EL UNIVERSAL
Las aspiraciones del pueblo palestino a tener un país son legítimas y necesarias. La mayoría de los palestinos desea vivir en paz y tranquilidad. También la mayoría de israelíes, que quieren convivir con sus vecinos y ser aceptados en una región que les ha sido hostil desde que nació el Estado judío. Es justo decir que tanto israelíes como palestinos anhelan la paz y prefieren el diálogo al enfrentamiento.
Sin embargo, muchos medios de comunicación y organizaciones civiles con intereses ajenos a la paz emprendieron hace mucho tiempo una campaña de propaganda, que se ha multiplicado en la era digital, y que promueve el conflicto en lugar del entendimiento, como el movimiento BDS -boycot, divestment and sactions-, una red de organizaciones que promueve el boicot y las sanciones contra todos los productos, universidades e instituciones israelíes, aunque no sean políticas.
Esas campañas han desinformado a la opinión pública y han vertido una historia de odio que pretende confrontar a ambas partes. Las cosas claras, hay que decir que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) nació en 1964, cuando el Estado judío todavía no tenía ningún tipo de control sobre Cisjordania ni sobre Gaza.
¿Por qué entonces querría “liberar” a Palestina?, ¿de quién?, ¿por qué de Israel, si eran Egipto y Jordania los que ocupaban sus tierras? El reino de Jordania -antes Transjordania- gobernado por el rey Hussein, tomó el control de la Cisjordania desde 1948, antes de eso, Inglaterra tenía un mandato sobre toda el área, tanto lo que hoy es Israel como lo que mañana sería Palestina.
Y el mandato británico, avalado por la Sociedad de Naciones, reconocía el derecho del pueblo judio a toda el área al oeste del río Jordán. Anteriomente, toda esa región, estaba bajo dominio turco sin divisiones políticas. Por tanto, hay que reconocer que el conflicto palestino es político, no idelógico ni étnico. Israel aceptó la partición de la ONU en 1947, no así los árabes. En realidad, el pueblo palestino ya tiene un país en donde conforma una mayoría y ese lugar es el actual reino de Jordania.
El reclamo de una tierra particularmente palestina -no sólo árabe- data de la segunda mitad del siglo XX, cuando los palestinos se dan cuenta, tras perder varias guerras, que necesitan una identidad propia y diferente del resto de los países árabes vecinos. Así, nace la OLP, nace el conflicto político y las reivindicaciones políticas propiamente palestinas. Cabe destacar que el rey Hussein de Jordania representaba, en foros internacionales, los intereses palestinos hasta la década de los 90.
Incluso Yasir Arafar reconocía la legitimidad que tenía el rey Hussein entre los palestinos. Respecto a Gaza, la Franja permaneció bajo control egipcio desde 1948 y no estuvo controlada por Israel sino hasta 1967, después de una guerra que lanzaron Egipto y Siria contra el Estado judío. Israel salió de Gaza en 2005, y ésta está hoy sometida por el control de una organización radical y terrorista que es Hamás, y bajo cuyo dominio los gazatíes nunca tendrán libertad, no importa cuál sea el contexto internacional.
El mito de la crisis humanitaria en Gaza ha sido desmentido por la propia Cruz Roja, y las autoridades israelíes envían unas 15.000 toneladas de ayuda humanitaria cada semana, más de lo que recibe, en proporción, un habitante en cualquier zona de conflicto del mundo.
Este resumen histórico demuestra que la OLP no se creó para que los palestinos tuvieran un Estado en Cisjordania, ni en las mal llamadas “fronteras de 1967”, que en realidad nunca han sido fronteras, sino líneas de armisticio que datan de 1949. La OLP se creó, porque el liderazgo palestino, comandado por Yasir Arafar, no aceptaba la existencia de un Estado judío en Medio Oriente, sin importar el tamaño de sus fronteras. La solución al conflicto palestino no consiste en destruir a Israel, como propone Hamás, tampoco en eliminar a todos los judíos de la faz de la tierra, como pretendía Hadj Amín el Husseini, aliado de la Alemania nazi y líder palestino antes de Yasir Arafat.
La solución pasa por aceptar el hecho de que palestina debe subir al carro de occidente, cooperar con Israel, y desarrollarse para transformarse en la segunda democracia de esa región dominada por dictaduras y regímenes autoritarios. El problema del liderazgo palestino es que no refleja a los moderados. Hamás no es la verdadera Gaza, como Arafat no representaba a la verdadera Cisjordania. De ser así, estaríamos a las puertas de un conflicto inevitable, por ideológico, en el que Hamás busca un genocidio y el ala radical de la OLP no acepta la existencia de un Estado judío en la región. Mientras que del lado judío los radicales que abogan por la existencia del gran Israel llevarían la voz cantante, en contra de una mayoría moderada.
Si Palestina se transforma en un Estado reconocido por la comunidad internacional todos saldrán ganando: se crearía un nuevo mercado en Medio Oriente. Pero si a través de esta iniciativa unilateral Palestina da la espalda a Occidente, lo único que ocurrirá es que el frente de la frontera pakistano-afgana, donde anida Al Qaeda, el estado autoritario e intolerante de Irán y los radicales que han secuestrado la fe islámica, conseguirán un aliado más en la región y provocarán que un conflicto que hoy es político y puede resolverse por medios políticos, mañana podría ser ideológico o de la civilización democrática contra la autoritaria.
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