MARCELO WIO/POR ISRAEL.ORG
Dicen que toda verdad tiene su contracara. Pero ésta nunca debe ser la mentira.
Si alguna vez lo hubo, ya no hay más. Me refiero al criterio. A un criterio. Al mismo para juzgar unas acciones, según las circunstancias, según los fines perseguidos. Si alguna vez los hubo, ya no los hay más. Me refiero a los derechos humanos. Porque hoy unas vidas cotizan mejor que otras, otras apenas cotizan y unas no valen nada, ni un titular, ni una protesta.
Israel es un Estado que se ha desvivido por la paz. Que ha hecho lo impensable por la paz. Los estados musulmanes han sido premiados una y otra vez por sus esfuerzos en sentido contrario. Han sido premiados por hurtar la historia del Pueblo Judío, por tergiversar la propia, por inventarse identidades oportunas y por hacer una mezcla ponzoñosa con todo ello.
La narrativa palestina es la narrativa del opuesto, es la historia de la usurpación de la historia. Es el ardid de negar lo innegable: en el Islam, política y religión son una misma cosa. El Islam reclama lo que alguna vez conquistó, cimitarra en mano.
Hoy, la política, reclama lo mismo con discursos, con gambitos y jugadas diplomáticas. Hoy el terrorismo hace lo que hicieron sus antecesores: matar en nombre de Dios para usurpar la tierra ajena, para obligar al otro a ser como uno mismo o no ser
Es una narrativa, la palestina, que se ha aceptado muy convenientemente para un discurso pseudohumanista occidental, a la dialéctica obsoleta de la izquierda más rancia y anquilosada. Una narrativa que niega un derecho inalienable: el derecho del Pueblo Judío a tener un estado propio, el Estado de Israel. Un derecho histórico, basado en la Torah, en lo de histórico que representa la Torah en cuanto da cuenta de la organización del Pueblo Judío en Israel. Un derecho histórico que se basa en una intención tan larga como la Diáspora de regresar a la Tierra de Israel (El año próximo en Jerusalén). Un derecho basado en la legitimidad jurídica. Primero la Declaración Balfour, firmada por el Gobierno de Su Majestad de Inglaterra, única autoridad en la región, anterior a la Shoá; luego mediante la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas, ambos, órganos competentes que promulgaron la creación del Estado de Israel. Segundo, porque Israel ha creado soberanía; es decir, ha creado un entramado de instituciones que rigen el país y que arropan a la sociedad. Tercero, porque se atiene a los objetivos colectivos de la misma sociedad que la promulgó. Además, la presencia judía en esa tierra ha sido ininterrumpida, con lo cual, según el derecho internacional, no hubo períodos mayores a ciento cincuenta años sin presencia judía en la región.
Porque los judíos no nos fuimos de Israel, sino que fuimos expulsados por invasores. La historia de los palestinos comienza, recién en la década de 1960, cuando hubo que inventar la identidad palestina que reclamara unos derechos que ellos mismos se habían negado a sí mismos en 1947 al rechazar la partición del Mandato Británico de Palestina (nombre, el de Palestina, impuesto por los romanos, a partir de los filisteos: con lo cual, si los palestinos son palestinos, son, en definitiva, filisteos; es decir, oriundos de Creta). Un derecho que, una vez más figura en la Torah: Jerusalén es nombrada 667 veces contra… ninguna vez en el Corán. Invariablemente tuercen los hechos para acomodarlos a su teoría, en lugar de que la teoría se amolde a los hechos. Construyen una verdad pre-existente a ellos mismos. Una verdad perpetua. De ser realmente así, la tierra sería el centro del universo y el sol giraría a su alrededor. Eppur, si muove.
El dicho dice que la mentira tiene patas cortas. Pero aparentemente no es una cuestión de longitud de extremidades lo que hace de una mentira una entidad limitada en el tiempo, sino de la voluntad de creerla y de dejarla de creer en un determinado momento. Por ahora, la realidad indica que una gran parte de la llamada comunidad internacional y de la opinión pública occidental ha decidido hacer un auto de fe: la mentira es un mantra que se repite, que se amplifica sin descanso. Se ha decidido que la mentira es la verdad para Israel, y que la verdad se elige en Europa. En definitiva, como siempre se hizo. Y por eso molesta que se le diga lo contrario: que la mentira es mentira y que Israel es el hogar nacional del Pueblo Judío, tal como decía la Declaración Balfour; que Israel tiene derecho a auto-determinarse, a defenderse y desarrollarse como lo viene haciendo desde hace 63 años. Como lo seguirá haciendo. A pesar de que el tribunal del mundo, siempre dispuesto a señalar a Israel, ya lo esté señalando incluso antes de que tenga lugar algún acontecimiento que les sirva como excusa a ese dedo erecto perpetuamente.
Un dedo que les tapa la visión de uno de sus ojos, con lo cual, sólo se permiten ver una parte de la realidad: la que ya eligieron de antemano. Con un ojo cegado por su propia importancia auto-adjudicada, Gilad Shalit se equipara a cualquiera de los presos liberados, porque a la balanza moral y racional le falta el fiel de la ética y de la razón, justamente. Un terrorista se puede convertir en un luchador por la libertad, aún a pesar de que sus objetivos son siempre civiles (cuantos más, mejor). El gobierno formado por la organización terrorista Hamás se puede equiparar al gobierno democrático de Israel. Abu Mazen puede decir que fue un error no aceptar la partición de 1947 y la prensa obviarlo como si hubiese sido producto de un lapsus freudiano. O, por ejemplo, hasta no hace mucho (aunque en una de sus infografías aún así figura), el diario español El País decidía que la capital de Israel no era Jerusalén sin Tel Aviv – como si uno pudiera ir cambiándole las capitales por caprichos ideológicos a los países -. Un dedo que no les permite leer las declaraciones de Erekat, que dice que ningún judío podrá vivir en un futuro estado palestino.
El desprecio a la verdad ajena se puede volver en su contra. Mañana serán ellos los que deban implorar para que su historia no sucumba al robo de sus páginas. Pero si hace pocos días incendiaron el local de una revista francesa porque su portada “ofendía” a los musulmanes. Y en Copenhague un grupo islámico declara que impondrá la Sharía en un barrio de la capital danesa. Eso es lo que sucede cuando uno mismo decide meterse el dedo en el ojo: uno termina por lastimarse. Pero parece que el dolor aún no es tan grande como para cancelar el contacto del dedo con la córnea.
Israel ha hecho esfuerzos evidentes, que nadie puede negar ni poner en duda, para poder crear un ámbito de convivencia entre dos estados. Israel ha hecho concesiones al punto de dejar de lado temas de seguridad nacional que ninguno otro país hubiese dejado. Los palestinos por su parte se han dedicado a decir no. No a un estado propio (Arafat abandonó las negociaciones en Camp David y lanzó la segunda intifada para justificar ante los suyos su negativa). No a la paz. No a Israel. Palestina no quiere un estado propio, simplemente no quiere a Israel. Porque, además, alguna vez alguien se preguntó cuánto duraría un estado palestino duraría si no estuviese Israel. Nada. Lo mismo que tardaron en arañar el estado que le correspondía al pueblo árabe de palestina Jordania, Siria y Egipto. Nada. Eso es lo que quieren los dirigentes palestinos. Su pueblo no importa, es un instrumento, un arma, un medio. Los que oprimen a los palestinos son sus propios dirigentes, los gobiernos de los países árabes y la propia comunidad internacional y opinión pública que los perpetúa en un rol prescindible, de víctima, de nada.
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