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«Es culpable de que los principios del nacionalsocialismo sean tan sólidos», «ha estado involucrado en el reclutamiento de judíos para la realización de trabajos forzosos» o «no se detendría ante nada para reprimir el movimiento comunista, al que odia desde los años 20». Estas son algunas de las consideraciones vertidas en los informes de la CIA sobre Theodor Saevecke al término de la Segunda Guerra Mundial. Y eran quizá las más suaves, porque los servicios de inteligencia estadounidenses sabían perfectamente que este oficial de las SS, conocido como «el carnicero de Milán», había estado involucrado en innumerables crímenes de guerra cuando fue reclutado para trabajar bajo sus órdenes hacia 1945.
El momento exacto del comienzo de esta relación no está clara, pero los documentos desclasificados hacen referencia a que ya en 1946 estaba bajo la protección de la CIA y de que, en 1947, había recibido ayuda de esta para que no fuera juzgado por sus matanzas y enviado a prisión en Gran Bretaña.
Hasta llegar a ese punto, Theodor Saevecke había protagonizado una carrera meteórica dentro del Nacional Socialismo. Con 16 años entró en la «Rossbach Freikorps», una organización paramilitar de adolescentes conocida por aterrorizar a los ciudadanos de la República de Weimar. Poco después ingresó en el Partido Nazi y, en 1940, con 29 años, ya era una de las tres personas autorizadas para aprobar las ejecuciones de polacos, rusos, gitanos y judíos en el campo de concentración de Poznan.
Perfeccionando el exterminio de judíos
Su crueldad no se detuvo ahí. En Túnez ayudó a perfeccionar el «suerwagen» (sistema de exterminio con camiones de gas) creado por Walter Rauff y a reclutar judíos para que realizaran trabajos forzosos. Y en norte de Italia poco después, como jefe de la «SIPO» («Policía de Seguridad») y la «SD» («Servicio de Seguridad»), se ganó sobrenombres como el «Verdugo de la Plaza Loreto» o «el Carnicero de Milán» por sus matanzas públicas.
Sin embargo, cuando Saevecke fue capturado a finales de abril de 1945 por soldados estadounidenses, se cuidó de no mencionar su responsabilidad en la matanza de judíos, pero no dudó en contar episodios como el de la Plaza Loreto, asegurando que estaba justificado asesinar a combatientes de la resistencia italiana, a los que consideraba comunistas.
Haciendo oídos sordos a sus informes, fue en este punto cuando Saevecke quedó bajo la protección de la CIA, que lo reclutó para dirigir sus operaciones en Berlín. Los documentos oficiales le atribuyeron pronto logros importantes a la hora de combatir la influencia comunista en la ciudad, obviando todo su pasado criminal: «Saevecke todavía anhela volver a los días en los que el partido (nazi) se encontraba en activo», escribió uno de sus controladores, que después anteponía el hecho de que era el único miembro de su equipo «con experiencia en inteligencia práctica» y «comprensión de los objetivos (de EE.UU.)».
La inmunidad de Saevecke, a prueba
La inmunidad de Saevecke se puso a prueba en 1947, cuando Gran Bretaña quiso juzgarle por los crímenes cometidos en Italia. Y aunque la CIA fue incapaz de evitar su extradición, si supo utilizar su influencia para proteger su agente, que un mes más tarde era puesto en libertad. Saevecke había esgrimido que nunca había pertenecido a las SS, que sólo fue un agente de policía en Berlín. Aquello le valió, a pesar de que los británicos habían supervisado su interrogatorio en Italia, en junio de 1945.
Los servicios de inteligencia de Estados Unidos sabían sin duda que este antiguo oficial de las SS había estado involucrado en crímenes de guerra. De hecho, en 1950, por ejemplo, la CIA en Karlsruhe informó a Berlín de que había sido jefe de la «SIPO» y la «SD» en Milán y que había estado «involucrado en el reclutamiento de judíos para realizar trabajos forzosos», algo que no fue inconveniente para que continuara siendo un agente activo de EE.UU., como demuestra otro informe de agosto de 1951: «Está agradecido de que le hayamos proporcionado una oportunidad de llevar una vida digna en una posición similar a su antiguo puesto de trabajo».
Pero pronto Saevecke se convirtió en una bomba de relojería para la CIA, que no dudó sin embargo en introducirlo en un puesto de autoridad de las Oficina Federal de lo Criminal (BKA). Esto obligó al jefe de la CIA en Berlín, amenazado por la fuente de desprestigio que suponía apoyar a este ex oficial de las SS, a escribir a sus superiores un poco a la defensiva: «Saevecke rechaza todas las atrocidades que se han cometido, y las minuciosas investigaciones de los aliados no han logrado apuntalar los cargos en su contra», aunque añadía todavía se negaba a pedir disculpas por su duro trato a los partisanos italianos.
Cadena perpetua
Saevecke soportó varias investigaciones por su matanza de partisanos, sobre todo a petición de las autoridades italianas, pero lo cierto es que logró estar en activo hasta bien entrada la década de los 60, gracias, sin duda, al empeño de la CIA en ayudarle: «Si su pasado es de alguna manera justificable, se pasarán los informes a los alemanes occidentales con nuestra opinión de que es políticamente conveniente», decían los informes internos.
Pero en 1999, el tribunal militar de Turín, condenaba a Saevecke cadena perpetua por el fusilamiento de 15 miembros de la resistencia italiana en 1944: la famosa matanza de la Plaza de Loreto.
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