EL INFORMADOR / EUGENIA COPPEL
2 de diciembre 2011- “La historia de Apología del Lápiz empezó con un lápiz”, contó su autor Arnoldo Kraus, “si no el primero, si el primero que guardé. Después vino el segundo, luego el tercero y así, hasta llegar al que ahora uso. El cual por cierto, es un regalo de Vicente Rojo”.
Y es que en este ensayo escrito por Kraus, dedicado a ese inigualable objeto que es el lápiz, participó también el pintor mexicano Vicente Rojo, lo que dio como resultado un pequeño libro donde se funden la literatura y la plástica. “Un libro que es una conversación entre Arnoldo y Vicente, entre el tiempo, los recuerdos y el presente, y que uno siempre querrá tener junto a la mesita de noche, porque es un libro para atesorar y guardar muy adentro de nosotros”, expresó la escritora y editora de Conaculta, Laura Emilia Pacheco.
“Este libro es un canto de amor al cuidado de la vida”, comenzó Rojo, “en el que Arnoldo ejemplifica su visión de que ayer es viejo y hoy pronto será ayer, con las aventuras, la intimidad, el ritmo, el calor y la huella que puede dejarnos siempre el lápiz”.
“Pero el lápiz no es tan simple”, continuó leyendo el pintor, “más bien es muy complejo o ambiguo, pues si es cierto que con él se puede escribir, también es cierto que con él se puede borrar. ‘La goma es fundamental’, dice Arnoldo, ‘quien no borra carece de autocrítica.
Quien no borra no ha leído a Mark Twain, quien dijo: los libros se escriben con la parte trasera de los lápices’”.
En este homenaje al primer instrumento de escritura de la mayoría, el autor y médico Arnoldo Kraus cuenta que, como es natural, sus lápices han ido empequeñeciendo: “Incapaz de desprenderse de ellos, Arnoldo los guarda en las cajas que amorosamente llama melancolía y nostalgia.
A veces las abre, con frecuencia mira los lápices y los acaricia con tristeza. Anota: el más chico mide 3 cm y el mayor alcanza los 4. Y se pregunta ‘¿hablan los lápices?’ y se contesta: ‘con los lápices se entra y se regresa a la vida’”, siguió leyendo Rojo.
Kraus también se basó en un texto escrito por él para referirse a su libro, pero también a la sencillez de su amigo Vicente Rojo, a quien llamó un maestro de la gran sabiduría de la humildad.
“El lápiz no requiere ninguna apología. Tampoco necesita defensa alguna tiene como muchos objetos o cosas, vida, historia, y un papel en el devenir de los seres humanos”, comenzó.
“Las palabras tienen otra cadencia y otro sabor cuando se escriben con lápiz. Observarlas y manipularlas durante unos minutos, o un tiempo cualquiera, es un regalo y un reto. La palabra escrita con lápiz y después borrada, deja huellas. La que se elimina en las computadoras con la tecla suprimir, no deja rastro”.
“Conforme el lápiz se achica se vuelve más cercano. Cuando es imposible coger el lápiz entre los dedos, afloran los recuerdos: dónde se compró, quién lo regaló, qué se escribió con el lápiz. Los lápices pequeños imposibles de utilizar, contienen recuerdos y son testimonio de uno de los tiempos, del quehacer de la vida, de las deudas, de las alegrías y de las cosas”.
A continuación, Laura Emilia aprovechó a los dos personajes entre los que estaba sentada para provocar un diálogo sobre el libro en el que ambos colaboraron, pero también sobre distintas experiencias personales y creativas.
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