Ahmadinejad en la ONU: Pone en duda el 11-S y el Holocausto

ANTONIO CAÑO/EL PAÍS

En una de sus más provocadoras y conseguidas actuaciones en la ONU, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, ha dado lugar a una desbandada general en el aforo de la Asamblea General al volver a poner en duda el Holocausto y referirse al 11-S como “ese misterioso incidente”, entre otras brutales descalificaciones a Estados Unidos que arruinan cualquier ilusión de moderación de parte del régimen al que representa.

El discurso de Ahmadineyad ha sorprendido por su dureza y, además de reabrir un litigio que parecía relativamente dormido en los últimos meses, obliga a preguntarse sobre su significado en el contexto de la lucha por el poder que desde hace tiempo se viene librando en Irán. Ahmadinejad ha llegado este año a Naciones Unidas con aparentes signos de debilidad, por la hostilidad de que ha sido víctima de parte del sector religioso más intransigente, y precedido de algunos gestos de buena voluntad que parecían anunciar una versión moderada y conciliadora del presidente iraní.

No fue así. Después de varios minutos dedicados a resaltar la divinidad del ser humano y la presencia de Dios en todo aquello que crea el hombre, incluida la ONU, ha arremetido ferozmente contra EE UU, a quien recordó la esclavitud, el uso de bombas atómicas, la guerra de Vietnam, entre otros episodios, y al que culpa de la recesión económica que vive hoy el mundo.

Todo eso forma parte del repertorio habitual de los discursos de este dirigente, y solo ha molestado en la medida en que era el indicador de que Ahmedinejad no venía a Nueva York precisamente a hacer amigos. Pero lo que forzó que la delegación norteamericana recogiera su carpeta y abandonara la sala fue la alusión del líder iraní a que EE UU había “utilizado ese misterioso suceso del 11-S como pretexto para atacar a Irak y Afganistán”.

Las teorías conspirativas sobre el 11-S, del que se acaba de cumplir el décimo aniversario, se han escuchado muchas veces y en muchos sitios. Ahora han resonado en la tribuna de la ONU, en Nueva York, a un par de kilómetros de la Zona Cero, y en la inauguración de una Asamblea General, probablemente el momento estelar de la política internacional cada año.

Tras EE UU, y ante la evidencia de que la oratoria de Ahmadineyad no se templaba, se ha levantado los representantes de Francia, y después de ellos, los de los demás países europeos y de otros continentes que igualmente se sentían heridos por las palabras del presidente iraní, quien no solo ha atacado a EE UU sino a “la ideología sionista” que lo invade todo y a los judíos como tal. No se puede entender de otra manera su nueva alusión de que “usando las redes de medios de comunicación imperialistas que están bajo la influencia del colonialismo, poderes arrogantes amenazan a quienes cuestionan el Holocausto y el 11-S con sanciones y acciones militares”.

Ahmadinejad ya provocó la ira y consternación mundial cuando en 2005 dijo en este mismo foro que “han creado un mito en el nombre del Holocausto”. Pero desde esa fecha daba la impresión de que el presidente iraní había evolucionado hacia posiciones más prudentes y representaba, en realidad, el rostro más amigable del régimen iraní. Antes de llegar a Nueva York ha concedido entrevistas a medios norteamericanos en las que incluso se muestra relativamente conciliador en lo que se refiere al programa nuclear de Irán.

Tras el discurso de hoy, ese problema cobra de nuevo vigencia y urgencia. Obama mencionó ayer en su discurso en la Asamblea que la comunidad internacional tenía derecho a conocer qué esconde la investigación nuclear iraní. La semana pasada, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), dependiente de la ONU, advertía del riesgo de que el Gobierno de Irán hiciera un uso militar de su desarrollo nuclear.

Es muy posible que exista alguna conexión entre ese asunto y el tono empleado hoy por Ahmadinejad en su discurso. Puede ser, o bien un mensaje a EE UU de que no existe ninguna posibilidad de negociación en materia nuclear, o una señal a los ayatolás en Teherán de que no se ha “vendido” a Occidente. O bien las dos cosas al mismo tiempo. La complejidad y el oscurantismo de la política interna iraní permiten especular con cualquier conjetura.

Es, en todo caso, una mala noticia para Barack Obama, que no solo tendrá que enfrentarse a la realidad acuciante de ese conflicto, sino a la presión política doméstica por no haber sido hasta ahora más enérgico con Ahmadinejad. Sarah Palin ha dicho en la víspera de este discurso que Obama no debería haberle permitido al presidente iraní acercarse a la ONU, una opinión que seguramente comparten la gran mayoría de los candidatos presidenciales republicanos, con gran ignorancia de las reglas de funcionamiento de esta organización y de los límites de los poderes presidenciales.

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