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viernes 22 de noviembre de 2024

Trostzky, el judío renegado

 

RICHARD PIPES – TABLET

Según Amazon.com, actualmente hay entre sus existencias unas 199 biografías de León Trotsky – casi una cuarta parte de las de Marilyn Monroe -. La nueva biografía de Josué Rubenstein, “León Trotsky: A Revolutionary’s Life” (León Trotsky: Una vida revolucionaria), es una obra especializada perteneciente a una serie de libros de Yale denominada “vidas judías”, serie “diseñada para iluminar la impronta de eminentes figuras judías” dentro de la cultura, todo ello en un sentido amplio.

No hay duda de que genéticamente hablando Trotsky era judío. Pero en lo personal, y culturalmente, negó enfáticamente cualquier conexión con el pueblo judío. Citando mi propio libro, “Russia Under the Bolshevik Regime” (Rusia bajo el régimen bolchevique): Trotsky – el satánico “Bronstein” de los antisemitas rusos, se sentía profundamente ofendido cuando alguien presumía de llamarlo judío.

Cuando una delegación judía apeló a él para que ayudara a sus compañeros judíos, Trotsky montó en cólera: “Yo no soy un judío sino un internacionalista”. Reaccionó de manera similar cuando fue requerido por el rabino Eisenstadt de Petrogrado para que le ayudara a conseguir harina especial para los matzos de Pascua, eso sí, agregó en esta ocasión que “no quería saber nada de los judíos”.

En otro momento dijo que los judíos no le interesaban más que los búlgaros. De acuerdo con uno de sus biógrafos [Baruch Knei-Paz], a partir de 1917 Trotsky “rehuyó los asuntos judíos” y “todo lo referente a la cuestión judía”.

Por lo tanto, resulta dudoso que Trotsky pueda ser adecuadamente catalogado como una “eminente figura judía”. Ciertamente, el así lo habría sentido. No tenía ni idea de cuál era la causa del antisemitismo, afirmando que era “una de las convulsiones más malignas de la agonía del capitalismo”, como si no hubiera existido en la Edad Media, mucho antes de que el capitalismo naciera.

Además, era un renegado. Pero esto no le ayudó a realizar una exitosa carrera en el partido. Sentía que aún así era considerado “un judío” y alguien que durante la década anterior a la toma del poder por los bolcheviques había criticado implacablemente a Lenin y a sus seguidores. Su personalidad mordaz tampoco fue de ninguna ayuda, lo cual contrastaba con la jovialidad de Stalin durante los años en que ambos luchaban por el poder.

La situación de los judíos en la Rusia pre-1917, época que dio forma a la trayectoria personal y política de Trotsky, era muy difícil. A excepción de los ricos comerciantes y de los que tenían un título universitario, estaba limitada a la denominada Zona de Asentamiento. Fueron excluidos de los cargos de gobierno y en conjunto tratados como sujetos de segunda clase. Además, fueron víctimas de una serie de pogromos odiosos en el curso de los cuales fueron golpeados y asesinados, saqueándose sus hogares. Esto hizo que muchos de ellos emigraran y el resto a su vez se inclinara por las ideologías de izquierda.

La opinión predominante era que los bolcheviques se apoyaban en gran medida en los judíos, pero los resultados de las únicas elecciones libres celebradas por el régimen bolchevique, las de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917, revelaron que el voto bolchevique no provenía de la Zona de Asentamiento judío, sino sobre todo de las fuerzas armadas y de las ciudades de la Gran Rusia, donde casi no vivían judíos. El censo del Partido Comunista realizado en 1922 demostró que sólo 959 judíos se habían unido al partido antes de 1917. Si posteriormente la proporción de judíos en el Partido Comunista superaba a la de la población del país, también fue el caso de Italia durante el fascismo. Eso simplemente confirma el hecho de que los judíos son un pueblo muy elocuente y políticamente comprometido.

Rubenstein, el autor de la vida del escritor y periodista soviético Ilya Ehrenburg, ha escrito una biografía sucinta y competente de su protagonista. El libro añade pocas novedades a la literatura existente, y tiene algunas omisiones extrañas. El papel de Trotsky en la Guerra Civil, durante la cual dirigió al Ejército Rojo, lo que podría definirse como su principal contribución a la causa bolchevique, solamente
dispone de algunas someras páginas. También me pareció extraña la afirmación
improvisada del autor de que bajo los bolcheviques “el proletariado había conseguido hacerse con el control del gobierno”. ¿Dónde y cuándo? Los trabajadores no tenían ninguna influencia sobre las políticas del gobierno
soviético, que eran administrados por los intelectuales y dirigentes del partido.

En vista de la paranoia asesina de Stalin, es tentador pasar por alto la crueldad del propio Trotsky y describirlo como la contraparte “humana” de su rival. Esto es absolutamente injustificable. Sin lugar a dudas, Trotsky era más educado que Stalin y fue un ser humano más cultivado. Sin embargo, su radicalismo no era muy diferente del de Stalin. Rubenstein cita una declaración de Trotsky como el lema de su libro: “Nada grande se ha logrado en la historia sin fanatismo”. ¿En serio?
¿En arte, en ciencia, en economía? De hecho, el fanatismo, que es la creencia
acrítica en algo, siempre ha obstaculizado cualquier logro verdadero.

Vamos a examinar brevemente los puntos de vista de Trotsky sobre cuestiones clave tales como el trabajo forzoso, el terror y los campos de concentración y las características sobresalientes del régimen estalinista. Sobre el trabajo forzoso, Trotsky dijo lo siguiente en 1921: “Se dice que el trabajo obligatorio es improductivo. Esto significa que toda la economía socialista está condenada a ser desechada, ya que no hay otra manera de alcanzar el socialismo sin la asignación por parte de los dirigentes de toda la fuerza laboral en un centro económico, asignando toda esa fuerza de acuerdo a las necesidades del plan económico de la nación”.

Me imagino que si Stalin estaba presente en el Tercer Congreso Pan-ruso de los Sindicatos, en el que Trotsky realizó estas declaraciones, debió haber asentido con la cabeza. En vista de los sentimientos del propio Trotsky, es probable que si hubiera tenido éxito Lenin, podíamos haber visto en la Unión Soviética una misma opresión en el trabajo que la que caracterizó a la Unión Soviética con Stalin.

Trotsky no tuvo reparos en introducir en la Rusia Soviética el terror político. Apenas dos meses después de que los bolcheviques hubieran tomado el poder dijo lo siguiente: “No hay nada inmoral en que el proletariado termine con las clases moribundas. Este es su derecho. Ustedes están indignados… con el pequeño terror que dirigimos a nuestros enemigos de clase. Sin embargo, les pongo sobre aviso de que en un mes la mayoría de este terror asumirá formas más espantosas, siguiendo el modelo de los grandes revolucionarios de Francia. Nuestros enemigos se enfrentarán a la cárcel, pero no la guillotina.”

Él mismo definió la guillotina (plagiando al revolucionario francés Jacques Hébert) como un dispositivo que “acorta a un hombre la longitud de su cabeza”. Este comentario macabro, por cierto, es citado por Rubenstein.

Trotsky demostró que no era mera retórica vacía durante la rebelión en la base naval de Kronstadt, en febrero de 1921. Los marineros de Kronstadt representaron el apoyo más precoz e insistente de los bolcheviques, ayudándoles en octubre de 1917 en la toma del poder en Petrogrado, y más tarde ayudándoles a defender la ciudad de los rusos blancos. Pero los marineros gradualmente se desencantaron con el nuevo régimen. En marzo de 1921 se formó un Comité Revolucionario Provisional que se negó a obedecer las órdenes llegadas desde Moscú.

Al llegar a Petrogrado, Trotsky exigió que los rebeldes solicitaran la misericordia del gobierno soviético y ordenó que los familiares de los amotinados fueran tomados como rehenes. Una de las apelaciones del régimen a los rebeldes fue amenazarles con que si continuaban resistiéndose “les dispararían como a perdices”. Trotsky organizó el asalto militar a la isla donde se encontraba la base: cuando algunos de los soldados del Ejército Rojo se pasaron a los rebeldes, ordenó la ejecución de cada quinto soldado que desobedeciera sus órdenes. La isla finalmente cayó. Trotsky no estaba orgulloso de su papel en este acontecimiento, como lo demuestra el hecho de que en sus memorias apenas lo menciona.

Aunque el hecho es poco conocido, fue Trotsky, y no Stalin, quien introdujo en la Rusia soviética el campo de concentración, una institución que bajo Stalin se convirtió en el monstruoso imperio de los Gulag. Trotsky lo introdujo en mayo de 1918, con relación a una rebelión de ex prisioneros de guerra de la República Checa que, en ruta hacia el Extremo Oriente para navegar hacia el frente occidental, se rebelaron cuando se hizo un intento de desarmarlos. En agosto de ese año, y para proteger la línea del ferrocarril que iba desde Moscú a Kazan, Trotsky ordenó la
construcción de una red de campos de concentración para aislar a los “siniestros agitadores, oficiales contrarrevolucionarios, saboteadores, parásitos y especuladores” que no fueran ejecutados o sometidos a otras sanciones. Lenin estuvo totalmente de acuerdo con estas medidas.

En 1919, los campos de concentración fueron establecidos en cada capital de provincia.

En 1923, en Rusia había 315 campos de concentración con unos 70.000 reclusos.

Estos hechos no se encuentran en el libro de Rubenstein, el cual, sin ser una apología, tiende a deslizarse hacia las características más salvajes del pensamiento de Trotsky y de su comportamiento. Mi propia opinión de Trotsky coincide con la de George Orwell, realizada en 1939, cuando Trotsky todavía estaba vivo y se cita en este libro:  “[Trotsky] es probablemente tan responsable de la dictadura rusa como cualquier hombre que ahora viva, y no hay certeza de que como dictador sería preferible a Stalin, aunque sin duda tiene una mente mucho más interesante. El acto esencial es el rechazo de la democracia, es decir, de los valores fundamentales de la democracia. Una vez que se ha decidido apoyar ese rechazo de la democracia, un Stalin, o cualquier otro de su estilo, ya está en camino”.

 

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