PILAR RAHOLA/ LA VANGUARDIA
Ni Manifestaciones, ni flotillas, ni héroes de mochila, ni boicots, ni artistas indignados, nada.
¿Qué ocurriría en nuestras ciudades si lo de Siria se produjeran un poco más abajo del mapa? Es decir, si en lugar de un dictador árabe masacrando población árabe, as usual en la zona, fuera un ramalazo del conflicto árabe-israelí, ¿qué pasaría por estos lares? Las calles se llenarían de chillones propalestinos pidiendo la excomunión de Israel, algunas universidades plantearían boicots, los sospechosos habituales del artisteo harían vídeos de proselitismo, y en las esquinas de las conciencias se instalaría la idea –vieja idea– de que los judíos son el problema del mundo. Y todo ello ocurriría con unos parámetros que nada tienen que ver con la situación de los otros países.
En Israel nadie masacra en las manifestaciones, no hay un dictador matando a su población, y el complejo conflicto bélico de décadas es alimentado ad eternum por los países vecinos, interesados en que la guerra contra Israel no se acabe nunca. Incluso por tener, hasta tiene una amenaza de Irán de destrucción masiva. Y sin embargo, y aunque caigan misiles a diario sobre su población, se rearmen grupos fanáticos en su sur y sufra el acoso de todo un ejército islamista en su norte, cuando Israel tira una sola bala, nuestras calles gritan su indignación. Nunca tuvo derecho a defenderse y, para muchos, tampoco tiene derecho a existir.
Pero cuando los muertos caen bajo las balas de los viejos amigos de la Internacional Socialista, esos que hace dos días eran considerados libertadores de los pueblos, ¡qué poderoso silencio! Por supuesto, al día siguiente de que caigan derrocados, todos levantarán su voz contra el tirano y olvidarán sus viejas complicidades. ¿No fue un ataque de amnesia el que tuvieron algunos con Mubarak, meses antes gran amigo del socialismo mundial? ¿Y con Ben Ali? Y hasta con Gadafi, que se paseó por la Castellana con jaima incluida. Y por supuesto Siria, la gran aliada del bloque soviético, “el paraíso de la lucha de los pueblos del tercer mundo contra el imperialismo sionista y yanqui” –aún tengo vivos los panfletos al uso de la izquierda europea–, y cuyas víctimas nunca interesaron. De hecho, el actual presidente sólo hace honor a las matanzas que hacía su padre, con diurnidad y planetaria impunidad. Pero nada. Ni flotillas ni manifestaciones, ni héroes de mochila, ni boicots, ni artistas indignados, nada. No hay lágrimas de los solidarios para los muertos de Siria, porque se secaron todas llorando contra Israel. Así, pues, todos estos devotos pancartistas, ¿dónde sitúan el eje de su movilización: en el amor a unos o en el odio a otros? Porque si fuera amor a los pueblos oprimidos, tendrían mucho trabajo en la zona antes de llegar a Israel, empezando por Siria e Irán, bajando a Yemen o Arabia y así ir protestando. Sin embargo, sólo existe Israel, lo cual nos dice mucho de sus prejuicios y todo de su enorme hipocresía moral.
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