El otro Núremberg, 1964-65

ARIEL MAGNUS

Casi veinte años después del juicio de Núremberg, sin jueces extranjeros ni bajo leyes internacionales, y con la indiferencia de buena parte de la población, se llevó a cabo en Frankfurt el juicio más importante de la historia germana: el que sentó en el banquillo no a los autores sino a los cómplices, ayudantes y miembros de la segunda línea involucrados en el genocidio de Auschwitz. Una edición en DVD recupera, por primera vez para el gran público, el material completo de aquel polémico proceso que condenó a 22 criminales considerados hasta entonces invisibles.
Dieciocho años después de la liberación de los sobrevivientes de Auschwitz, no en Núremberg sino en Frankfurt, y no frente a jueces extranjeros y bajo leyes internacionales sino ante una corte alemana regida por el código legal de ese país, 22 asesinos nazis tuvieron que responder por los crímenes cometidos en el campo de concentración liberado por los rusos hace ahora sesenta años. La acusación abarcaba 700 páginas y se basaba principalmente en las declaraciones de 252 testigos, dos tercios de los cuales eran sobrevivientes y el resto ex miembros del personal de la SS del campo. El juicio, donde el número de testigos ascendió a 360, incluyó una visita al lugar de los hechos, que en ese momento se encontraba detrás de la Cortina de Hierro. Después de largos 183 días de litigio, en agosto de 1965, se dictaron las controvertidas sentencias, que incluían algunas cadenas perpetuas pero varias penas menores e incluso algunas absoluciones.

El así denominado Auschwitz-Prozess o Juicio de Auschwitz es el más importante de la historia de Alemania, además del mejor documentado: 430 horas de grabación (pensadas en un principio como ayuda memoria para los jueces), 20.000 folios, centenas de planos, fotos y demás documentos engordan las actas, razón por la cual nunca fueron trabajadas para el gran público. Una edición encuadernada habría insumido 60 volúmenes, y una en formato de Audio-CD más de 350 discos. Recién con el DVD se tornó factible la posibilidad de acercar este material por un precio accesible, y eso es precisamente lo que se propusieron el Fritz-Bauer Institut y la Biblioteca Digital de Directmedia para conmemorar los 40 años del evento.

Indiferencia Made in Germany

Aunque el DVD no contiene absolutamente todo el material del juicio (de las 430 horas de grabaciones magnetofónicas sólo se reproducen 100), los ensayos sobre las instancias previas, sobre los problemas jurídicos a los que se enfrentaron los jueces y sobre la historia del campo de concentración, así como las biografías y bibliografías, los índices y las más de 500 fotos facilitan el manejo del material, a la vez que lo ponen dentro de su contexto histórico. En ese sentido, el DVD no sólo ofrece por primera vez los pormenores del juicio de Auschwitz en una edición accesible al público (45 euros), sino que de alguna manera reproduce también lo que el juicio significó dentro de la historia de Alemania. Cuarenta años después de dictadas las sentencias, el gran público puede acceder a los documentos de un juicio que instauró el tema dentro de una sociedad alemana que hacía veinte años venía haciendo todo lo posible por ignorar que “los asesinos –como se tituló la primera película alemana filmada después de Auschwitz– están entre nosotros”.

“Creo que habría que terminar de una vez de enjuiciar a personas por hechos que cometieron hace muchos años; me parece que sería bueno poner un punto final.” A esta respuesta adhirió el 54% de los alemanes en una encuesta realizada en octubre de 1963, pocos meses antes de que empezara el juicio. Sólo un tercio de los encuestados apoyó la idea de que los crímenes no prescriben, por mucho tiempo que haya transcurrido. Durante el juicio mismo, aun cuando la prensa nacional e internacional lo siguiera paso a paso, la mayor parte de la ciudadanía prefirió no darse por enterada. Tampoco es de extrañar. Alemania se encontraba por ese entonces en el medio de su milagro económico. Demasiado le había costado transformar el “Made in Germany” peyorativo de los primeros años de posguerra en símbolo de calidad y eficiencia como para ocuparse de pronto de su pasado. Para colmo, la anacrónica afrenta no provenía de afuera sino de las propias filas.

Los criminales invisibles

Fritz Bauer, quien antes de ser el nombre de un instituto fue el mentor principal del Auschwitz-Prozess, nació en Stuttgart en 1903 y tuvo que huir de los nazis en 1936. En 1949, volvió a Alemania y, siete años más tarde, fue nombrado fiscal general en Frankfurt. Fue él quien puso a la Mossad en la pista de Adolf Eichmann. Como temía que la Justicia alemana negara la extradición, o que miembros del Poder Judicial allegados a Eichmann lo alertaran a tiempo antes de su captura, se dirigió en secreto a la policía secreta israelí, que en 1960 dio con Eichmann en Argentina y secretamente se lo llevó a Israel.

“El Auschwitz-Prozess fue el juicio más largo de la historia alemana, cuando en realidad podría haber sido el más corto –declaró Bauer poco antes de su muerte en 1968–. Lo cual no significa que eso hubiera sido deseable desde un punto de vista pedagógico.” Bauer sabía que no era tanto el juicio en sí sino su significación simbólica lo que importaba. El juicio de Núremberg en 1948 se ocupó de los cabecillas del régimen y el juicio a Eichmann en 1961 mostró un ejemplar del “criminal de escritorio”, pero recién con el juicio de Auschwitz se pudo investigar a fondo la fábrica de la muerte que había funcionado bajo Hitler en el ejemplo de su máquina más perfecta. Por primera vez también, los acusados eran “gente común”, por lo que los “criminales invisibles”, muchos de ellos ciudadanos “normales” de la Bundesrepublik, adquirían por fin un rostro, un oficio, un acento peculiar de acuerdo a su lugar de origen.

Pero lo que por un lado servía en términos sociológicos, era la mayor dificultad desde el punto de vista jurídico: en todos los casos se trataba no de autores sino de cómplices, ayudantes, soldados de segunda línea. La estrategia de los fiscales apuntó entonces a registrar “excesos” en el cumplimiento del deber, algo que incluso con la cantidad de testigos no fue fácil de demostrar, y que no pocas veces dio lugar a situaciones delicadas. “El código de procedimiento penal era para muchos más importante que la humanidad –recuerda Inge Deutschkorn, periodista y escritora alemana que sobrevivió a la guerra escondida y cubrió el juicio para el diario israelí Maariv–. Esto se vio no sólo en las bajas penas que recibieron los acusados, sino también en el trato personal durante el proceso. Cuando un testigo contaba que su mujer y sus hijos habían sido gaseados y el juez le preguntaba: ‘¿Lo vio con sus propios ojos?’, yo pensaba si la investigación no se podría haber hecho de otra manera.” Como explica el responsable de la edición en DVD: “Por eso es que el Auschwitz-Prozess muestra también la incompetencia y las deficiencias de la Justicia alemana al ocuparse de estos crímenes en base a las leyes vigentes”. Concretamente: gracias al anacrónico código penal de 1871, sólo seis de los acusados fueron sentenciados a cadena perpetua. La mayor parte de los que alcanzaron el final del juicio (dos recibieron la justicia biológica en el ínterin) salieron con penas que iban de ridículos 3 a 14 años de prisión. Tres, incluso, fueron absueltos. Pero no hay que quitarles méritos a los acusados mismos, quienes según escribió Hannah Arendt –presente durante el juicio– “demostraron una notable tendencia a la adaptación al respectivo entorno, la cualidad de por así decirlo ‘ponerse en sintonía con los otros’ en un instante”.

El estruendo y las voces

“Un estruendo: la/ verdad misma/ comparece/ entre los hombres/ en medio del/ revoltijo de metáforas”, escribió Paul Celan basándose en las palabras del testigo Alexander Princz, quien habló de “un estruendo” para explicar qué es lo que se escuchaba dentro de las cámaras de gas cuando se abrían las ventanillas donde se echaba el Zyklon B. Como tantos otros escritores, también Peter Weiss se valió del juicio para hacer literatura. El mismo año en que se cerró el juicio dio a luz “La indagatoria”, un espeluznante oratorio en 11 cantos construido exclusivamente con las voces de jueces, testigos y acusados. Hasta hoy era prácticamente imposible escuchar las voces originales. Con los audios del proceso, es posible trasladarse ahora a esa sala del juzgado de Frankfurt que imaginamos opresiva y tensa para oír en vivo la voz de víctimas y victimarios. El DVD es por eso, ante todo, una experiencia. Nada agradable, por cierto:

“En noviembre de 1944 llegó un camión con niños –cuenta la testigo Dounia Zlata Wasserstrom, traductora del SS Wilhelm F. Boger–. Paró cerca de la barraca. Un niño de cinco o seis años bajó de un salto del camión. Tenía una manzana en la mano. Boger fue hasta donde estaba el niño, lo agarró de las piernas y lo tiró de cabeza contra la pared. La manzana se la guardó. Después me ordenaron limpiar ‘eso en la pared’. Lo hice. Una hora más tarde vino Boger y me llamó para que le tradujera. Estaba comiendo la manzana.”

Boger: “Todo eso es un invento”.

“El testigo Józef Kral declaró que el acusado Hans Stark practicaba un así denominado ‘deporte’ –explica el juez–. Esto es, metía a los prisioneros una y otra vez dentro de una cuba o un agujero con agua hasta que la debilidad ya no los dejaba levantarse. Para colmo había obligado a un prisionero particularmente fuerte, Isaak, a que ahogara a los prisioneros más débiles en el agua. Al final, le ordenó a este Isaak que ahogara a su propio padre. Isaak se volvió loco y empezó a gritar, por lo que Stark lo fusiló.”

“Ayudé a matar a muchas personas, lo supe desde el principio y sin reservas –declaró Stark, que al momento de los hechos tenía menos de 21 años–. Después de la guerra me pregunté varias veces si eso me convertía en un criminal. No encontré ninguna respuesta satisfactoria. Yo creía en el Führer, quería servir a mi pueblo. En ese entonces yo creía que lo que hacía era correcto. Hoy sé que las ideas en las que creí están mal. Lamento mi equivocación, pero no puedo deshacer lo hecho.”

“De repente vi delante mío a un oficial de la SS con una moto –cuenta el húngaro Albert Ehrenfeld–. Según sus señas, las personas recién llegadas como yo debían ir hacia la izquierda o hacia la derecha. Al lado mío había un farmacéutico llamado Deutsch. Acababa de llegar de Ucrania con los pies congelados. Él conocía a ese hombre, se llamaba Capesius. Se acercó a él y le preguntó qué significaba que a algunos los mandaran para la izquierda y a otros para la derecha. El Dr. Capesius respondió que los que iban hacia la izquierda no tenían que hacer trabajo pesado. Que la tenían fácil, que la pasarían mejor. Las mujeres con hijos fueron todas hacia la izquierda. Incluidos mi mujer y a mis hijos. Nunca más los volví a ver.”

“En Auschwitz no le hice daño a nadie –declara el Dr. Capesius, encargado de la farmacia de Auschwitz y cómplice activo en el gaseamiento con Zyklon B de por lo menos 8000 personas–. Era amable con todos, amistoso y servicial en todo lo que podía. Estuve varias veces en la rampa, pero nunca seleccioné. Cumplí con mi tarea de farmacéutico lo mejor que me permitieron las circunstancias. Con mi ayudante, el prisionero judío Strauch, mantuve una amistad aun terminada la guerra. Yo no hice nada en Auschwitz que me transforme en culpable, pido por eso mi absolución.”

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