado mayor, Cuba, con el recurso providencial del petróleo.
El designio personal de Chávez (su biografía, no olvidemos, es la de Venezuela) era permanecer en el poder hasta 2030, su cumpleaños 76 y el 200 aniversario de la muerte de Bolívar. De pronto, para estupor general, el caudillo postmoderno ha enfermado de cáncer. El estupor mayor debe ser el suyo: Chávez ha hablado siempre sub specie aeternitatis, como un redentor más allá de las contingencias de la historia. Desde hace unas semanas, cobijado por la paternal presencia de Fidel Castro, prematuramente Chávez enfrenta su condición mortal. Y no es cualquier hombre el que pasa por ese trance: es una fuerza de la naturaleza, el macho arquetípico, un “caballo semental” (como lo llamó Naomi Campbell). ¿Qué ocurrirá con su vida y con la de Venezuela, que en el universo chavista son una y la misma?
En los momentos verdaderamente críticos (el golpe de Estado de 1992, el también frustrado golpe -en contra suya- en 2002) Chávez ha manifestado una personalidad oscilante entre la euforia y la depresión, entre la omnipotencia y la fatalidad. En aquellas situaciones, la providencia lo favoreció en el cortísimo plazo de unas cuantas horas o días. Pero ahora el plazo es forzosamente largo, indeterminado e incierto. Lo más probable es que conforme el severo tratamiento avance, al margen de sus resultados, Chávez ceda al abatimiento. Y es que su poder específico -la palabra incendiaria, las jornadas maratónicas- se ha cegado en sus fuentes.
Tampoco podrá seguir -como hasta ahora- gobernando por twitter, se verá orillado a dejar poco a poco el ejercicio del poder en términos constitucionales (en estos días, de hecho, ha comenzado a ceder espacios a su vicepresidente). Sin embargo, en ese caso nadie podrá compensar la difuminación de su persona, ni siquiera Adán, su hermano mayor, el hombre que lo formó en el marxismo pero que carece del carisma irrepetible de Chávez. Lo más probable es que mucho antes de diciembre de 2012 (cuando se celebren las elecciones presidenciales en Venezuela) el gobierno subsista pero el chavismo se divida en diversas tribus.
Esta división puede presagiar un estallido de violencia (endémica enfermedad de la historia venezolana) pero también abre una oportunidad para la vuelta a la democracia plena, hoy desvirtuada por el control casi total de Chávez sobre los órganos legislativos, fiscales, electorales, judiciales del Estado. Hasta ahora la Mesa de Unidad Democrática que integra a la oposición ha demostrado prudencia y sensatez. Ha franqueado los viajes de Chávez a Cuba y ha manifestado repetidamente -con obvio acierto político y moral- sus deseos por el restablecimiento pleno del Presidente. Adicionalmente, han aparecido en escena algunos candidatos para la presidencia, entre ellos María Corina Machado, una parlamentaria seria, atractiva y preparada a quien Chávez llama “la burguesita”. Lo que resta es mantener la cohesión y presentar un programa creíble que frene el dispendio económico, reintroduzca una sana economía mixta y mantenga la vocación social de Chávez pero con una inspiración brasileña y no cubana. Pocas cosas más desalentadoras hay en Venezuela que la división entre “chavistas” y “traidores”, alentada por el régimen. Por eso, el mensaje central de la oposición debe ser la reconciliación de la familia venezolana.
Si Venezuela evita una radicalización violenta de la Revolución y -con Chávez o sin él- llega a las elecciones de diciembre de 2012, aquel país puede dar un paso histórico en la conversión de América Latina a la democracia. Sólo quedaría Cuba, pero en Cuba también -tarde o temprano- vendrá la democracia y con ella la reconciliación.
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