FEDERICO REYES HEROLES
“We need more Jobs and less politicians“
— Anónimo mexicano en las redes sociales
El aplauso mundial es estremecedor. Pero no se aplaude a un poeta de gran popularidad como Victor Hugo. Tampoco a un héroe de mil batallas o al actor que dio vida a fantásticos personajes, ni a un científico que salva vidas. El aplauso tiene así una calidad distinta. De ahí lo asombroso del fenómeno. El mundo aplaude hoy a un empresario, a un hombre muy rico, categorías que en algunos generan sospecha, peor aún después del terrible espectáculo de irresponsabilidad empresarial del 2008. Pero Steve Jobs está más allá.
Muy pocos lo conocieron personalmente y sin embargo las muestras de respeto, de gratitud han brotado en todo el globo. Porque Steve Jobs está en la vida de cientos de millones de habitantes de este planeta. La manzana incompleta es el símbolo de una actitud hacia la vida con un lema: todo puede ser mejor. Por qué no viajar con un acervo de música personalísimo e infinito en un objeto que cabe en la bolsa de una camisa. Y allí pueden acompañarnos las sonatas completas de Beethoven a un clic de Dylan o quien sea. Por qué no pensar que un objeto similar pueda ser cámara y guardar infinidad de imágenes. Y ya que la imaginación anda de fiesta, también puede ser teléfono, reloj, despertador. Y de una vez por qué no poder navegar en internet. Jobs simbolizaba eso, la imaginación y la tecnología al servicio de una vida mejor.
Pero muchas compañías podrían alegar lo mismo. Los refrigeradores y las licuadoras también ofrecen una vida mejor. ¿Cuál es la diferencia? La manzana de Jobs encierra una relación íntima que reta al consumidor. La amabilidad en el acceso va acompañada de una exigencia. Si usted no escucha las sonatas de Beethoven es simplemente porque no quiere. Las puede usted adquirir por una bicoca tecleando, ya no necesita moverse, ni ir a la tienda. La tienda está en su bolsillo. Escuche música. Si usted no aprovecha su smartphone para cambiar su vida, para mejorarla, algo anda mal en usted consumidor que puede enviar mensajes o consultar el clima o las bolsas. Aproveche para tomar una fotografía a su novio, a su nieta, a un lago o a su perro. Así cada vez que prenda el aparato recibirá usted un mensaje cálido.
Jobs innovó en las técnicas para innovar en las vidas cotidianas. Usted consumidor de nuestra tableta, puede llevar toda una biblioteca en un artículo que pesa 880 gr. Puede leer en su cama, en el autobús, el avión o tirado en un prado. Lea, más fácil imposible. El mundo aplaude hoy esa agitación de la vida cotidiana que nació de la genial cabeza de un hombre que confió en que la creatividad del ser humano podía transformar al mundo. La tecnología debía servir para hacernos mejores seres humanos: mejor informados, mejor comunicados, más rápidos y productivos. La vida social y la política podían ser diferentes. Pero todo eso no debía estar reñido con la estética, con el gozo, con la fruición. No había que escatimar nada para lograr que la técnica y la estética se encontraran en el diseño. Y sí, en el camino se hizo un gran empresario y generó mucha riqueza. Fue su fórmula para cambiarnos la vida. Y sí, en el camino se hizo rico, muy rico. Fue una consecuencia de su genio y de su perseverancia. Pero su riqueza tuvo siempre una explicación que estaba en los escritorios o en nuestras manos.
Pero hay otros atributos que el mundo aplaude hoy. Uno de ellos es la sencillez. Los objetos homologadores por excelencia se convirtieron en su uniforme. Tenis, jeans, y un pullover negro. La diferencia estaba detrás de los anteojos, hay que penetrar por la mirada e ir a la cabeza de Jobs. La computadora personal, el iPod, iPhone, el iPad y las tiendas están en la misma pista. Todos debemos ser capaces de disfrazarnos de “cualquiera”. “Vivir como todos, ser como nadie” fue la imagen de felicidad de Cocteau. Jobs siguió esa consigna. Ese fantástico “cualquiera” no tiene interés en exteriorizar las diferencias.
Por el contrario resalta los puntos de encuentro. Un hombre sencillo o un multimillonario deben poder salir a la calle, a ese sitio de encuentro de la ciudadanía y confundirse en tenis, jeans y con un smartphone en la mano. La cuestión es de mínimos y no de máximos, es de igualdad.El mundo aplaude la historia del niño adoptado, del estudiante fallido que tiene que salir a buscar su propia ruta, del enfermo empeñado en producir y ofrecer lo mejor de sí mismo hasta el último momento.
El espontáneo homenaje añora al hombre que vivía de la innovación con perfil humano. Innovación que pone en aprietos, sanos aprietos, a la competencia y estimula los mercados. Cuántos productos andan circulando que son resultado de esa obsesión por demostrar que las cosas se pueden hacer mejor. Cuánto le debe la productividad mundial a la manzana. Cuánto del despliegue de nuestras potencialidades -personales y sociales- se le deben a Steve Jobs. Imposible cuantificarlo, pero la deuda es enorme, como lo fue él.
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