SHULAMIT BEIGEL
EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
Aclaratoria: Debo confesarles que la “yo” narrativa de estos artículos de Tiro al Aire no es muchas veces autobiográfica, sino literaria. No hablan directamente de mí, sino de mis fantasías y de mis deseos ocultos. Bajo este antifaz sin embargo, he hecho cosas que no me hubiese atrevido a hacer directamente. Eso es lo bueno que tiene la literatura, que te permite soñar, utilizando mentiras perdonables.
Domingo
Querido diario, he descubierto, desde que llegué aquí, que las palabras más importantes del idioma inglés son las que usa la ciudad de Londres, donde vivo actualmente, para hablarles a sus habitantes: walk, camine; dont walk, no camine; in, entre; out, afuera; push, empuje; look to your right, mire hacia su derecha; be careful with the dog, tenga cuidado con el perro; push the botton, apriete el botón; drop a coin, deposite una moneda; dont smoke, no fume; keep off, que en buen castellano quiere decir lárguese, que yo interpreto como lárguese de aquí y váyase a su país.
Quien no conoce el equivalente de estas palabras en inglés, le conviene no venir a Londres, pues estaría en peligro constante, al igual que yo, de hacer el ridículo o ridículos tan grandes como el de ser atropellado por un coche o un autobús, o ridículos tan pequeños, pero que igual cuentan, como quedarse atorado en una puerta eléctrica o encerrado en un elevador.
Tal y como lo indican las palabras fundamentales que les mencioné, Londres es una ciudad autoritaria, y no admite titubeos como los míos, practicados en el D. F. o en Caracas.
Durante mi primera época aquí, debo confesarte querido Diario, que a pesar de tener frente a mis ojos el letrero de walk, camine, cruzaba la calle temblando y volteando para todos lados, por temor de que entre los conductores se encontrara algún mexicano al que se le ocurriera pasarse el alto. Pero después de algunos años de vivir aquí, como todos los habitantes de esta ciudad, tengo fe en los semáforos, en el orden británico y en la disciplina de los conductores de vehículos, vengan de donde vengan.
Pienso que el orden es una de las razones por las que Inglaterra llegó a ser uno de los países más prósperos del mundo, con muchas colonias, y es también la causa hoy en día, de que a los ingleses les encante viajar a todos lados, hartos de una vida virtuosa y conformista, donde se sacrifican los más pasionales impulsos. Lo que quiero decir es que el orden es conveniente para muchas cosas, pero también es aburridísimo.
Nos afecta los nervios a tal grado, que acaba uno durmiendo diez horas, claro que también está el hecho de que oscurece a las cinco de la tarde en esta época invernal. A las siete de la noche el grueso de la población está en sus respectivas casas, todas igualitas, con sus techos de ladrillo y chimeneas, viendo la televisión y preparándose para trabajar al día siguiente, pero soñando con una vida desordenada, libre, y sin reglamentos.
Por supuesto que el orden no se conserva solo porque haya semáforos y letreros por todos lados. Se necesita un cuerpo armado, equipado y muy numeroso de gente dispuesta a hacerlo respetar.
Lunes
Hace unos días, en que llovió fuertemente, se echaron a perder los no sé cuántos semáforos que hay en la zona circundante de nuestra casa.
Inmediatamente llegaron veinticinco policías uniformados a dirigir el tránsito. No solo eran veinticinco, sino que además llegaron pertrechados con una pistola en el cinto, un garrote, bombas lacrimógenas y teléfono celular, no entiendo porqué. Eran solo los semáforos que se habían dañado…
Martes
Querido diario, ayer por la noche me despertaron las sirenas de los bomberos. Me asomé a verlos pasar, y conté cuatro camiones con escaleras de todos los tamaños. Empecé a imaginarme que algún edificio enorme estaba en llamas, con gente arrojándose por las ventanas, como en las películas norteamericanas. A esta imagen se superpuso otra (de otra película gringa), un edificio donde vivían latinos, quemándose, y los muros desplomándose en un verdadero infierno. Pero de repente me di cuenta de que había muy cerca de mí un olor a quemado. No entendía por qué. Las sirenas de los bomberos ya habían enmudecido. Oí el ruido de los camiones acomodándose para irse. El olor a quemado aumentó. Las dos imágenes anteriores de mi imaginación cinematográfica fueron tragadas por una tercera: ¡mi cocina!… mi cocina estaba casi en llamas por haber olvidado el bistec en el sartén.
Una alarma escondida que desconocía, sonaba y sonaba. Pánico, no sabía cómo se apagaba. Me vestí en catorce segundos y medio y salí de la casa, yo que siempre lo hago lentamente quejándome de un lumbago que de repente ahora había desparecido. En la calle todo se encontraba en orden. El edificio no estaba ardiendo como suponía. En la esquina un señor hindú se encontraba comprando un fish and chips, ese pescado enharinado que se fríe como en un litro de aceite y papas fritas, que a los ingleses les enloquece. La gente caminaba como si nada, sin ver que mi corazón estaba: pum, pum a millón.
Llegué a la esquina. Un pub, como se llaman aquí las cantinas, en la planta baja de un edificio de cuatro pisos, había sido el lugar del siniestro episodio. Algunos bomberos con máscaras anti- gases estaban forzando una puerta, que finalmente cedió. Un solo bombero se atrevió a entrar al local incendiado y roció las llamas con un extinguidor. Final del incendio. Definitivamente, NO como en las películas, pensé. Nada es como en las películas. Desde la ventana del primer piso de una casa vecina, un hombre con cara de chino se asomaba para ver la maniobra, mientras regaba sus geranios. Al ver que el incendio había terminado, cada quien regresó a sus ocupaciones. Final de la película. Todo mundo frustrado… Yo entre ellos.
Miércoles
Querido diario:
No vayas a creer que aquí todo es orden. En el otro extremo del espectro de esta sociedad inglesa, está el desorden. Los jóvenes, que después de que durante quince años se han lavado las orejas con cepillo y han ido a la peluquería cada viernes, asistiendo a clases con uniforme formal, chaqueta y corbata, dejan de hacerlo: se dejan crecer el cabello, y se visten con ropa de segunda mano que compran en los charities, esas maravillosas tiendas humanitarias sin fines de lucro, que se encuentran por todo el país. Nunca la lavan o muy pocas veces, andan con zapatos sport que de blancos se han convertido en grises, con los cordones sueltos; algunos van drogados o borrachos, y se reúnen por las tardes en los pubs para beber cerveza tras cerveza. Las mujeres se casan muy jóvenes, y se las ve cargando chamacos en la espalda o el pecho como si procedieran de los países que ellos llaman “subdesarrollados”. Conversan con árabes en alguna esquina. Los policías las miran de reojo.
Jueves
Querido diario:
Personalmente no puedo decir que entienda a los ingleses, pero en el fondo los respeto. Lo único que me da desconfianza es su dieta. Comen puerco en la mañana, con huevos y frijoles, fish and chips al mediodía, y beben desde el atardecer sin parar cervezas de no sé cuantos litros. Además, todos sin excepción se la pasan mirando en la tele ese juego incomprensible para mí llamado criquet.
Viernes
Querido diario, creo que hay muchos hindúes, paquistaníes, polacos, somalíes, y chinos en esta ciudad pues los veo en cada rincón. No sé qué religión profesan, pero yo a los budistas, los que están vestidos de blanco en las algunas esquinas, no los respeto. Primero, porque no entiendo su pronunciación, y luego, porque se la pasan pidiendo limosna.
Sábado
Querido diario. Estoy feliz. Salgo mañana para Caracas. La ex Imperio de la Reina no es para mí. El libro de “Alicia en el País de las Maravillas”, lo leí hace tiempo y no me gusta la reina de corazones rojos. Estoy demasiado despierta y hace tiempo que dejé de soñar.
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