Irán prohíbe las pistolas de agua

 

JULIÁN SCHVINDLERMAN

La República Islámica de Irán ha de ser uno de los lugares más infelices sobre la faz de la tierra. Apenas en los primeros cuatro meses desde el inicio del año iraní, en marzo, 952 personas se suicidaron. Eso da un promedio de ocho suicidios diarios. Según cifras oficiales, equivale a un 5% de aumento respecto del año anterior. “Los iraníes no viven vidas normales”, se lamentaba hace poco el ex diplomático persa Mehrdad Khonsari. Realmente no lo hacen. El gobierno teocrático desprecia la libertad -individual y colectiva- de sus súbditos, impone códigos sociales severos y exige un comportamiento ultraconservador de parte de sus ciudadanos.  Las mujeres deben vestir como fantasmas. Romeos y Julietas que no estén casados no pueden mostrarse en público.

Dentro de sus casas, los iraníes tampoco pueden hallar gran consuelo. Los discos satelitales están prohibidos, de modo que solamente la programación oficial puede ser vista legalmente. Los programas de televisión, como las películas, deben respetar los estrechos parámetros estipulados por los censores. Recientemente programas de cocina occidental fueron cancelados, similar destino sufren las películas cuyas escenas tuvieren remotamente algún componente erótico. Para los casi cincuenta millones de hombres y mujeres menores de treinta años que viven en Irán, la vida puede ser extremadamente opresiva.

A fines de agosto tuvieron una idea divertida: crearon una página en Facebook invitando a un combate de agua en los parques de Teherán. Ochocientos jóvenes se reunieron con pistolas y bombitas de agua para jugar al modo típico de cualquier carnaval latinoamericano. Pero en la tierra de los ayatollahs, aún el más inocente de los propósitos puede ser considerado un desafío a la autoridad. Con el trasfondo de masivas revueltas populares por todo el Medio Oriente, movilizadas en gran medida por herramientas virtuales como Twitter y Facebook, las autoridades están especialmente sensibles a aglomeraciones. La policía fue enviada al lugar y durante cuatro horas persiguió a los jóvenes, quienes -en lo que se puede definir como un heroico acto de autodefensa comunal- dispararon sus pistolas de agua contra los policías e incluso arrojaron bombitas de agua sobre sus cabezas. Las fuerzas de la ley y el orden superaron las victorias iniciales de los rebeldes armados cuando decidieron cortar el suministro de agua y pudieron arrestar a muchos de ellos.

Eso fue tan solo el inicio de la batalla. Como todo estratega sabe, el combate en el terreno debe estar respaldado por inteligencia de vanguardia. Conforme reportó Farnaz Fassihi, los agentes de seguridad tomaron los datos de los suscriptos a la cuenta de “Guerras de Agua” en Facebook y comenzaron a detenerlos. La magnitud de la tarea no parecía disuadir a los guardianes de la moral iraní: esa cuenta registraba 19.000 miembros y tenía 22 sucursales virtuales en todo el país. “La policía lidiará fuertemente con los transgresores de los parques que están amenazando la seguridad y la paz de nuestra sociedad” advirtió el jefe de la policía de Teherán, Hussein Sajedina. Algunos de los jóvenes encarcelados fueron obligados a desfilar y confesar el “delito” ante las cámaras de televisión. Oficiales del gobierno interrogaron a los dueños de las jugueterías de Teherán y algunos de ellos optaron por no vender más ese armamento peligroso. La agencia de noticias oficial Fars culpó al sionismo israelí y al imperialismo norteamericano de viciar a la juventud iraní.

Para un gobierno que busca obstinadamente construir una bomba nuclear, resulta tragicómico verlo espantado ante un simple juguete hidráulico. Claramente, los ayatollahs no aprecian la incongruencia de pretender persuadir al mundo entero de que la posesión de armas de destrucción masiva es algo lícito, mientras simultáneamente dan el mensaje de que una pistola de agua es moralmente letal.

 

 

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Julián Schvindlerman: Analista político internacional, escritor y conferencista. Posee una licenciatura en administración de la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Es autor de los libros “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” y “Tierras por Paz, Tierras por Guerra”, así como de los ensayos “Introducción al Nuevo Antisemitismo” y “El Otro Eje del Mal: antinorteamericanismo, antiisraelismo y antisemitismo”. Es columnista del periódico Comunidades, de Radio Jai, de FM Identidad y de Radio Universidad de Belgrano. Es profesor invitado en la materia Tópicos de Política Mundial en la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (UCEMA).