EL PAÍS
Desde anoche, el otro Muamar el Gadafi duerme en Sevilla. En su caso, su cabeza no está valorada en un millón de dólares (salvo en Kazajistán, pero eso lo contaremos más adelante) por los rebeldes libios, porque bajo su desopilante barba se esconde Sacha Baron Cohen, uno de los cómicos más inteligentes del siglo XXI, el creador de Ali G, Brüno y Borat, el licenciado en Cambridge que ha hecho de la burla salvaje un arma antirracista. Baron Cohen rueda desde mañana en Sevilla, donde filmarán durante tres días en la plaza de España y en el aeropuerto de San Pablo (transformados para la ocasión) algunas secuencias de Finchley dreams, que en España probablemente se titule, de manera más sucinta, El dictador, antes de seguir en Fuerteventura hasta el día 9.
El guion es secreto -un rumor poco creíble asegura que se basa algo en la novela de Sadam Husein Zabibah y el rey-, aunque por lo filtrado hasta ahora describe las andanzas de un sátrapa árabe cuya única ambición es lograr que la democracia no llegue a su país y que, tras dejar a un sosias en su palacio, viaja por todo el mundo rodeado de sus guardianas vírgenes. Si ese no es Gadafi…
Por primera vez, una de las películas del londinense -al que acompañan en la capital andaluza Megan Fox y Ben Kingsley- está financiada por un gran estudio de Hollywood. Baron Cohen, a sus 39 años, ha logrado el estatus de “hago lo quiero”, gracias a tres filmes antológicos: Ali G anda suelto, Borat: lecciones culturales de América para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán y Brüno, protagonizados por el trío de personajes que creó a finales de los noventa en la televisión británica.
El éxito de Ali G, un londinense blanco que dice ser un rapero malote y por ello habla como si hubiese nacido en un gueto jamaicano, logró que Cohen fichara por la estadounidense HBO y allí grabó dos temporadas de Da Ali G show, donde crecieron Borat, el delirante periodista kazajo (“Me llamo Borat Sagdiyev y soy la cuarta persona más popular de mi país. Hijo de Asimbala Sagdiyev y Boltok el violador. Me gustan las discotecas, el pimpón, el tiro con arco y sacar fotos a las chicas haciendo sus cosas sin que se enteren. Me gustan las mujeres rubias, con experiencia en el arado y sin antecedentes familiares de retrasados”, se autodefinía), y Brüno, un reportero locaza austriaco experto en el mundo de la moda.
De Sacha Baron Cohen se saben pocas cosas, y, menos aún, dichas por él mismo. Las entrevistas las concede encarnando siempre a sus personajes; rueda a escondidas, con la sorpresa como arma contundente. Cuando Ali G entrevistaba a algún famoso, en su sitio se sentaba un tipo trajeado mientras maquillaban y preparaban a la celebridad… hasta que en el último segundo aparecía el rapero, sustituía al trajeado y disparaba sus preguntas absurdas. Borat y Brüno se rodaron con cámaras ocultas. En la primera los participantes pensaban que saldrían en un documental kazajo (desde ese estreno, Kazajistán le tiene casi como enemigo público número uno); por la segunda fue capaz de interrumpir un desfile de Ágatha Ruiz de la Prada en septiembre de 2008 en Milán.
En cambio, a Baron Cohen, que vive desde hace años en Los Ángeles, se le ve poco: en alguna entrega de premios (normalmente disfrazado de sus personajes), en una fiesta en casa de Courtney Love celebrando la victoria de Barack Obama. Hace años un periodista inglés, Paul Hamilos, pasó una noche de pintas en Londres con Baron Cohen, que estaba en la cúspide de su fama inglesa por Ali G: “Ni yo ni nadie más le reconoció. Era… anodino”.
Lleva una vida hogareña con su pareja, la también actriz Isla Fisher, y sus hijos de tres y un año. Y lee. Lee mucho. Procedente de una familia judía de artistas e intelectuales: su tío es uno de los grandes investigadores sobre el autismo y su hermano lidera el grupo de música electrónica Zöhar. Se licenció en Cambridge en Historia, con una tesis final sobre la implicación judía en la lucha por los movimientos civiles en Estados Unidos. En la Universidad le picó el gusanillo del teatro, y tras pasar un año en un kibutz en Israel y ganarse a su vuelta algún dinero como modelo -sin disfraces, Baron Cohen es un tipo atractivo de 1,90 metros de altura-, empezó a hacer televisión local. De ahí a la nacional, al Channel 4, donde nació Kristo, un reportero albanés, germen de Borat. Compaginó los shows con los estudios teatrales -en Londres coincidió en las clases con Nathalie Seseña, aún hoy amiga suya- y siguió con el humor, al que inoculó una reflexión social. “En la universidad, el historiador Ian Kershaw nos dijo: ‘El camino a Auschwitz está pavimentado con indiferencia’. Sé que no es divertido ver a un humorista hablando sobre el Holocausto”, dijo en una entrevista. Con la lección aprendida, el cómico crea personajes racistas y antisemitas que logran la comprensión y el apoyo de mucha gente, que queda así retratada.
En un momento excelso de Borat, el kazajo logra que en un rodeo el público coree: “¡Ojalá Bush mate a todos los iraquíes!”. Un estilo muy cercano a Torrente: tal vez por eso Baron Cohen ha comprado los derechos para adaptar en EE UU al personaje de Santiago Segura.
Si Ali G se metía con el clasismo, Borat con el antisemitismo y Brüno con los homófobos, de El dictador podemos esperar un mensaje sobre la discriminación sexual y el desconocimiento que Occidente tiene del islam. A Baron Cohen le van a odiar en más sitios que en Kazajistán.
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