MARÍA JOSÉ ARÉVALOS GUTIERREZ
“Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. (Jean Paul Sartre)
El rabino Isaac Hintermayer pronuncio el 12 de octubre de 1943 en Auschwitz unas palabras que fueron una sentencia: “Nadie ganará con nuestra muerte y con el criminal Holocausto, la historia tendrá que hacer justicia por el genocidio cometido contra el pueblo judío”. Hicieron falta numerosas pruebas sobre unos hechos que hasta ahora sólo habían denunciado algunos historiadores, el Congreso Mundial Judío y por supuesto las propias víctimas del Holocausto. Los datos demuestran que fueron varios los países que asistieron con los propósitos nazis -Portugal, Turquía, Suecia, Argentina, España y Estado Vaticano- y que la fundamental vía de estas fortunas fue la neutral banca suiza.
¿Qué es lo que ocurrió en Suiza durante la II Guerra Mundial? Algo indicaba que tenía que haber existido alguna razón más, aparte de su neutralidad, para no ser invadida por un vecino voraz como era la Alemania nacionalsocialista de aquellos momentos. Alemania gozaba de una situación geográfica y estratégicamente aventajada. Dotada de una barrera natural como son los Alpes, hubiera sido muy fácil defenderla rechazándose así la última ofensiva aliada. A comienzos de los años ´30 muchas familias judías llenas de temores y de presagios de que algo peor se avecinaba, comenzaron a huir del régimen hitleriano. Las opciones como destino eran variados, no obstante, Suiza se prestaba como una de las mejores opciones por su proximidad y por el gran prestigio que gozaba el mundo bancario.
Las familias judías, muchas de ellas asentadas, en un principio se llevaban todo el oro que tenían, para invertirlo en los bancos, aunque más tarde el fin de llevarse el preciado metal era para poder negociar su libertad con los suizos. Toda la riqueza que mayoritariamente se encontraban en manos de los judíos, fluía sin ninguna barrera a Suiza. Al inicio de la guerra, Suiza se manifestaba como un país refulgente de prosperidad y respetado por todos, debido a su supuesta neutralidad. Lo que no se llegó a sospechar la población judía es, que llegaran al oro para ser devuelto a las autoridades alemanas, que anteriormente ya los habían identificado con una “J” en su pasaporte. Entre el gobierno y los bancos suizos existía un pacto ya y secretamente llevado a cabo para colaborar con la Alemania nazi.
Suiza se llegó a convertir en una trampa mortal para todas aquellas familias judías que veían en ella la última esperanza para sobrevivir. Al principio de la guerra no eran devueltos inmediatamente. Se les permitía quedarse una temporada en ese país neutral, para que tomaran la confianza necesaria con el fin de depositar sus bienes materiales en las cuentas bancarias. De la población que se acogió antes del comienzo de la II Guerra Mundial, aproximadamente 30.000 refugiados judíos, fueron devueltos a su lugar de origen. Anteriormente habían sido desfalcados por los suizos, que llegaron incluso a subastar sus cuadros y títulos de acciones por precios desdeñosos. Los banqueros sabían que podían sacar más provecho de la guerra que de la paz.
El destino de las cuentas bancarias después de la guerra fue un auténtico negocio burocrático. A los familiares de las víctimas del holocausto se les exigía un certificado de defunción, para poder liquidar las cuentas, aun sabiendo, que eso era imposible, ya que en los campos de concentración no expedían jamás esos documentos. Y así todo el oro permaneció en los sótanos de los bancos suizos, haciendo el negocio de “su vida”. Los bancos destruyeron toda la documentación relacionada con la procedencia de los tesoros depositados, con el fin de desmentir la existencia de esas cuentas a las personas que volvían a reclamar su dinero. Muchos llevaban los números de las cuentas apuntados en un simple papel cuando se dirigían a las entidades bancarias donde se les comunicaba que esas cuentas no existían.
No fueron solo los bancos los que sacaron provecho de esta situación. Los abogados y contables de muchos judíos se apropiaron de sus dineros dando por hecho que estos habían fallecidos. Los judíos también se convirtieron en una fuente de ingresos sin escrúpulos, por otra vía diferente. Los campos de concentración alemanes no sólo eran utilizados como una vía de exterminio racial sino que, además, eran un negocio sin igual, que mantenía toda esa infraestructura de terror y que financiaba parcialmente la guerra. A las víctimas gaseadas se les extraían los dientes con coronas de oro, incluso antes de asesinarlas. Ese oro se destinaba para que fuera refundido en lingotes y posteriormente enviado al Banco Central del Tercer Reich en Berlín.
El oro expoliado a los países invadidos por los nazis era igualmente enviado al Banco Central. Adolf Hitler decretaba el saqueo sistemático en el mismo momento, en que los ejércitos alemanes asaltaban un país. Este hecho se originaban en países como Polonia, Países Bajos, Checoslovaquia, Grecia, Letonia, Lituania, Noruega, Luxemburgo, Bélgica […], donde se hacían con las reservas de oro y divisas de los países ocupados. La cantidad de toneladas en oro que fluyeron al Reichsbank en pocos años es inestimable, sin embargo, no parece que fuera suficiente para mantener la costosa maquinaria bélica alemana.
El destino del oro
Hay un hecho que confirma que Hitler estaba totalmente arruinado cuando Alemania decide atacar Polonia. La gran desocupación que Hitler había intentado de remediar con la creación de numerosos puestos de trabajo en la industria armamentística, provoco aún más el hundió de la economía del país. Alemania necesitaba urgentemente liquidez para comprar las materias primas, que prolongaran la continua producción en las industrias armamentísticas destinadas ya entonces a la quiebra. La industria alemana dependía de materias primas de una importancia estratégica que no poseía en sus reservas. Una vez comenzada la guerra, el dinero alemán no era reconocido por los países exportadores de estas materias primas. A Hitler solo le quedaba una opción, tenía que pagar en divisas y sobre todo en oro. Un ejemplo fue España, que exportó grandes cantidades de manganeso en 1943 a la Alemania nazi. El manganeso era utilizado fundamental para la construcción de tubos de cañón y de fusiles. Ni que decir hay, que sin este metal la guerra hubiera acabado antes.
Por lo tanto Hitler había ideado un plan. Necesitaba de banqueros no sospechoso, que blanqueara todo el oro procedente del Reichsbank en divisas. Los banqueros suizos viendo el negocio que eso supondría se prestaron con gusto a tal operación. Suiza tenía conocimiento seguro sobre el dinero que había en Alemania antes de la guerra, por lo que el oro debía de ser robado o tenía una procedencia como mínimo dudosa. En ese momento se sabía, que procedía de los campos de concentración. En el Proceso de Nuremberg, Emil Phul, que fue citado como testigo al ser la persona encargada de efectuar las negociaciones para el Reichsbank con los banqueros suizos, admitió que los suizos conocían perfectamente el origen de ese oro.
Sin embargo, por parte de los banqueros se negó todas las acusaciones vertidas en su contra una vez que finalizara la guerra, afirmando, que ellos desconocían la procedencia de todo ese oro y no siendo su labor, el averiguar la procedencia del mismo. Los aliados concluyeron, que se debía de presionar a Suiza, para que compartiera con ellos el “botín de guerra” y el dinero que habían obtenido de los judíos. Pero este hecho cayo en el presunto olvidó por la incipiente guerra fría. Occidente necesitaba que Suiza y Alemania continuaran desarrollándose como país fuerte, para sostener el mercado mundial. Incluso surgieron sospechas, que miles de millones fueron ocultados en Suiza por parte de la industria alemana, utilizándose para financiar el milagro económico de la posguerra en la Alemania que prosperó inimaginablemente en pocos años.
Suiza se convirtió en la gallina de los huevos de oro. Las fábricas de armamento suizas exportaron grandes cantidades de armamento a Alemania. El liderazgo de Suiza, incluso hoy, en mecánica de precisión, fue substancialmente valioso para Hitler y los suyos. Los sistemas de mira de los cañones, las ametralladoras de precisión y los morteros, además de los cañones antiaéreos, fueron producidos en Suiza a marchas forzadas para el país vecino. La ubicación geográfica de estas fábricas suizas era otro factor decisivo, ya que se encontraban en terreno neutral, no pudiendo ser bombardeadas por los aliados. Esta situación se mantuvo así a lo largo de la guerra hasta pocos meses antes de su consumación. Suiza se vio obligada a cesar su producción para Alemania, cuando los aliados se percataron de esta circunstancia, amenazando a Suiza con represalias.
En ese momento multitud de fábricas de armamento ubicadas en territorio germano, habían sido bombardeadas y Hitler requería urgentemente armas de fábricas suizas como la de Oerlikon, una de las más relevantes empresas en el campo militar. Pero la cosa va aún más allá. Todas las armas que permanecieron en stock después de la guerra en Oerlikon, fueron revendidas a los países del Tercer Mundo en guerra. Podemos observar, como la industria armamentística jamás duerme, aprovechando hasta el último cartucho para que su producción no se paralice. La colaboración mancha también a la compañía ferroviaria suiza. Cientos de trenes cruzaban Suiza llevando a los judíos a sus correspondientes campos de concentración. Pero no sólo se transportaban judíos, los nazis enviaban trenes a través de los pasos alpinos, para traerse mano de obra esclava (sobre todo partisanos italianos), que mantuviera la producción armamentística en las fábricas. Los hombres escaseaban en Alemania, ya que la mayoría estaba enrolada en el ejército.
A lo largo de la guerra, particularmente a partir de 1943, el Tercer Reich había vendido grandes partidas de oro en lingotes a la Banque Nationale Suisse, y en menor medida a otros neutrales, a cambio de divisas con las que sostener su comercio exterior. Las autoridades de estos países no preguntaban sobre el origen de ese oro, aunque hoy en día si se sabe que gran parte procedía del Reichsbank antes de su venta. Su procedencia era, en su mayoría, el expolio de las reservas de oro de varios países ocupados y menor medida de varios miles de víctimas judías del exterminio nazi. Finalizada la guerra, una parte del oro recuperado de las víctimas de las persecuciones nazis fue transferido por EE.UU a la Tripartite Gold Comission, establecida junto a los gobiernos de Gran Bretaña y Francia en 1946, siendo restituido a los países que habían sido ocupados por Alemania.
Lo que evidente es, que Suiza tras la guerra se alzó como uno de los países más ricos del planeta, habiendo triplicado sus depósitos bancarios. Los miles de lingotes de oro siguen en Suiza y cada día que pasa, aparecen nuevas noticias al respecto. Esto ha conseguido enfurecer a las autoridades suizas, que no quieren que su país pase por colaborador del régimen nazi, pero mucho menos tener que devolver el oro a sus legítimos propietarios.
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