DANIEL SHOER ROTH/EL NUEVO HERALD
Desierto de Judea, Israel – El desierto es un lugar muy poderoso.
En estas colinas de piedra caliza y pedernales donde fueron hallados en una gruta los Manuscritos del Mar Muerto, el silencio viaja por los profundos cañones. El paisaje ofrece un componente esencial para conectarse, en solemne soledad, con lo Divino. Fue por esta ruta, después de todo, que atravesaron los israelitas para llegar a la tierra que Dios había prometido a Moisés.
Dentro de una estructura fabricada con tierra comprimida, con vista al Valle del Jordán, abrimos los rollos de la Torá para leer fragmentos del capítulo del Génesis en el que Dios sella su pacto con Abraham. En la sencilla ceremonia, una maestra retirada de 65 años celebró su Bat-Mitzva, algo que no pudo hacer cuando era niña. Una pareja que se conoció a través de internet formalizó su compromiso de amor. Y un amigo celebró medio siglo de vida.
Junto con un grupo del Instituto Judío de Aprendizaje y Conocimiento (IJKL) del sur de Florida, aprendí sobre las hierbas que crecen en este desierto montañoso y sus efectos curativos, que tres personas con resfriados pudieron constatar inmediatamente. Comimos y dormimos como beduinos, al comprender que en lo simple, subyace lo extraordinario.
La misión de nuestra peregrinación fue la antítesis de los viajes tradicionales a Tierra Santa, que recorren los lugares sagrados de las tres principales religiones abrahámicas. Este año, nuestro objetivo era encontrar lo sagrado en lo mundano, siguiendo el principio de la teología mística judía M’lo kol ha’aretz kevodó – todo el universo está lleno de la gloria de Dios.
Es relativamente fácil percibir la chispa divina en la naturaleza, los templos, los sabios y los artefactos sacros. Lo difícil es extraerla de las personas y circunstancias ordinarias. Pero es en la cotidianidad de la vida, y no en sus grandes momentos, que se manifiesta la felicidad más pura.
Por eso es que Dios, según la tradición judeocristiana, reveló Su esencia a los israelitas en el desierto, lugar inhóspito para la vida humana. Como viajeros espirituales, qué mejor manera de revivir la experiencia bíblica que explorando el lugar original donde sucedieron los hechos. Al no tener nada a nuestro derredor, de cierto modo, lo conseguimos todo.
Cuando uno viaja a Israel, es común tornarse en una esponja y absorber el sentir de la nación. Esta vez, fuimos privilegiados al unirnos al orgullo nacional tras la liberación del soldado Gilad Shalit, secuestrado hace más de cinco años por terroristas de Hamas dentro del territorio israelí. Las negociaciones del gobierno con ellos confirmaron el valor que el Pueblo del Libro concede a cada alma, ya que, en palabras del Talmud, quien salva una vida, salva al mundo entero.
Shalit, un soldado común antes del secuestro, regresa a casa y se transforma en un héroe, ejemplo perfecto para ilustrar la premisa de nuestra travesía: lo sagrado en lo mundano.
El tema del cautiverio y los rescates fue recurrente, y no por casualidad. Conocimos a Sara y Uzi Davidson, quienes en junio de 1976 se encontraban junto a sus hijos Ron y Benny en un avión que fue secuestrado por terroristas, y llevado a Entebbe, Uganda. Una semana después, comandos israelíes los rescataron en una operación épica que ha inspirado numerosas películas. Los Davidson narran su historia con detalles que rompen el corazón.
También conversamos con Ilan Shohat, el joven alcalde del pueblo antiguo de Safed, cuna de la Cábala. Sus padres lo nombraron en memoria de su tía Ilana, asesinada a los 15 años en la masacre de Ma’alot, un atentado terrorista en 1974, en el que niños fueron secuestrados dentro de una escuela secundaria en la Galilea Occidental.
Cuando Shohat era adolescente su familia descubrió una carta escrita por Ilana horas antes de perecer. El alcalde nos la leyó, y yo derramé lágrimas. En la carta en la que predice su muerte, la niña pide a su hermana que si algún día tiene hijos los llame Ilana, si es hembra, o Ilan, si es varón. Ese mensaje le dio a Shohat un sentido de responsabilidad con la nación judía.
Las historias de Shalit, los Davidson y Shohat se entretejen. Fueron todos víctimas que lograron transformar sus vivencias en mensajes de responsabilidad mutua. Como dice el proverbio hebreo, Kol Israel arevim ze la ze – todo el pueblo de Israel depende uno del otro.
La peregrinación también nos inspiró a buscar la divinidad dentro de nosotros, que a menudo desestimamos, olvidando que somos parte de Dios y que Dios está dentro de nosotros. Es así como podemos lograr la intimidad con el infinito.
Curiosamente, fuimos 18 aprendices los que participamos en el Viaje a Israel IJKL 2011. En gematria, la tradición mística de asignar números a las letras hebreas, 18 es el número de la suerte porque equivale a la palabra jai, que significa vida.
Esmerarse por descubrir lo sagrado en lo mundano sin duda le transforma a uno la vida.
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