ARNOLDO KRAUS/ LA JORNADA
28 de septiembre 2011- Hace poco menos de un mes, mi querido y admirado Manuel Felguérez, inmejorable persona, orgullo de México, artista cuyos lienzos transforman irrealidades en realidad, lúcido lector del mundo y de nuestra nación me decía: Quienes asesinan, decapitan o secuestran gozan su activad como lo hace un pintor o un escritor. Su idea, cruel y dura, es correcta. La reciente matanza en el casino Royale, en Monterrey, avivó los comentarios de Felguérez y abonó cadáveres a la desesperanza. Vivir, sumidos en la desconfianza, es muy grave. La inmensa mayoría de la población en México carece de esperanza.
Cuando hablo de esperanza no me refiero a la virtud teologal cristiana, sino a la perspectiva de adquirir un bien con la probabilidad de lograrlo, o bien, al estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos; carecer de esperanza es ominoso. Ése es el legado de nuestros gobiernos y ésa es nuestra realidad. Basta medir el tiempo entre la masacre in vivo del casino Royale y el depósito de 35 cadáveres, en pleno día, y en una zona transitada de Veracruz. Entre una miríada de torpezas y tropiezos, los gobiernos mexicanos son culpables de la desesperanza que azoga al país.
Aunque ignoro la proporción de mexicanos víctimas del mal de la desesperanza, apuesto a que la inmensa mayoría de la población padece el síndrome de la desesperanza. Apuesto, asimismo, a que el gobierno actual no contrataría a una compañía neutral dedicada a valorar la opinión pública donde el tema central sea la esperanza. A vuelapluma enumero algunas preguntas: ¿confía en el gobierno actual?, ¿se mudaría a Ciudad Juárez?, ¿piensa que se encontrará a los culpables de los feminicidios?, ¿se encarcelará a los responsables de la masacre del casino Royale?, ¿considera que ha disminuido la corrupción?, ¿confía en el sistema de justicia?, ¿piensa que se debería meter a la cárcel a algún político?, ¿confía en la policía?, ¿han mejorado sus condiciones de vida?, si busca empleo, ¿lo consiguió?, si está enfermo, ¿fue tratado adecuadamente en las dependencias de gobierno?, ¿ha disminuido la impunidad?, ¿mejorará el trato a los indocumentados que viajan por nuestro país hacia Estados Unidos?… y… y… y… ¿tiene esperanza en que el país mejore?
La ciudadanía carece o tiene poca esperanza. Más de la mitad de la población como consecuencia de la humillación que inflige la pobreza extrema y crónica, la inmensa mayoría por culpa de los desgobiernos que han dilapidado todo lo relacionado con la ética y todos, menos los políticos y uno que otro empresario, por la cotidianidad de los asesinatos y por la ausencia de justicia. Vivir en un país donde la desesperanza se disemina como un cáncer muy agresivo es el resultado de la suma de los gobiernos previos y del actual. Lamento no conocer el dato, pero, sería sano saber cuántos de nuestros políticos y ex funcionarios viven parte del tiempo o todo el tiempo en el extranjero.
La agonía que asfixia al país perdura y perdurará ad nauseam si la clase (¿…?) gobernante (¿…?) presente y futura no asume sus obligaciones: educar, crear empleos, no robar, acabar con la corrupción y la impunidad, es decir, hacer todo lo que no hacen o dejar de hacer todo lo que hacen (el orden de los factores sí invierte el producto). Nuestros gobernantes han socavado, si no destruido, las esperanzas de la ciudadanía. El auge del narcotráfico se debe, entre otras razones, al desgobierno. La mayoría de los 600 mil connacionales contratados en lo que va del año por la industria del narcotráfico hubiesen preferido emplearse en otras empresas y no acabar regados en las calles del país.
El desempleo, la mala educación, los mediocres servicios de salud y las (casi) nulas esperanzas ofrecidas por los señores Calderón, Fox, Zedillo, Salinas de Gortari y el resto de nuestros despresidentes son algunas razones del auge del narcotráfico y de la creciente desesperanza. El abandono y el olvido, aunque las estadísticas del gobierno mexicano –de ellos y sólo de ellos– vomiten otros datos, ha sido demasiado. De ahí la diseminación del narcotráfico. De ahí ese modus vivendi, y las razones de Felguérez: acabar con el enemigo, no sólo es necesario, sino satisfactorio. De ahí la desesperanza.
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