DONNIEL HARTMAN/POR ISRAEL.ORG
Tener que vivir con misiles es una cosa extraña,. Aunque haya ocurrido con tanta frecuencia, no se siente normal. No se esperaría que los ciudadanos de un país normal estuvieran sometidos, de vez en cuando, a un aluvión de misiles que aterrorizan, mutilan y a veces matan. No se esperaría que un país con el poder de Israel se encontrara con las manos atadas e incapaz de proporcionar seguridad a sus ciudadanos, lo que es su derecho inalienable.
El terrorismo se ha convertido en “normal” y, en la sociedad moderna, cuando se mantiene, hasta cierto grado es tolerable; hemos llegado a saber que hay gente mala y desquiciada y grupos, que caminan en medio de nosotros, para quienes el lenguaje de la ética y la santidad de la vida no tienen significado. Pero los toleramos, mayormente, porque no sabemos dónde están. Surgen y causan su daño, y lo que toleramos no es tanto a ellos, sino al precio que extraen de nosotros.
El caso de los misiles disparados contra Israel desde la Franja de Gaza tiene un extraño giro, porque los terroristas no están ocultos ni son desconocidos. Se esconden, a plena vista, en medio de una población civil y ocultan su maldad bajo el manto del genérico conflicto palestino-israelí y el continuo “ciclo de violencia”. Deambulan libres, declaran abiertamente su intención y, de vez en cuando, sobre la base de un programa conocido sólo por ellos, deciden pasar unas horas aterrorizando el sur de Israel.
No es normal, y la situación es profundamente intolerable. ¿Cómo deberíamos – el soberano Estado Judío de Israel – responder a esta anormalidad? Por un lado, la soberanía implica la adquisición de poder y la capacidad y el derecho de ejercerlo en defensa propia. La soberanía nos proporciona una opción militar. El desafío de un pueblo soberano, sin embargo, es distinguir entre el derecho a usar esta opción, y cuándo es correcto hacerlo.
La naturaleza de una guerra asimétrica y un conflicto, no sólo con una organización terrorista, sino también con una población que adopta el terrorismo, es que las opciones que se tienen son profundamente limitadas. Ni propuestas políticas ni concesiones o, inversamente, sanciones, transformarán a la población de Gaza de enemigo a amigo.
Se han alimentado con una dieta constante de malvada ideología, de la que sólo ellos pueden liberarse. Al mismo tiempo, una reocupación de Gaza no alterará la realidad sobre el terreno sino simplemente, en el mejor de los casos, la congelará por un corto tiempo. Cuando se tiene el poder y se enfrenta a una situación en la que se tiene el derecho de usarlo, hace falta una gran fuerza para evitar la tentación de sucumbir a la comodidad a corto plazo, asociada con su uso y el sentimiento de venganza que simplemente ofrece. Venimos de una tradición que nos ha enseñado que la verdadera fuerza, a veces, se encuentra en el auto-control.
Entonces, ¿dónde nos deja eso a nosotros, el soberano Estado Judío, con nuestro poderoso ejército y una causa justa?
No sé. Pero lo que sí sé es que cuando no se sabe, es mejor no pretender que se sabe. Ésta ha sido la política del gobierno israelí en los últimos años y, a pesar de mi frustración, lo felicito por tener la continua sabiduría que ha exhibido en no pretender que posee una varita mágica.
Aunque no sé, me pregunto si una política de asesinatos selectivos de líderes no movería un poco la situación actual en nuestro favor.
Menciono esta consideración sólo porque es evidente que, ni Hamas ni la Jihad Islámica ni otros canallas grupos terroristas, que llaman a Gaza su casa, son potenciales socios para la paz. La misma lógica que guía la política de Estados Unidos contra Al-Qaeda, debería ser evaluada en cuanto a si sería constructiva aquí.
La sociedad israelí debe duplicar y triplicar sus esfuerzos para asegurar que, aquellos que están en el radio del daño, sientan que su peligro y dolor es compartido por todos nosotros. Los ciudadanos del sur no necesitan vacíos gestos de solidaridad, sino la asignación real de todos los recursos necesarios a fin de garantizar su seguridad, con lo mejor de nuestra capacidad, y una significativa compensación financiera para compensar el permanente peligro en que se encuentran. Si la vida en el sur es precaria, entonces los que viven en el sur deben ser tratados como los pioneros y héroes que son.
Si no podemos destruir a nuestro enemigo, aislémoslo. Un Israel que inicie conversaciones de paz con aquellos palestinos que pueden ser socios para la paz los fortalece, margina a los terroristas y crea un ambiente político en el que Israel cuenta con más recursos a su disposición para protegerse. Permitir que la realidad terrorista que es Gaza, defina nuestra perspectiva en nuestro barrio, es otorgarles una victoria que no se merecen ni se justifica.
Necesitamos aprender a vivir en un mundo anormal. La adopción de la soberanía por nuestro pueblo, implica la voluntad de vivir dentro de las realidades de la realpolitik y, por desgracia, el terrorismo es una parte de esta realidad. Ser pasivo, por un lado, o sucumbir a la fantasía que para cada problema hay una solución militar, es perpetuar la ingenuidad infantil de nuestra pre-existencia soberana. La soberanía tiene sus dones y sus desafíos y, como un pueblo maduro, tenemos que asumir ambos.
Tenemos que aprender a vivir en Medio Oriente. Al decir vivir, quiero decir que no podemos permitir que nuestros vecinos definan o controlen nuestro mundo. Si bien debemos aprender a responder a sus dictados, nuestras prioridades y valores no pueden ser determinados por ellos.
Evitamos el terrorismo cada vez que nuestra tecnología abate uno de los misiles en el cielo. Derrotamos al terrorismo cuando continuamos construyendo una sociedad de valores, cuando no sólo nos preocupamos por si vamos a ser, sino acerca de qué seremos.
Cuando los problemas de justicia social, lealtad, bondad, democracia e identidad judía, reverberan a través de nuestras conversaciones y políticas públicas, estamos construyendo bases de poder que ningún terrorista puede destruir.
Tener que vivir con misiles es una cosa extraña, pero viviremos.
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