ANTTON IPARRAGUIRRE/DIARIO VASCO.COM
La muerte en Donostia del último belga condenado a muerte por colaboracionista con los nazis sorprende a sus vecinos. Residía en San Sebastián desde 1964 tras abandonar Bolivia, y realizaba muchos viajes a Bélgica «para visitar a sus amigos»
La muerte en Donostia del último belga condenado a muerte por colaboracionista con los nazis sorprende a sus vecinos. Residía en San Sebastián desde 1964 tras abandonar Bolivia, y realizaba muchos viajes a Bélgica «para visitar a sus amigos»
«Todavía estamos sorprendidos por la noticia. Nosotros pensábamos que era un diplomático retirado». Así se expresaba ayer una mujer del barrio donostiarra de Amara tras conocer que el anciano amable y elegante al que saludaba a menudo en la escalera de casa era en realidad el último ciudadano belga condenado a muerte en su país por colaborar con los nazis durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial.
El hombre falleció el pasado jueves a los 88 años y el funeral se celebró el sábado en la parroquia de La Sagrada Familia, según una esquela publicada por su familia en este periódico con el nombre de Pablo Simons De Aerschot. Además, había otra en la que sus nietos le prometían, en euskera y francés, que jamás le olvidarían.
Según se comentó en el vecindario, la muerte le sobrevino en su casa, al parecer por un infarto. Un operario de las obras del cercano colegio de Peñaflorida acudió al inmueble para tomar unas fotografías del centro escolar y su mujer, que padece alzheimer, comenzó a pedir ayuda desde el descansillo al grito de ¡mi marido! ¡mi marido!. El obrero acudió en su auxilio y se encontró el cadáver en el domicilio. El matrimonio vivía solo pero era visitado a menudo por sus hijos.
Una vecina recuerda que la «familia Simons» vive en el inmueble desde 1976, y le consideraba «un hombre muy educado, siempre bien vestido y que viajaba mucho». Afirma que «Pablo -como era conocido en Amara- realizaba muchas visitas a Bélgica. Decía que era para visitar a viejos amigos. También viajaba hace unos años a Asia». Por esa razón no es de extrañar su siguiente afirmación: «En la vecindad todos pensábamos que había sido cónsul de Sudáfrica, aunque ignoro la razón, no sé si lo había contado él alguna vez», afirma.
Diferentes identidades
Con su muerte se ha conocido toda la verdad que tan celosamente ocultó Pablo Simons en vida durante más de sesenta años. Varios medios belgas se han hecho eco en los últimos días de su fallecimiento en San Sebastián, y es que en Bélgica todavía está viva la historia del colaboracionista, conocido como ‘El gran rubio del revólver’.
Según se ha publicado en Bélgica, su verdadera identidad era Paul van Aerschodt, nacido en 1922 en Houdeng-Aimeries (La Louviére). Inició su colaboración con los alemanes con solo 17 años. Se unió al movimiento rexista de Léon Degrelle, dirigente pro nazi que falleció en Málaga en 1994, cincuenta años después de huir de su país y refugiarse en España gracias a la protección que le brindó el régimen franquista. En unas declaraciones a un medio belga, Simons negó que hubiera mantenido una relación estrecha con Degrelle, aunque admitió haber ayudado a los nazis.
Tas el fin de la ocupación, las autoridades belgas acusaron a Simons de trabajar durante cuatro años para los alemanes y de pertenecer a las juventudes hitlerianas, como él mismo admitió en un medio. Le relacionaron con la deportación de decenas de miles de jóvenes varones a Alemania para realizar trabajos forzosos. Unos 2,500 se negaron y veinte de ellos fueron ejecutados. Se le condenó a muerte en rebeldía en 1946 y se le privó de la nacionalidad belga.
Pero también hay otras versiones sobre el papel de este hombre durante la ocupación nazi. Testimonios de esa época aseguran que colaboró asimismo con la resistencia, ayudando a sus miembros y facilitándoles documentación falsa para que pudieran huir antes de caer en manos de los alemanes.
Pese a ser detenido al final de la guerra, se fugó de la prisión de Charleroi en 1945 y llegó a España, donde estuvo arrestado en el campo de extranjeros de Miranda de Ebro. Un religioso le ayudó a partir a Bolivia y vivió en su capital, La Paz, donde residían cientos de nazis. Allí regentó un restaurante, El corso, utilizando el nombre de Juan Pablo Simons. En su local se reunía con el ex jerarca nazi Martin Bormann, que llevaba una plácida vida de sacerdote redentorista, y con Klaus Barbie, ‘El carnicero de Lyón’, detenido en Bolivia en 1983, condenado a cadena perpetua en Francia en 1987 y muerto en Lyon en 1991.
Abandonó Bolivia en 1964 y llegó a España, fijando su residencia en San Sebastián, según varias fuentes, aunque en alguna ocasión viajó a La Paz. «Un boliviano estuvo de sirviente en su casa durante unos diez años», señala su vecina.
Además, según se ha publicado en Bélgica, Simons ocultó tan bien su identidad verdadera que Naciones Unidas no le descubrió y le contrató para el departamento de Organización Internacional del Trabajo, como experto en turismo. Fue de 1969 a 1976, con el nombre de Paul Jean Léon Simons de Aerschot y nacionalidad boliviana. Trabajó en Chipre y Rumanía, y también en Afganistán y la Alemania del Este para otra agencia de la ONU.
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