PETER KATZ
Las costureras y los sastres judíos, son un tema histórico interesante. Flavius Josephus, el historiador, relata que cuando salían de campaña las legiones romanas, había adjunto viajando con ellas, sastres judíos, quienes aparentemente eran muy apreciados artesanos por confeccionar, remendar, lavar y planchar las togas de los generales. Este departamento de sastrería era un apéndice obligatorio de toda Legión Romana. Estamos hablando de la época que cubre dos siglos antes de la era actual y dos siglos después.
En este momento de la historia, va a nacer el cristianismo, la población judía asentada en Roma ascendía a cien mil almas. Una población mayor que en cualquier ciudad de Judea. De hecho, era la comunidad judía más numerosa de la Diáspora. En la Capital del Imperio, no distinguían entre cristianos y judíos, para los romanos eran una misma cosa. Eran habitantes de Judea.
Parece ser que en Europa, desde antes de las cruzadas, había buenos sastres judíos que eran preferidos por los nobles locales para vestirse.
A raíz de las matanzas hechas por los Cruzados (1096), que diezmaron a la población judía de una manera horrible, los sobrevivientes de estos pobladores, quienes llegaron con los romanos, emigraron desde el oriente hacía nuevas tierras, algunas aún paganas como Panonia, Dacia, Podolia, Wachovia y Lituania. Así empezó la convivencia con los eslavos, los polacos y los rusos, que iba a durar cerca de setecientos años. Los sastres judíos también eran muy apreciados en éstas tierras. Estas comunidades existieron hasta el Holocausto.
Después de la Primera Guerra Mundial, por los Pogroms de Petliura, por la Revolución Rusa de Octubre de 1917, por las devastadas batallas libradas en territorio polaco y por los rusos blancos por un lado y el naciente ejército rojo, por el otro; la población judía quedó entre dos fuegos, hubo una gran migración hacía países de Europa Occidental, sobre todo Francia, Inglaterra y los Estados Unidos.
Estos judíos eran artesanos. No tenían más capital, que su máquina de coser. Necesitaban trabajar y en Francia encontraron trabajo. Fue la época en que París hacía todo lo posible para reponerse de las terribles pérdidas causadas por el conflicto armado, que arrasó con toda una generación de franceses.
Fue la época en que París fue nuevamente la Capital del Mundo. Se construyeron, como nunca antes, Hoteles de Gran Turismo. Entre 1920 y 1930 reinaba el estilo Beaux Arts, para hacer de la capital, un lugar de atracción internacional Par Exellence. La capital de la Alta Costura para las mujeres hermosas de todo el mundo.
Nacieron diseñadores de moda femenina, en la Ville Lumiere o la Ciudad Luz, París, la capital de las bellas mujeres, los más famosos diseñadores de aquella época Coco Chanel, Pierre Lanvin, Charles Coty, Christian Dior, Givenchy, Charles Worth, Balenciaga y muchos otros, que organizaban como mínimo dos, a veces hasta cuatro desfiles de moda con las modelos más atractivas que podían conseguir. A estos Shows internacionales acudían compradores de tiendas departamentales de todo el mundo.
Independientemente, también acudían clientas particulares, las mujeres con grandes posibilidades económicas, que podían comprar en estos salones, ropa del diseñador directamente en cualquier época del año. Cuando llegaba una clienta, la Maison, la casa, despertaba con gran actividad y enseñaba la Collection. Las clientas eran atendidas como reinas, personalmente por el diseñador.
La mayor parte de estos vestidos, tenían que estar listos para una fecha determinada, algunas damas viajeras e invitadas a algún vals o bien una fiesta, necesitaban que su ropa se entregase a tiempo.
Las prendas eran confeccionadas por pequeños y medianos talleres de costura judíos, algunos ilegales. Allí no había jornada de trabajo, se trabajaba de acuerdo a las necesidades de entrega del cliente. La paga tampoco era muy buena. Pero las mujeres judías de París, recién llegadas, necesitaban trabajo. Sus hijos tenían que vivir.
Las condiciones higiénicas y de aire respirable en estos talleres eran sórdidas. Las trabajadoras y los dueños de los talleres eran judíos. Hubo varios intentos de sindicalizar a estas trabajadoras. Sin embargo, activistas del BUND, quienes también habían emigrado y llevado su organización laboral y política a Francia, lograron hablar con los dueños de los talleres para mejorar las condiciones de trabajo.
No deja de ser irónico que detrás de las fachadas de lujo y del prestigio mundial de la Haute Couture parisina de la época, de los fabulosos Salones de Avenue Montaigne y Rue du Faubourg Saint Honoré, estaban las diligentes costureras judías y uno que otro sastre originario de algún Shtetl o del Rayon de Vitebsk.
El porqué de esta situación, era bien simple. Los grandes Salones de Haute Couture, necesitaban tener la seguridad de un trabajo de buena calidad, una entrega preacondicionada y segura. Eso lo garantizaban las mujeres judías de París. Otro factor era, que éstos talleres les pagaban menos a sus obreras que los talleres franceses. La situación migratoria de las mujeres no estaba en orden, para el gobierno eran ilegales.
Este relato cubre un capítulo más de la larga historia de las migraciones del Pueblo Judío.
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