26 de agosto 2011- Se ha hecho esperar pero al final ha llegado. Tras anulaciones, polémicas, acusaciones, pifias e interminables obras, el tranvía es la nueva atracción de Jerusalén. No va muy rápido, de momento, pero ¿qué son unos minutos de más ante una década de retraso? Desde hace exactamente una semana, la santa Jerusalén disfruta del tranvía. El primero en Israel. Su proyecto de transporte más complejo es también un microcosmos ambulante social, político y religioso.
Los vagones tienen su vida interior. Hay que fijarse bien en los pasajeros. Hay pocos lugares en los que un judío israelí nacionalista y religioso comparte asiento con un palestino musulmán. Apenas se hablan, sus miradas se cruzan de forma furtiva y deben estar pensando que “el otro” es un fanático. Pero siguen allí sentados, escuchando el anuncio del próximo destino en hebreo, árabe e inglés. Esperando bajar en su parada tras haber compartido, paisaje y viaje con el enemigo.
El tranvia en el centro de Jerusalén (Sal Emergui)
Cuatro mil millones de shekels (unos 800 millones de euros), 13.8 kilómetros, 46 vagones y 23 estaciones en un recorrido de 90 minutos por la realidad de Jerusalén. Barrios ultraortodoxos y árabes, la colonia de Pisgat Zeev (sus habitantes replican que es un barrio), la Puerta de Damasco ante el casco antiguo, el bullicioso centro, el mercado de Majane Yehuda, el Monte Herzl donde se encuentra el Museo del Holocausto, el puente de Santiago Calatrava…
“Va muy bien. Mucha gente lo está usando. Claro que la gran prueba es tras estas semanas iniciales que son gratis”, nos dice Gabriel, uno de los centenares funcionarios de la compañía Citypass, responsable del tren ligero en la pesada Jerusalén.
Palestinos de religión cristiana y musulmana, judíos laicos con sus novias en mini falda compartiendo vagón con ultraortododoxos y sus familias de siete hijos, agentes de seguridad y jóvenes voluntarios que regalan calendario y explicación del nuevo invento en la milenaria ciudad.
(S.E)
El inicio del proyecto se remonta a 1995 cuando el alcalde era Ehud Olmert. Desde entonces muchos planes, concursos, retrasos, arrepentimientos y obras que dejaron patas arriba una ciudad que ya de por si no exhibe demasiada disciplina. En septiembre del 2004, Israel firmó el contrato con Citypass y sólo dos años después se colocó el primer carril aplazando el proyecto unos años más.
(S.E)
El parto del tranvía ha estado acompañado de dolor, polémica y rumores de maldición en esta ciudad reivindicada por israelíes y palestinos. Jerusalén e Israel presumieron que tiene varias paradas en los barrios palestinos de Shuafat y Beit Janina como “prueba de la convivencia” aunque algunos israelíes mostraron su rechazo o temor alegando motivos de seguridad. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) y grupos palestinos denunciaron que el proyecto israelí pasa por territorio ocupado, es decir va más allá de la Linea Verde del 67. “Es parte de la expansión criminal en nuestro territorio”, dijeron desde la ANP que vieron el transporte como un medio más para la unificación de la ciudad y alejar la posibilidad de ver la parte oriental como la capital de su futuro Estado.
El palestino Ibrahim sube al tranvía cerca de su casa en Shuafat para dirigirse al casco antiguo. “A mi me da igual la política. Ojalá algún día, el pueblo palestino tenga su estado pero debo reconocer que el tranvía me ayuda”, afirma en un vagón lleno de israelíes y palestinos. Adi, una joven que sube en Pisgat Zeev, reconoce que nunca antes había estado tanto tiempo en los barrios palestinos. Hablamos de pocos minutos.
Microcosmos en el vagón (Sal Emergui)
Hace un año, el que fuera director general de la compañía, Yair Navé no descartó la posibilidad de algunos vagones de separación de sexos para satisfacer la corriente más extremista en el sector ultraortodoxo. Una posibilidad que incluso personas que defienden dicha separación como Shimon Shtern consideraron “estúpida e imposible”. Y así es, el tranvía no tiene vagones separados en función del sexo de los pasajeros.
El director general de Citypass, Yehuda Shoshani, destaca que “en comparación a los autobuses, el tranvía disminuye la contaminación en un 80%. Es un moderno y ecológico método de transporte que envía un mensaje de paz y tolerancia. Los trenes están llenos de residentes de la ciudad, seculares, religiosos, jaredim (ultraortodoxos) o árabes”.
Como todo lo que sucede en Jerusalén, es muy posible que al tranvía le esperen capítulos polémicos pero de momento los pasajeros sólo desean llegar a tiempo a su destino.
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