ROSALÍA SÁNCHEZ | BERLÍN
“Para mi padre, Berlín era sólo un lugar del que había que huir”
“Mi padre fue un superviviente del Holocausto y no entendía por qué yo quería trabajar en Berlín. Para él, Berlín era sólo un lugar del que había que huir, pero años después, cuando vio el proyecto terminado, me dijo: Hijo, has hecho lo correcto”. Este es uno de los recuerdos más personales que el arquitecto Daniel Libeskind asocia a los inicios del diseño del Museo Judío de Berlín, que hoy cumple 10 años y que ha encajado como un guante en el paisaje y en el carácter de la nueva capital alemana. En estos 10 años de vida, el Museo Judío ha recibido a 7,2 millones de visitantes. Su estructura en zig-zag, una estrella de David rota, ha cumplido el objetivo del arquitecto de “establecer una conexión entre la historia
de los judíos en Berlín, más allá de la devastación de la Shoah, para crear una
esperanza y un significado para las generaciones venideras”.
Visto desde hoy, resulta sorprendente, pero el proyecto tuvo que superar numerosos obstáculos políticos. El concurso surgió en pleno proceso de reunificación de Alemania y muchos se preguntaban por qué debía Berlín destinar tal cantidad de recursos a la historia judía, en lugar de ocuparse del paro galopante, el relanzamiento de la economía de la RDA, o las infraestructuras o la candidatura olímpica. El tiempo demostró, sin embargo, que no sólo de pan viven las capitales europeas. Otra de las críticas más recurrentes fue entonces la sombra que el Holocausto y su recuerdo proyectaban sobre una capital que intentaba reinventarse a sí misma y que se sentía portadora de una nueva luminosidad que debían reflejar sus edificios.
Libeskind, siempre atento al entorno, trabajaba sin embargo en el diseño del Patio de Cristal, un centro de eventos y de encuentro que se sirve de la luz como elemento arquitectónico fundamental, inscrito en un espacio de reflexión que, según su autor, era muy necesario en la Berlín del siglo XXI.
“Se trata de una institución muy importante, los berlineses no pueden ver solamente relucientes torres de cristal en el horizonte y hermosas colecciones históricas, deben tener también a la vista la historia judía, y no se trata en absoluto de una historia superficial, por lo que el edificio debía arraigar profundamente en una visión de la historia y formar parte activa de la vida de Berlín. 10 años después, creo que ese objetivo se ha conseguido”, dice el arquitecto, para quien el Museo Judío se ha convertido además en “una prueba sólida y perseverante de que el cambio, el cambio histórico, es posible”.
‘Los berlineses no pueden ver solamente relucientes torres de cristal en el horizonte y hermosas colecciones históricas’
“Cuando me mudé a Berlín me resultó enormemente difícil por mi historia familiar. No fue una decisión tomada a la ligera, ni mucho menos. Pero cuando comencé a vivir aquí comencé a ver también como Berlín cambiaba, cómo se convertía en una de las ciudades más impresionantes del mundo, una metamorfosis que sucedió delante de mis ojos, mientras yo caminaba por sus
calles, un milagro que llevo ya inscrito en mi experiencia vital”.
En términos parecidos se refiere a esa misma experiencia sobre la evolución de Berlín Daniel Barenboim, que esta noche dirigirá un concierto conmemorativo del 10º aniversario de Museo Judío antes del acto oficial en el que las autoridades del Museo concederán un premio de reconocimiento a la canciller, Angela Merkel.
Libeskind, emocionado como quien ve cumplir años a un hijo en quien ha puesto todas sus esperanzas, apenas ha podido dormir por los nervios y los preparativos. Y no se quita de la cabeza el recuerdo del momento en que se encontraron por primera vez su hoy difunto padre y este Museo, que el arquitecto siente como un hijo. “Fue durante la apertura, con el edificio todavía completamente vacío. El canciller Schröder se le acercó y él era ya demasiado mayor para levantarse, así que Schröder se arrodilló junto a su silla y en esa posición escuchó con fervor la misma historia que tantas veces yo mismo había leído en los labios de mi padre, la de su hermano, uno de los luchadores del gueto de Varsovia, casado con una berlinesa…”.
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