Un judío alemán que se convirtió en traductor del ejército estadounidense es el último sobreviviente de un equipo que realizó exámenes psicológicos a importantes nazis después de la guerra.
Él explica que aprendieron muy poco, pero obtuvieron un conocimiento único de
sus personalidades.
“Si retiras los nombres de estos nazis, y sólo te sientas y hablas con ellos, eran como tus amigos y vecinos”.
Howard Triest, de 88 años de edad, pasó muchas horas con algunos de los líderes más notorios del Tercer Reich, cuando trabajó como traductor de los psiquiatras estadounidenses en Núremberg.
Era septiembre de 1945, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y los más altos cargos de los nazis que seguían vivos iban a ser juzgados por crímenes de guerra.
“Había visto a esta gente en sus tiempos de gloria, cuando los nazis eran los
dueños del mundo”, cuenta. “Estos dirigentes habían matado a la mayoría
de mi familia, pero ahora yo estaba en control”.
Entre ellos estaban el jefe de Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, Hermann Goering, el segundo de Hitler, Rudolf Hess, el propagandista nazi Julius
Streicher y el ex comandante de Auschwitz Rudolf Hoess, entre otros.
“Es una sensación muy extraña, estar sentado en una celda con el hombre que sabes mató a tus padres”, dice refiriéndose a Hoess.
“Lo tratamos con cortesía, mantuve mi odio bajo control cuando estaba
trabajando allí. No podías dejar ver cómo te sentías realmente porque no
sacarías nada de sus interrogatorios. Pero nunca le di la mano a ninguno de ellos”.
Escapando de los nazis
Howard Triest nació en una familia judía en Munich, 1923, y ya era un adolescente cuando se intensificó la persecución nazi.
Su familia partió a Luxemburgo el 31 de agosto de 1939, el día antes que
Alemania invadió Polonia, con la intención de seguir su viaje a Estados Unidos.
Pero la falta de dinero les impidió realizar el viaje juntos.
Así que él salió antes, en abril de 1940, sus padres y hermana menor lo seguirían un mes más tarde. Para sus padres, ese retraso resultó fatal. Su madre Ly, que
entonces tenía 43 años de edad, y Berthold, de 56 años, fueron enviados más
tarde de Francia a Auschwitz, donde murieron.
Su hermana Margot fue contrabandeada hacia Suiza y de allí a Estados Unidos, donde todavía vive, como su hermano. El intento de Howard de alistarse en el ejército de Estados Unidos fue frustrado en un principio porque no contaba con la nacionalidad de ese país, pero más tarde, en 1943, lo logró. Lo habían hecho ciudadano estadounidense. Fue destinado a Europa. Aterrizó en Omaha Beach, uno o dos días después del Día D, y empezó a trabajar para la inteligencia militar,
gracias a que hablaba alemán fluido, una destreza que se hacía más valiosa en
la medida que los Aliados se adentraban en el continente hacia Berlín.
En el verano de 1945 fue dado de baja, pero inmediatamente después empezó a
trabajar para el Departamento de Guerra de EE.UU. como civil, y fue enviado a Nuremberg para asistir al mayor Leon Goldensoh con sus evaluaciones psiquiátricas de los defendidos que esperaban un juicio.
Fue así como un hombre judío, que se había escapado de las garras de los nazis,
llegó a pasar horas en su compañía, sentado con ellos en sus celdas,
traduciendo las preguntas de los psiquiatras y sus respuestas.
El mayor Goldensohn estaba llevando a cabo diagnósticos con pruebas como las
Rorschach, en un intento por entender las personalidades y motivaciones
de los prisioneros.
Las memorias de Triest de esta experiencia fueron recogidas en un libro “Adentro de la prisión de Nuremberg”, por la historiadora Helen Fry, que contiene bosquejos vívidos de estos personajes.
Hess, el zombi
“Goering seguía siendo un hombre pedante”, recuerda Triest.
“Era el actor eterno, el hombre que estaba a cargo. Se consideraba a sí mismo
como el prisionero número uno, porque Hitler y Himmler ya estaban muertos. Siempre quería la silla número uno en el tribunal”.
“Llegó a Nuremberg con ocho maletas, la mayoría llenas de drogas, pues era
adicto, y le sorprendió que lo trataran como un prisionero y no como una personalidad famosa”.
Triest también tuvo contacto con Rudolf Hess, quien había sido el diputado de Hitler hasta que se escapó a Escocia, en mayo de 1941, donde fue capturado.
Recuerda que Hess era “como un zombi”. “Hess pensaba que lo perseguían, incluso cuando estaba retenido en Inglaterra. Hizo paquetes de muestra de comida y nos daba algunos a mí y a los psiquiatras. Pedía que los analizáramos, pues pensaba que lo estaban envenenando”.
“Era un prisionero callado, que respondió algunas preguntas pero no entró en
detalles. Nadie sabía cuánto había de actuación y cuánto era real, cuanto realmente podía recordar”.
Odio oculto
Dentro de sus obligaciones, Triest también estuvo cara a cara con Rudolf Hoess, fue de los encuentros más intensos por la muerte de sus padres en Auschwitz,
cuando el campo de concentración estaba bajo el control de Hoess.
“Tanto Goldensohn como yo estuvimos con él muchas veces. Algunas veces yo estaba a solas con él en su celda”, explica Triest.
“La gente me solía decir: ‘puedes vengarte, puedes llevarte un cuchillo a
su celda’. Pero la venganza estaba en que yo sabía que estaba tras las rejas y
que sería colgado. Así que sabía que iba a morir de todas formas. Matarlo no me hubiera hecho ningún bien”.
Triest describe a Hoess como alguien “muy normal. No parecía alguien que
había matado a dos o tres millones de personas”.
Un incidente extraordinario ocurrió con Julius Streicher, cuyo periódico Der
Stuermer alimentó mucho la histeria antisemita entre los alemanes.
“Era el más grande antisemita. Lo entrevisté con otro psiquiatra, el mayor Douglas Kelley. Streicher tenía unos papeles que no le quería dar a Kelley, o a ninguna persona, porque decía que no quería que cayeran en manos judías”.
“Finalmente me los dio. Yo era alto, rubio y de ojos azules. Él dijo ‘se los daré al traductor porque sé que es un verdadero ario. Lo sé por la forma en que habla”.
“Streicher habló conmigo durante horas porque creía que yo era un ‘verdadero ario’. Saqué mucho más de él de esa forma”.
De hecho, ninguno de los nazis para los que tradujo Triest supieron que era judío.
¿Lección aprendida?
Triest explica que, a pesar de los mejores esfuerzos de los psiquiatras, no se
consiguió sacar mucho sobre la psicología de la mentalidad nazi.
“¿Aprendimos algo de estas pruebas psiquiátricas? No. No encontramos nada
anormal, nada que indicara algo que los hizo los asesinos que fueron”.
“De hecho, eran bastante normales. La maldad y la crueldad extrema pueden
ir con la normalidad. Ninguno mostró remordimiento”.
“Dijeron que sabían que habían campamentos, pero no tenían conocimiento de
la aniquilación de gente”.
“Es una lástima que no pasaron por lo mismo que sus víctimas, que Hoess
no haya sufrido en un campo de concentración de la misma forma que sus
prisioneros”.
Triest espera que nunca se olvide la historia del Holocausto.
“Pero mira al mundo ahora. ¿Es más tranquilo? Algunas de las
víctimas han cambiado, pero todavía las hay en todo el mundo”.
Antes de terminar la entrevista, Triest cuenta otra anécdota sobre el
prisionero número uno de Núremberg.
“Una vez Goering dijo que si alguna bomba era lanzada en Berlín, comería
arenque. Bueno, yo estaba a cargo de censurar su correo y una vez alguien le
mandó arenque”.
Howard se ríe suavemente. “Lo boté. Olía un poco”.
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