JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS/EL PAÍS
Azar Nafisi, Fernando Savater y Adam Michnik destacan la vigencia de ‘El pensamiento cautivo’, el ensayo antitotalitario del nobel polaco Czeslaw Milosz.
“Chicas de la generación de mis hijas han sido encarceladas y torturadas en Irán por ser ellas mismas. El pensamiento cautivo es su historia. No les he contado yo el libro a ellas sino ellas a mí”. Azar Nafisi, ensayista iraní exiliada en Estados Unidos y autora del ya mítico Leer Lolita en Teherán, es contundente. Ayer martes, por ejemplo, no se anduvo por las ramas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde participó en un coloquio en torno al pensamiento político del poeta polaco Czeslaw Milosz (1911-2004), ganador del Premio Nobel de literatura en 1980 y cuyo centenario se celebra este año. Nafisi empezó leyendo unos versos de Milosz porque, recordó, nunca le hizo demasiada gracia que se le citara siempre como el autor de una reflexión sobre el totalitarismo y no como el de algunos de los poemas más influyentes del siglo pasado. Muchos de ellos recogidos en el volumen Tierra inalcanzable (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), traducido por Xavier Farré, que ha preparado también una versión directa del polaco de El pensamiento cautivo, una obra publicada por la editorial Tusquets.
Recordado Milosz, la escritora iraní recordó también que la misión de los poetas es, “como acto, más existencial que político”, celebrar la realidad y cuestionarla, algo que el polaco hizo en sus versos pero también en un ensayo como El pensamiento cautivo, publicado en 1953, al poco de romper con el régimen comunista de su país. Para Nafisi, si la poesía trasciende “el tiempo y el lugar” en el que fue escrita, un texto como El pensamiento cautivo sigue hablando, seis décadas después, de cosas que pasan todavía hoy. En Irán, por ejemplo. “Los jóvenes lo entienden en su carne. En la república islámica hay miedo a la conciencia individual y a los derechos individuales. Incluso para una chica sin relación con la política, el modo en que se viste o camina termina siendo un gesto político, como escuchar rock o leer a Camus en los países comunistas”, explicó. “En Irán cada gesto ha sido confiscado por el régimen. Cuando vivía allí me despertaba siendo yo misma, pero salía a la calle siendo otra: con un velo en la cabeza, sin poder saludar a los hombres…”.
Nafisi quiso dejar claro que el fundamentalismo es una ideología religiosa y no una cultura: “Sería como decir que la Inquisición es la cultura europea. El fundamentalismo ha secuestrado la religión”. Para Milosz, recordó por su parte el periodista polaco Adam Michnik, el marxismo era una forma de religión pagana. “En su descomposición”, añadió, “el último estadio de descomposición de los regímenes comunistas es el nacionalismo étnico. Piensen en Milosevic en Yugoslavia”. Antes, el director del periódico Gazeta Wyborcza recordó una visita a Teherán. “Fue un trauma. Vi ciudades modernas que habían sido trasladadas a la fuerza a la baja Edad Media. Si eso había ocurrido en Irán, pensé, podía ocurrir en cualquier parte del mundo. Lo dije y me llamaron histérico, pero no hay mayor peligro que la ideologización de la religión”, dijo antes de alertar del ascenso de la extrema derecha religiosa en Polonia.
Símbolo de la resistencia
Michnik es todo un símbolo de la resistencia democrática en Polonia, una actitud que pagó con la cárcel. “Estuve en prisión pero nunca sentí que mi mente estuviera cautiva”, aclaró al tiempo que recordaba el fervor que despertó Jomeini en no pocos escritores occidentales. Similar, añadió, al que sentían por los gobiernos prosoviéticos: “Muchos intelectuales vivían en una burbuja. Solo leían L’Humanité y escuchaban radio Moscú en francés. Sartre llegó a decir que había que ocultar los crímenes del Gulag para no desmoralizar a los obreros franceses”.
El papel del intelectual ante el totalitarismo fue el elemento que Fernando Savater destacó en su lectura de El pensamiento cautivo, “uno de los grandes ensayos del siglo XX”. No solo es un gran testimonio del estalinismo, explicó, sino un texto de una enorme ironía y profundidad. “No cuenta los crímenes sino la fascinación por los crímenes”, dijo el autor de Ética para Amador. “Milosz radiografía varias de las enfermedades profesionales del intelectual. Una, la búsqueda de un orden absoluto para la realidad. Otra, más sutil todavía, el afán no de mandar sino de obedecer. Lo curioso es que eso no se da entre gente iletrada sino leída e inteligente”.
Fascinación por el nacionalismo
Preguntado por Michnik, Savater recordó que, en España, la mayoría de los intelectuales de peso fueron antifranquistas, pero señaló una fascinación que, a su juicio, todavía pervive: “La docilidad del intelectual hacia los nacionalismos, a los que considera progresistas”. Todos los participantes en el coloquio, moderado por la crítica literaria Mercedes Monmany, coincidieron en que el gran desafío en la democracia era, dijo Nafisi citando a Saul Bellow, “sobrevivir a la tragedia de la libertad”.
El totalitarismo, apuntó Savater, llena de sentido la libertad administrándola por los ciudadanos. Contra Franco, contra Stalin o en Irán, el enemigo está claro, otra cosa es, añadió Nafisi, vivir en sociedades marcadas por el consumismo y por la búsqueda de la píldora de la felicidad. “Autores como Milosz, Hannah Arendt o Nabokov, que llegaron a Estados Unidos desde regímenes dictatoriales, se dieron cuenta enseguida de ese peligro”. En una democracia el pensamiento cautivo cambia de traje. De ahí el riesgo, alertó Savater, del “nuevo totalitarismo de la mente” que puede provocar el mal uso de Internet y las redes sociales, allí donde “todo es instantáneo, todas las opiniones parecen valer lo mismo y si dices lo contrario pareces un viejo elitista, donde se puede sustituir la identidad de una persona o destrozar la reputación de otra”. La nueva mente cautiva en la web sería, dijo el filósofo español, “un libro que me gustaría leer”.
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