Un despertar árabe (y judío) en 1830

GUSTAVO D. PEREDNIK/ EL CATOBLEPAS

Acerca de Mohamed Alí en Israel, demasiado temprano

El vendaval que viene sacudiendo al mundo árabe desde comienzos de este año, acusa un posible precedente de casi dos siglos atrás. Tuvo como protagonista a quien es usualmente considerado el fundador del Egipto moderno; curiosamente, no era egipcio y ni siquiera hablaba en árabe.

Nos referimos a Mohamed Alí (1769-1849) nacido en la Macedonia griega de padres albaneses, y cuya fama es mucho más modesta que sus ostensibles logros políticos: quebró más de seis siglos de control mameluco sobre Egipto; estableció allí una dinastía local que gobernó el país por un siglo y medio; extendió su dominio a Sudán y la península arábiga, y casi logró abatir al imperio otomano.

La opresión, ignorancia y corrupción agobiaban a la nación árabe, y la siguen agobiando hoy en día. Durante el siglo XIX medraban con ella los sultanes y visires, y durante el XXI los jeques y dictadores islamo-fascistas. Unos y otros perpetuaron la decadencia de lo que dio en llamarse «el hombre enfermo». Hace dos siglos, como en estos días, hubo un serio intento de liberarse del yugo.

La aparición de Mohamed Alí en el escenario de la historia puede retrotraerse a la tarde del 1 de agosto de 1798, cuando la armada del célebre almirante Nelson venció a los franceses en la Batalla del Nilo, y así frustró el plan de Napoleón de socavar las posesiones británicas en la India. Entre los combatientes del Nilo se encontraba Mohamed Alí quien, una vez que los franceses se retiraron derrotados, emergió a la cabeza de un Egipto que se despeñaba hacia el caos.

En 1805, consolidado en su poder, desafió a la autoridad en Constantinopla y se impuso como gobernante del país. El sultán Selim III estaba demasiado debilitado como para oponerse al ascendente líder de Egipto, cuyas pretensiones tenían como meta el califato entero. En efecto, Alí terminó ejemplificando los casos históricos en los que el vasallo deviene en más poderoso que su amo.

Su gloria se acrecentó cuando al vencer a la familia saudí pasó a controlar las ciudades sagradas del Islam: La Meca y Medina. En el frente interno, descalabró a los mamelucos en 1811, y transformó a Egipto en una potencia regional a la que veía como sucesora natural del decadente imperio turco.

Para asegurarse de la preeminencia egipcia, Alí hizo modernizar al país con industria y ejército, y en 1820 envió misiones educativas de estudiantes egipcios a Europa, contacto que redundaría en un renacimiento árabe de las letras (conocido como Al-Nahda), y que implicó difundir la alfabetización y crear una prensa árabe local.

Así llegamos al año crucial de 1830, a partir del cual la carrera meteórica de Alí se cruzaría durante una década con las aspiraciones judías de recuperar Palestina de manos de los otomanos.

Ese año los judíos de Éretz Israel crearon el Kolel Hod (la institución de los inmigrantes de Holanda y Alemania), a la que en los lustros subsiguientes imitarían similares de Polonia y de Hungría.

En 1831, inmigró a Éretz Israel el impresor Israel Bak; se asentó en la ciudad de Safed que alcanzaba una gran bonanza (hasta que fue destruida por el terremoto de 1837 que dejó más de dos mil muertos e hizo que a partir de ese momento Jerusalén cobrara irreversiblemente la primacía que había tenido Safed).

Bien pertrechados, el ejército y la armada de Alí aguardaban su venia para lanzarse directamente a derrocar al sultán. La orden fue emitida el 1 de noviembre de 1831, y las huestes egipcias cruzaron la frontera de la Gran Siria{1}. En el puerto de Yafo (hoy parte de Tel Aviv) se unieron a la flota comandada por Ibrahim, hijo de Alí. La Primera Guerra Turco-Egipcia había estallado.
Padre e hijo hicieron avanzar sus tropas hacia la inexpugnable Acre, la misma que había resistido ante los cruzados, pero que esta vez se entregó (27-5-1832) después de un sitio de seis meses. El imperio otomano tambaleaba.

Uno de los efectos del sitio de Acre por parte de Alí fue que se depusiera al despótico pashá local, Abdala, notorio opresor de los judíos. Éstos habían debido incluso vender sus ropas para saciar las arcas de Abdala Pashá, quien para alegría hebrea fue hecho prisionero por las tropas de Mohamed Alí.

El objetivo de éste era mucho más vasto: aspiraba a encabezar un gigantesco Estado de más de seis millones de km2 (una superficie mayor a la de Europa, excluyendo Rusia), es decir: Egipto, Sudán, Arabia y la Gran Siria. En aras de concretar tamaña ambición, Alí se desprendió de la suzeranía (la autonomía limitada que los sultanes otorgaban a sus vasallos).
El imperio otomano parecía estar en retirada, y si efectivamente iba a derrumbarse ello habría significado, para los judíos de Éretz Israel, su liberación del avasallamiento, y, para los judíos del resto del mundo, la gran ocasión del retorno a su tierra ancestral, vedado hasta entonces por los turcos.

Volvía a cundir el fervor mesiánico, basado en la impresión de que los vientos bélicos allanarían el camino para la gesta liberadora. Pero ese camino tuvo numerosos obstáculos. Uno de ellos fue que entre mayo y agosto de 1834 se produjo en Palestina un motín de los granjeros árabes que se resistían al alistamiento militar obligatorio impuesto por Mohamed Alí, y que descargaron su furia durante varias semanas contra la indefensa comunidad judía de Safed.

Alguna distorsión histórica del siglo XX ha reescrito las circunstancias de ese episodio a fin de señalarlo como punto de partida del nacionalismo árabe-palestino. En rigor, no había aquí más que un rechazo a la medida concreta de reclutar jóvenes; no una gesta nacional. Los amotinados nunca se vieron como «palestinos», sino como una parte menor de los árabes de la Gran Siria. Su motivación no era nacional, sino social.

Al nacionalismo árabe-palestino le faltaba casi un siglo para nacer, y lo hizo en 1920 encabezado por el Muftí Hajj Amin Al-Husseini (1895-1974), uno de los fieles aliados del nazismo. Al-Husseini, a quien Arafat llamaba «nuestro héroe», perpetró varias matanzas de judíos y de árabes en Éretz Israel. Nunca fue condenado por sus crímenes, salvo un breve encarcelamiento por parte de las autoridades británicas en 1920.

Una vez suelto, fue cabecilla de los sangrientos desmanes de 1929 y de 1936. En 1941 participó en Irak del golpe pro-nazi, y vivió en Alemania durante la guerra, reclutando voluntarios musulmanes para Hitler. Visitó los campos de la muerte y pedía el traslado de «la solución final a Palestina». En 1943 solicitó al jerarca nazi Alfred Rosenberg que limitara el uso de la voz «anti-semitismo», porque parecía incluir a los árabes, mayormente germanófilos. Hajj Amin Al-Husseini También fue responsable del asesinato del rey de Jordania en 1951.

Los primeros dolores de parto del sionismo

Volviendo a la década de 1830, digamos que en 1836 el rabino Tzví Kalischer propuso al Barón Anshel de Rothschild que comprara a Mohamed Alí el Monte del Templo hierosolimitano, y escribió: «Particularmente en un tiempo como éste, cuando la provincia de la Tierra de Israel no está bajo gobierno de un régimen poderoso como antaño… quizás él le venda a usted la ciudad de Jerusalén y sus suburbios… y quizás Judea pueda ser liberada en salvación eterna».

Un no-judío que veía en el el resquebrajamiento otomano la gran posibilidad del retorno sionista fue Anthony Ashley (conde de Shaftesbury) quien acuñó una máxima que erróneamente suele atribuirse a otros: «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Shaftesbury acababa de leer el libro Cartas desde Egipto, Edom y la Tierra Santa (1838), el pionero de una larga serie de libros de viaje a Palestina que iban a saturar al público inglés durante los cuarenta años subsiguientes, a un promedio de cuarenta libros por año.

El 25 de mayo de 1838 Mohamed Alí anunció sus intenciones de independizarse definitivamente del imperio otomano. Ello nuevamente estimuló a los judíos, que conocían una predicción talmúdica{2} que anunciaba que en 1840 comenzaría su redención.

Ese 1838 Gran Bretaña se transformó en el primer país en designar un cónsul en Jerusalén, y luego siguieron los consulados de Rusia, Prusia, Austria-Hungría, Cerdeña, y España. Europa ponía su mirada en el conflicto.

Mohamed Alí no supo justipreciar la intervención foránea contra sus intenciones, y continuó su ofensiva. Venció a los turcos en la Batalla de Nezib (24-6-1839), y cuando hizo rendirse a la flota otomana en Alejandría, empujó otra vez al Sultán Mahmud II al borde del desmoronamiento.

La efervescencia israelita continuaba, y Shaftesbury conseguía un socio judío en su deseo de ayudarlos: Moisés Montefiore, sobre quien se ha escrito que «tenía razón, pero demasiado temprano». Lo mismo podría decirse de Mohamed Alí y su intentona de hacer colapsar al imperio otomano.

Montefiore concretó siete viajes a Palestina, el último de ellos a los noventa años de edad (murió a los cien años, en 1885). Antes de su viaje de 1839, Montefiore comisionó el primer censo de la población judía palestina.
Ese año, la Iglesia de Escocia envió una misión para informar sobre la situación de los judíos y publicó el Memorando a los monarcas protestantes de Europa para la restauración de los judíos a Palestina.

Montefiore escribió en su diario (24-3-1839) que se proponía «pedir a Mohamed Alí una cesión de tierra por cincuenta años… unas 100-200 aldeas… en Inglaterra formaré una compañía para cultivar la tierra y alentar a nuestros hermanos a retornar a Palestina». Notablemente, Mohamed Alí aprobó el plan.

También en este beneplácito para con el despertar sionista, hay paralelos en la «primavera árabe» de hoy en día. Uno de los líderes de la rebelión libia actual, Ahmad Shabani, declaró en una entrevista en el diario israelí Haaretz (24-8-11) que ve en Israel un aliado para la liberación de su pueblo. Al respecto, cabe recordar el popular video musical «Zenga Zenga» («Cada callejuela», 22-2-11), una burla a la patética arenga de Gadafi ante la rebelión. El video, visto por millones de personas, sirvió de estímulo a los rebeldes; fue creado por el joven músico israelí Noi Alush.
A principios del siglo XIX, entre los inmigrantes judíos a Israel se hallaban los discípulos del Gaón de Vilna y sus familias, un total de medio millar de personas. Adoptaron como emblema la «redención natural», según la cual la fe mesiánica debía traducirse en actividad práctica. Esta actitud fue azuzada durante los mentados eventos de la década de 1830-1840.

Sin embargo, en efecto, era «demasiado temprano», y el gran proyecto sionista no pudo concretarse debido a la derrota de Mohamed Alí el 3 de noviembre de 1840, como resultado de que el zigzag de las potencias europeas terminó definiéndose en contra de Alí.

El cálculo imperial se debatió entre dos polos: por un lado, si el imperio otomano iba efectivamente a derrumbarse, sin duda era la gran ocasión de Rusia, Francia e Inglaterra, para meter una cuña en la región por medio de apoyar la gesta de Alí. El Primer Ministro británico ya lo denominaba «el ocupante de la ruta a la India».

Por el otro lado, el interés de las potencias a largo plazo les hizo preferir lidiar con un sultán debilitado, mucho más maleable por cierto que un árabe independentista y triunfador.

Rusia ya había detenido el paso de Mohamed Alí a Constantinopla en enero de 1831, temerosa de una inminente conflagración internacional. En esa ocasión, Alí prefirió no luchar para quebrar el bloqueo, y aguardó una segunda oportunidad para lanzarse contra el Imperio Otomano. Mientras tanto prosiguió con la campaña interna, y concretó triunfalmente su conquista de Palestina, que duró desde su mentada conquista de Acre (27-5-1832) y hasta que la caída de ésta ocho años y medio después (3-11-1840).

En 1840, también fue Rusia la que tomara la iniciativa de atajar al rebelde; a su pedido, los Gobiernos de Inglaterra, Prusia y Austria exigieron a Mohamed Alí que se detuviera definitivamente. Esta vez lo consiguieron, y así pusieron coto también a los anhelos sionistas del momento.

El 11 de septiembre de 1840, los ingleses bombardearon a las tropas de Alí en Beirut, y desde allí pusieron en marcha una brigada hacia la proverbial fortaleza de Acre, otra vez epicentro del conflicto, que cayó en manos inglesas el 3 de noviembre. Sucumbía el plan de revuelta general de Mohamed Alí, quien murió a los pocos años.

Los acontecimientos de 1830-1840 comprometieron el destino de Éretz Israel, y constituyeron un hito en el camino a la liberación judía que se demoraba varias décadas. En los años que llevaron al 1840, la cantidad de inmigrantes judíos a Israel superó a todas las que la precedieron.

El escritor hebreo Shmuel Agnón reflejó aquellas esperanzas en su novela En el corazón de los mares (1934, Bilvav Iamim), una narración fantasiosa de la inmigración hebrea de 1830. La protagonista de esta novela es la Tierra de Israel; en alguna medida lo es también de la novelística de Agnón en su conjunto, frecuentemente bajo la forma de la nostalgia.

En su conocido discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1966, confesó Agnón: “Como consecuencia de la catástrofe histórica en la cual Tito, el romano, destruyó Jerusalén y expulsó a Israel de su tierra, nací en una de las ciudades del exilio. Pero siempre me vi a mí mismo como nacido en Jerusalén».

El retorno definitivo comenzaría a materializarse cuarenta años después de la caída de Mohamed Alí, y resulta sugerente que los primeros pimpollos, en la década de 1830, germinaran en el contexto de una rebelión árabe por liberarse de la opresión.

Notas

{1} La Gran Siria abarcaba aproximadamente los territorios actuales de Siria,Líbano, Israel y Jordania.
{2} Según el Rabí Dosa en el tratado talmúdico de Sanedrín 99a, la era mesiánica comenzaría en los últimos cuatrocientos años del sexto milenio del calendario judío, es decir en 1840.

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