CHARLES KRAUTHAMMER/ THE WASHINGTON POST WRITER’S GROUP/LIBERTAD DIGITAL
Aunque diplomáticamente inconveniente para las potencias occidentales, el intento del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, de obtener el visto bueno de la ONU para su declaración unilateral del Estado palestino ha suscitado una simpatía generalizada. Después de todo, ¿qué otra opción le quedaba?Según la versión aceptada, la paz en Oriente Próximo es imposibilitada por un Israel radical encabezado por el Likud, que se niega a aceptar un Estado palestino y sigue construyendo asentamientos.
La forma en que esta grotesca inversión de la realidad se ha convertido en la opinión generalizada es notable. En realidad, Benjamin Netanyahu obligó a su coalición gubernamental, encabezada por el Likud, al reconocimiento abierto del Estado palestino, generando así el primer acuerdo nacional israelí en torno a una solución del conflicto basa en la existencia de dos Estados. Asimismo, Netanyahu ha sido el único primer ministro israelí en acceder a una moratoria –de diez meses– en lo relacionado con la construcción en los asentamientos, algo que ningún Ejecutivo de Kadima o del Partido Laborista hicieron nunca.
A todo esto Abbás respondió boicoteando las conversaciones con Israel durante nueve meses, volviendo a la mesa al décimo mes y abandonándola en cuanto expiró la referida moratoria. El otro día reiteró que seguirá boicoteando las conversaciones a menos que Israel renuncie por anticipado a cualquier territorio más allá de la línea de demarcación de 1967. Lo que significaría, por ejemplo, que el barrio judío de Jerusalén sería territorio palestino. Esto no sólo es absurdo. Es que vulnera los acuerdos de paz, que dictaminan que este tipo de cuestiones han de ser el objeto de las negociaciones, no un requisito para iniciarla.
Abbás insiste sin vacilar en el denominado derecho de retorno, que destruiría demográficamente Israel al inundarlo de millones de individuos árabes, lo que haría del único Estado judío el Estado árabe número 23. El rais ha afirmado numerosas veces, la última de ellas la semana pasada en Nueva York: “No vamos a reconocer al Estado judío”. Lo cual no deja de ser consistente con la tradición palestina de rechazo a la existencia de Israel. Recuerde:
– Camp David, 2000. En una cumbre auspiciada por Estados Unidos, el primer ministro israelí, Ehud Barak, ofreció a Yaser Arafat un Estado palestino en Gaza, Cisjordania… y Jerusalén, lo cual era hasta el momento algo inconcebible. Arafat rechazó la oferta y no hizo la menor contrapropuesta, con lo que puso de manifiesto su falta de seriedad a la hora de alcanzar cualquier acuerdo. En lugar de eso, lanzó una salvaje guerra terrorista que se cobró la vida de millar de israelíes.
– Taba, 2001. Está en juego un acuerdo aún mejor para los palestinos, los Parámetros Clinton. Pero Arafat vuelve a dar un portazo.
– Israel, 2008. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, capitula por completo ante las exigencias palestinas: el 100% de Cisjordania (con intercambios territoriales), el Estado palestino, la división de Jerusalén, cuyas zonas musulmanas pasarían a ser la capital de Palestina. Increíblemente, incluso ofrece dejar los santos lugares de la ciudad, empezando por el Muro de las Lamentaciones, en manos de un organismo internacional en el que tomarían parte países como Jordania y Arabia Saudí.
¿Aceptó Abbás la propuesta de Olmert? Por supuesto que no. De haberlo hecho, el conflicto habría acabado y Palestina sería ya miembro de las Naciones Unidas.
Esto no es historia antigua. Estamos hablando de planes y propuestas de los últimos diez años. Planes y propuestas que invalidan por completo el discurso insensato de la “intransigencia” israelí como obstáculo para la paz.
¿Los asentamientos? Cada uno de los radicados en la nueva Palestina será destruido y evacuado, tal y como se hizo con los de Gaza.
¿Por qué, entonces, dicen que no los palestinos? Porque decir que sí les obligaría a suscribir un acuerdo de paz definitivo que implicaría su aceptación de la existencia de un Estado judío sobre lo que ellos consideran parte integral del patrimonio islámico.
La palabra clave aquí es definitivo. Los palestinos están muy dispuestos a suscribir acuerdos provisionales, como los de Oslo. Acuerdos-marco, como los de Annapolis. Acuerdos de alto el fuego, como el armisticio de 1949. Cualquier cosa menos un acuerdo definitivo. Cualquier cosa menos una paz definitiva. Cualquier cosa menos un tratado que ponga fin de una vez por todas al conflicto y deje vivo al Estado judío.
Después de todo, ¿a qué acudió Abbás a las Naciones Unidas el otro día? Durante prácticamente medio siglo, Estados Unidos ha buscado un acuerdo sobre la base paz por territorios, que dio lugar al tratado de paz israelo-egipcio de 1979 y al israelo-jordano de 1994. Desde entonces, Israel ha ofrecido paz por territorios a los palestinos en tres ocasiones, y las tres veces ha visto sus ofertas rechazadas.
¿Por qué? Exactamente por la misma razón por la que Abbás acudió a las Naciones Unidas el otro día. Porque lo que quieren es obtener territorio sin conceder la paz. Acceder a la soberanía sin recononer al Estado judío. Proclamar el Estado sin negociaciones previas.
Lo que quieren es una Palestina independiente en un estado de guerra permanente con Israel.
Esta es la razón por la que, con independencia de quién estuviera gobernando Israel, nunca se ha alcanzado la paz. Las diferencias territoriales son solucionables; los conflictos existenciales no.
Paz por territorio, sí. Pero entregar territorio sin obtener la paz es un suicidio.
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