IRENE SAVIO/ REFORMA
17 septiembre 2011.- La voz del piloto estadounidense reverbera en la cabina mientras aguarda la autorización para el despegue de su aeronave, un Awacs E-3A militar, desde la base aérea de Trapani, en Sicilia. Objetivo: ocho horas de misión en la zona de exclusión aérea sobre Libia.
“Continuaremos hasta que subsistan riesgos para la población libia. Los gaddafistas aún tienen armas”, dice a REFORMA el Coronel Brynt Query, Jefe de Destacamento de la misión de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) en Trapani.
A seis meses del inicio de la misión Unified Protector en Libia, se continúa con un operativo que, según dice oficialmente la OTAN, respeta la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), que lo autorizó.
La misión se lleva a cabo mediante el bloqueo aéreo sobre Libia y sirve para proteger a la población civil amenazada por las tropas que aún le son leales a Muammar Gaddafi, pero no prevé proporcionar ayuda para dar con el paradero del líder derrocado.
Esta aclaración se ha hecho necesaria ante las sospechas levantadas por los críticos de la misión de la OTAN: “Él no es nuestro objetivo”, recalca Query.
En este contexto, todos los días, las 24 horas y hasta que “subsistan riesgos”, como también han ratificado el Presidente francés y el Primer Ministro británico, Nicolás Sarkozy y David Cameron, decenas de aviones caza, aeronaves de reconocimiento y los Awacs E-3A surcan el cielo libio partiendo desde bases militares europeas como la de Trapani.
En la misión en la que participó REFORMA, en poco más de una hora un Awacs de 45 metros de longitud alcanzó el territorio libio en plena noche y, a casi 30 mil pies de altura, empezó a hacer círculos a una velocidad de 380 kilómetros por hora, vigilando un territorio casi del tamaño de Alemania.
Todo parecía ir bien cuando, de repente, la tripulación advirtió que las computadoras a bordo no funcionaban. Los sistemas se reiniciaron una y otra vez; subió la tensión. El Awacs al que había que dar el relevo tenía dos horas antes que se agotara la gasolina de reserva. “Es la primera vez que ocurre”, advirtió entonces “Antonio”, un fibroso oficial italiano.
La preocupación no era en vano. A pesar del aspecto de su vientre, que se asemeja a una especie de oficina móvil con alfombra azul y luces fluorescentes, el Awacs (Avión de Control y Vigilancia Aérea, según sus siglas en inglés) es el cerebro del despliegue militar en Libia, ya que coordina la actividad de los cazas de la OTAN de acuerdo con la información que recibe de las bases terrestres.
Todo esto a través de múltiples sensores y sistemas de comunicación, entre los que destaca el radar Rodotome, que chilla como una ballena cuando alcanza la temperatura externa adecuada para su puesta en marcha, menos 40 grados.
Finalmente, con una hora de retraso, las máquinas recibieron la luz verde y las pantallas parpadeaban frenéticamente, llenas de puntos azules.
Los puntos eran los vehículos “amigos”: cazas F-16 y FA-18 que iban y regresaban de la zona de Sirte, donde este día se llevaron a cabo casi todos los bombardeos de la misión. Algunos de los aviones de combate pedían autorización para abrir el fuego. Otros recibían información de inteligencia desde tierra.
De todo siempre estuvo al tanto el Awacs, que sobre las dos de la mañana tuvo que resolver otro incidente: uno de los aviones que debía reabastecer de gasolina a una flotilla de cazas se había descompuesto.
Lionel, de 33 años, un lugarteniente estadounidense de origen mexicano, transpiró copiosamente hasta que se resolvió el problema. Él era el encargado esa noche.
“Tuve que desviarlos a otro avión de abastecimiento. Un verdadero rompecabezas, como el Sodoku”, explicó a REFORMA.
Al final, fue el tintineo de un bolígrafo, como a ritmo de rap, sobre un escritorio, lo que marcó el inicio del regreso a casa. El encargado del radar Rodotome se estaba relajando, mientras que en el tablero aparecía el Awacs a cargo de los franceses.
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