Uniendo corazones/Budrus: en este peregrinar, todos somos extranjeros

FERNANDO ZAMORA/ LA PAGINA DE BETO BUZALI

El eterno peregrinar de Israel

El trauma vive en la repetición e, inconjurable, sobrevive con base en el intento por conjurarlo. El trauma es una cicatriz que se nos presenta día con día en el caso de los individuos y generación a generación en el caso de los pueblos.

La palabra carácter viene de la marca de hierro con que los romanos marcaban a sus esclavos. Todo carácter es una cicatriz. Nos somete. Lo mejor que podemos hacer con ella (tal vez lo único) es resignificarla, mostrarla airosos. La cicatriz se vuelve entonces carácter: somos uno, particular, frente a todos los otros.

Dos cicatrices viven de muy distinta forma en el cine israelí: la de la Shoah y la de la ocupación palestina. En ambas, los artistas de Israel se detienen a reflexionar como quien desgrana un salmo. En Uniendo corazones, Avi Nesher retoma elementos típicos de la nostalgia del nuevo cine italiano (Baarìa, por ejemplo, o Cinema Paradiso) y los adapta a otro Mediterráneo. En Haifa un escritor recuerda la década de los años sesenta, cuando tenía quince años e Israel, como su hombría, se estaba consolidando. Arik es un adolescente que lee novelas de detectives, espía la desnudez de su vecina y, obligado, tiene que ponerse a trabajar de casamentero con un hombre que lleva airoso dos cicatrices, una en la cara y otra (esos infames números verdeazulados) en el antebrazo.

El Holocausto esta presente en el Noveno Festival de Cine Judío con esta película que reflexiona en torno a la importancia de recordar las cicatrices que han forjado nuestro carácter.

La otra cara del discurso o, si se quiere, la otra cicatriz, está en el conflicto con Palestina. Con honestidad, Julia Bacha se coloca —textualmente– en el lado palestino para llevar al público a Budrus, un pequeño pueblo que vive de los árboles de aceitunas. El conflicto narrativo emerge (y políticamente revive) cuando el gobierno israelí decide construir un muro que acabará con esos árboles, separará al pueblo de Budrus de su cementerio y dejará a la primaria con un muro de concreto como paisaje.

Sin falsas moralejas, Budrus muestra una salida posible al conflicto del Medio Oriente. En un intercambio de entrevistas que incluye a los soldados que tuvieron a su cargo desarraigar los árboles de aceitunas, un miembro de Hamás y la familia del activista del pueblo, Budrus es la política puesta en el pedestal del arte. Judíos y palestinos de verdad pueden hermanarse. Lo quiere la paz.

La tierra misma está llena de cicatrices y en el Noveno Festival de Cine Judío, la tierra es un personaje, la geografía: Jerusalén en Despertando y en El gerente de recursos humanos; La Unión Soviética en Refusnik; Haifa en Uniendo corazones y en Una joven y bella esposa; la República Checa en Protector; Estados Unidos en Los yankles y en Un gancho ortodoxo; el desierto en Pequeños héroes; y México en Días de juventud. La geografía prueba también la diversidad cultural de una milenaria tradición que se arraiga en el cine. Ya sabían los exégetas: el peregrinar de Israel concierne a todos los hombres. No hay lugar en la Tierra en que lo humano deba sentirse extranjero.

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