ESTHER SHABOT/TRIBUNA ISRAELITA
Tras meses de expectativas, anuncios y polémicas, finalmente el pasado viernes 23 de septiembre Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, entregó formalmente al Secretario General de la ONU su solicitud de reconocimiento del Estado de Palestina como miembro formal de la comunidad de naciones. Gracias a un paciente trabajo diplomático de meses, Abbas llegó al foro de la Asamblea General arropado por un buen nivel de apoyo entre múltiples naciones dispuestas a respaldar la pretensión palestina.
Sin duda muchos de tales apoyos se gestaron al amparo de la positiva evaluación de los avances que la gestión de Abbas y su primer ministro, Salam Fayyad, consiguió en Cisjordania. Destacan en ese sentido el clima de mayor tranquilidad y orden, la reducción drástica de la violencia terrorista contra Israel, el notable crecimiento económico en la zona y la construcción de instituciones necesarias para respaldar el eventual surgimiento de su Estado nacional.
A pesar del rechazo del gobierno israelí a la iniciativa de Abbas y del anuncio del presidente Obama de que E.U. la vetaría en el Consejo de Seguridad en caso de ser aprobada por nueve de los miembros de éste, el presidente palestino siguió adelante con su plan. El paso se dio así acompañado de los consabidos discursos tanto de Abbas mismo, como de su contraparte Netanyahu y de Barack Obama. Lo que en el foro de Naciones Unidas se expresó el viernes por estos tres personajes permite sin duda lecturas diversas enfocadas a extraer los matices indicativos de hacia dónde podrían ir las cosas. De ahí que ríos de palabras y de tinta estén corriendo en estos días para presagiar escenarios posibles, sin que haya hasta el momento gran claridad al respecto.
No se sabe, por ejemplo, cuándo y cómo el Consejo de Seguridad discutirá el tema y emitirá su voto. Hay posibilidades de que el asunto se arrastre intencionadamente a fin de dar tiempo a la búsqueda de nuevas opciones como la que está tratando de ofrecer el Cuarteto para el Oriente Medio (E.U., Rusia, la Unión Europea y la ONU) y que consiste en comprometer a las partes a un proceso de paz estrictamente calendarizado que fije un plazo de un año para la creación del Estado palestino. Tampoco se sabe cuándo el tema llegará a ser objeto de la votación en el seno de la Asamblea General.
Quedan también entre signos de interrogación las reacciones de los palestinos e israelíes comunes ante esta situación, lo mismo que las de las masas árabes del resto de la región, convulsionadas de por sí a causa de las revueltas populares que actualmente protagonizan.
La iniciativa de Abbas ha sido, en ese sentido, una arriesgada apuesta realizada con la evidente intención de avanzar en el objetivo de conseguir un Estado para su pueblo y terminar con la ocupación israelí, pero es claro que a estas alturas falta aún mucho camino que recorrer por lo que el resultado final sigue siendo bastante incierto.
Una de las pocas cosas que por lo pronto significa ya un cambio es que las piezas del tablero del Medio Oriente se han movido de forma dramática. La iniciativa de Abbas ha cumplido en ese aspecto con su cometido ya que logró poner fin a la parálisis en la que había caído el tan mentado proceso de paz israelí-palestino. Dicha parálisis, de prolongarse por más tiempo, pondría fin a la posibilidad real de que la fórmula de “dos Estados para dos pueblos” llegara a concretarse y ello significaría sin duda una tragedia para ambas partes, desesperadamente necesitadas de conseguir su “divorcio” para normalizar sus vidas.
En ese sentido, lo mejor que les puede suceder a israelíes y palestinos es que esta sacudida de las piezas sirva como detonante para trabajar con seriedad y compromiso en tal sentido. Habrá que ver.
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