Ventana a la calle II/ Anécdotas de un peatón, en Día de la Independencia

MARIO NUDELSTEJER T

Escuché el sorpresivo rugido de los aviones militares F-5 en su fugaz paso por encima de estas calles de Polanco y decidí montarme la cámara al hombro para salir a recabar tanto fotos como las historias que se generan en estas calles que me encanta aplanar caminando.

Ya en avenida Newton pensé que si el desfile militar pasaba por el Paseo de la Reforma, sería a la altura del Obelisco frente al Campo Marte donde pescaría a la avanzada. Ya eran las 11:00 de la mañana. Así, llegué al Parque de Polanco por el anfiteatro “Ángela Peralta” y avancé hacia la mitad de este ícono citadino hasta la avenida Julio Verne. De momento, entre los árboles pude captar el paso de helicópteros y alguno de los dos únicos C-130 de carga que sobrevolaban en ese preciso momento.

Las calles materialmente vacías, seguramente el “puente” de viernes a domingo alentó a muchos de nuestros coterráneos a abandonar al D. F. con rumbos diferentes para gozar de la lejanía en tanto la festividad de la Patria se lleva a cabo. Pero no yo, que en esas circunstancias la disposición anímica es disfrutar de la capital semi-desolada. Y llegar hasta Reforma bajo un sol cálido con el cielo medio nublado, es en verdad un placer.

Pero, ohh sorpresa, el desfile no se veía por ningún lado. Eso sí, tumultos de gente que avanza en dirección al Zócalo desde este punto: Padres que llevan de la mano a sus hijos pequeños, en este caso una nena que acucia sudorosa su “paso redoblado” al estilo militar y, detrás, la madre con cara de tedio empujando la carriola con otros dos de sus vástagos apretados uno junto al otro. “¿Cómo se te ocurre, viejo, venir con los chilpayates a este desfile… y a esta hora, que no se le ve inicio?”. “Bueno, es solo un paseo”, responde el inquirido, “Usted no se queje, lo hacemos para que los niños se influyan del amor patrio”.

Ante el retraso en la parada militar, decido avanzar en el sentido que lo hace la gente, al encuentro del desfile. El ambiente es de fiesta familiar, y encontramos sobre las banquetas de Reforma infinidad de puestos callejeros que ofrecen banderitas y banderotas, cornetas de cartón que, cerrando los ojos, en los soplidos de los pequeños me parecen más el graznar de gansos que un llamado de “¡Atención, soldado!”.

A un costado del Auditorio Nacional, estacionados en orden una serie de camiones de transporte militar, el verde oscuro inunda la vista. Y a partir de aquí ya la gente se apuesta en banquetas y de pie sobre las contenciones de hierro que evitan el cruce de la avenida en ciertos puntos críticos. Veo a un policía preventivo y le pregunto: ¿Oficial, cree usted que tardará mucho en llegar hasta aquí la avanzada? Pues mire, mi amigo –responde y lo miro, enfundado en el uniforme y con un chaleco amarillo con franjas rojas, sudoroso y con voz pastosa seguramente por la sed-, parece que retrasaron el inicio del desfile como una hora, pero yo creo que no llegarán hasta aquí porque torcerán a la izquierda en la calle de Chivatito, así que lléguele usted hasta ahí.

Bueno, que tenga usted un buen día, gracias por informarme y que le sea leve la jornada, con este sol que ya vislumbra inclemencia, señor oficial, es lo único que se me ocurre afirmarle condolido por su situación.
Adelanto entonces mis pasos, y al centro del andador en el camellón de Reforma veo una plataforma, que seguramente sostenía alguna estatua u obra escultórica, que ya no está allí e imagino que, como siempre acontece en esta capital, alguien ya la tiene decorando su jardín privado en casa. Y me pregunto qué era y si se transformó en propiedad privada de algún político. Eso ya no nos sorprende, porque ocurre con mucha frecuencia. Y sin embargo me acuerdo de los “venados” de Horacio y Arquímedes, que alguna vez aparecieron en la barranca de las Lomas, tal vez esperando el olvido para de apoco irse encaminando hacia alguna mansión de esa zona. ¿Qué curioso?

Delante de mí caminan dos señoras, van a paso lento como si tuvieran lugares reservados en platea, pero creo más bien que es porque se ven robustitas… lo que hacen las garnachas que se van comiendo con muestra uniforme de placer y hambre en consonancia. Entre bocados van comentando que hay algunos soldaditos guapetones, que deben ser envidia de muchas esposas celosas. Y esto lo oigo de pasada y me río en mis adentros. Mientras tanto, ya llevo la cámara en la diestra, apuntando y disparando hacia toda escena llamativa. Los niños son el atractivo especial esta mañana.

Y no podía faltar el paletero con su carrito lleno de frescas ilusiones, donde dos pequeños asoman sus naricitas y con ojitos entornados le miran para escuchar lo que el les pregunta: ¿a ver, de que sabor lo quieren?… ¿paleta, o helado en cono? Muy cerca observo a una niña vestidita de Norteña, con dos sombreros de paja estilo tejano en sus manitas. Muy peinadita, con trensas derechitas, sus botitas lustradas para asistir a esta fiesta de la Patria mexicana. Otro pequeño lleva una bandera tricolor más grande que él, ataviado con un uniforme hecho a la medida y que seguramente usó el año pasado en el festival escolar del “Bicentenario”, y lo porta con gallardía y coraje. Pero el muy esquivo no deja de correr alrededor de un poste, y desisto de la fotografía que me imponía tomarle.

Frente a la entrada del famoso y concurrido zoológico, veo en el arriate del prado un lugarcito y me siento a calmar la tensión de la ciática… la edad ya no ayuda, ¡caramba! Pero el sitio es ideal para cumplir mi objetivo. A mi derecha un grupo que incluye a un turista: un hombre robusto de unos 45 años que no deja de sostener una camarita digital para fotos sencillas, que en sus manos y por el tamaño de su estructura corporal casi se pierde entre sus dedos. Dialoga a voz en cuello, en inglés, con alguien que apenas lo balbucea, pero la alegría se destila en su risa, habla sin cesar de sus experiencias en México y asume que no ha visto la violencia que se afirma en los Medios en el exterior. Se le ve animoso y gozando del ambiente.

Veo pasar a un soldado con birrete, veo su Sector en el brazo y las “Alas” en el pecho, y deduzco que es de la Fuerza Aérea… Me impone a presentarle el saludo militar, porque comprendo por mi educación, qué significa eso, pero me contengo, imagino que pensará que estoy loco… o borracho todavía de la “Noche Mexicana” con los cuates, durante la transmisión del “Grito”, de Jelipe Calderón por la tele.

Caminando se acercan en dirección a la marca del desfile tres oficiales de ejército, dos en traje de campaña y uno vestido de Gala, que sostiene comunicación con los controladores del despliegue militar. Supongo que está cerca el arribo de la avanzada… y efectivamente los aplausos del público no se hacen esperar: a paso veloz un contingente se abre paso entre la muchedumbre, encabezados por abanderados del Heroico Colegio Militar y, detrás, una columna de tamborileros muy ordenados y con gallardía pasan agradeciendo con la cabeza las muestras de afecto.

Detrás, como a cincuenta metros, de ambos destacamentos vienen caminando los lastimados en el avance rápido, alguno cojea de la pierna izquierda y otros de la derecha… otros dos se les ve pálidos, seguramente el tiempo bajo el sol y la inanición por el inicio de actividades de madrugada, les ha afectado. Sin embargo no se doblegan procurando dar alcance a sus compañeros.

Estas escenas son las que registro con la cámara, las de fuerza y muestra de potencia de la juventud que defiende a la nación, no la de los lastimados o momentáneamente vencidos, de quienes en verdad me conduelo. ¿Quién no se ha sentido en esa condición alguna vez?

Sin mediar unos segundos, las camionetas pick-up artilladas abren la ruta para el paso de los contingentes. Tomo alguna imagen de una de ellas y, decido entonces, que no es el desfile sino el lado humano el que me ha interesado. Lo captado, lo registrado hasta ahora es suficiente para tenerlo en el archivo y compartirlo alguna vez con quienes se interesan por mi trabajo fotográfico. Desfiles vemos cada año… y siempre son lo mismo, sin quitarle la importancia por lo que representan las fuerzas armadas.

Pero el Pueblo es el objetivo del periodista y de quien registra la vida en una cámara. La convivencia y la algarabía familiar son invaluables pese a que vivimos situaciones de inseguridad como nunca se habían visto.

Es más, nadie puede dudar del patriotismo y honorabilidad de todos los integrantes de las diferentes ramas del ejército, menos yo que, como mexicano y como judío, sé lo que han sido los conflictos y las persecuciones de mi Pueblo, hospitalario con mis abuelos y mis padres, en este país hemos vivido y nos hemos desarrollado libremente de acuerdo a nuestras personales aspiraciones con el respeto de todos.

¡Viva México…!

#IndependenciaDeMéxico

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