MOISÉS NAÍM/ EL PAÍS
20 de noviembre 2011- A pesar del desencanto universal con los políticos y la política, hay dos eventos que suelen motivar hasta a los más cínicos o desinteresados. Votar el día de las elecciones es uno de ellos. En todas partes, el porcentaje de la gente que se abstiene de votar es menor que el de quienes en las encuestas previas a las elecciones afirman que no participarán. Pero llegado el día, algo mágico pasa y muchos de los renuentes se ponen en fila y votan. El otro evento mágico que motiva hasta a los más desentendidos de la política es el debate entre los candidatos.
Los debates electorales son una mezcla de teatro político y reality show que, a veces, definen el destino de un país. Es verdad que, con frecuencia, no cambian nada y solo confirman las preferencias que cada quien tenía antes del debate. Pero, a veces, los debates voltean el resultado de una elección.
En estos días han tenido lugar dos debates electorales que no han generado gran repercusión internacional. Uno fue entre los aspirantes a la candidatura presidencial de uno de los partidos políticos más poderosos del mundo. El otro fue entre los candidatos a representar una de las agrupaciones políticas más frágiles y amenazadas del planeta. El primero fue entre los aspirantes del Partido Republicano de los EE UU y el otro entre los aspirantes a representar a la oposición venezolana en su intento de ganarle las próximas elecciones a Hugo Chávez.
El primero me produjo una mezcla de vergüenza y miedo. El segundo me llenó de orgullo y esperanza (nota a mis lectores: soy venezolano y opositor a Chávez). Ambos tienen implicaciones que van mas allá de lo que pasa en EE UU o Venezuela.
El Partico Republicano es antiguo, adinerado, influyente, sabe cómo ganar elecciones y se ve con la clara posibilidad de sacar a Barack Obama de la Casa Blanca el año próximo. Su problema son las ocho personas que aspiran a la candidatura presidencial.
Ya han tenido 10 debates televisados y planean tener 15 más. Los debates han servido para conocerles y lo que se ha descubierto es preocupante: un increíble despliegue de fanatismo religioso (“la homosexualidad es una enfermedad que se cura rezando”), desprecio por la ciencia (“las teorías de Darwin no están probadas”), propuestas económicas inverosímiles (“el déficit fiscal se puede reducir sin aumentar impuestos”), populismo (“voy a abolir dos -¡no, tres!- ministerios”), hipocresía (“el matrimonio y la fidelidad son valores sagrados”), ignorancia (“los talibanes están en Libia”) o flagrantes mentiras (“Obama es musulmán”).
Piénselo: uno de estos personajes podría ser el próximo presidente de Estados Unidos.
Mientras tanto en Venezuela… Una oposición con fama de inepta, corrupta, elitista y golpista se ha transformado en uno de los movimientos políticos más democráticos e inspiradores de América Latina. Planea elecciones primarias (en las cuales todos los venezolanos podrán votar) para elegir al candidato que enfrentará a Hugo Chávez en las presidenciales de 2012.
Hace poco, los cinco aspirantes escenificaron un evento que la gran mayoría del país, los menores de 30 años, jamás habían presenciado: un debate televisado entre contrincantes políticos (el último fue en 1983). Tampoco habían visto a políticos que no tratan a sus competidores como enemigos mortales y sin el derecho de aspirar al poder.
No los vieron proferir los más procaces insultos contra sus rivales. Vieron, en cambio, y por primera vez, que la contienda política no requiere de las brutales tácticas a las que usualmente recurre el presidente Chávez. Comparados con los aspirantes del Partido Republicano los opositores venezolanos lucieron informados, serios, capaces y preparados. Y, en un duro contraste con los estadounidenses, el venezolano que gane las primarias no deberá enfrentar al presidente en ejercicio dentro de un marco institucional democrático sino a Hugo
Chávez dentro del marco institucional que a él le convenga y que él unilateralmente definirá.
Para muchos resultará imposible de creer, pero los candidatos Republicanos, Bachman, Cain, Gingrich, Huntsman, Santorum, Paul, Perry o Romney podrían aprender mucho de líderes que probablemente usted nunca haya oído mencionar: Arria, Capriles, López, Machado y Pérez, los venezolanos que se atreven a enfrentar a Hugo Chávez.
Las crisis mundiales no dejan mucho espacio noticioso para la crisis venezolana. Pero lo que sucedió en Venezuela hace poco es una noticia que merece más atención.
Y lo que no sucede entre los Republicanos también.
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