JOSÉ KAMINER TAUBER
“Aún esclavo y desposeído has nacido hijo del Rey“, se dice sobre cada judío. Como consecuencia de nuestro glorioso pasado, nos vemos obligados para defender nuestros ideales y conservar nuestra identidad, no con la fuerza ni el poder, sino con nuestro espíritu.” Después de tres años de combate contra fuerzas muy superiores, los macabeos desalojaron a los griegos-sirios de Judea, por eso Janucá es la festividad de la celebración de esta victoria y la purificación del templo en Jerusalén que es declarada en el mensaje del profeta Zacarías: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu.»
Estas palabras del profeta Zacarías que leemos en la Haftará del Shabat de Janucá, nos recuerdan que a pesar de las continuas persecuciones de las que hemos sido víctimas durante todas las épocas, existe algo más allá de la espalda del Macabeo, más allá de la mano que sostiene el arma en nuestros días; existe el Espíritu Divino que acompaña al pueblo de Israel cuando éste demuestra su amor y entrega al Todopoderoso. Janucá representa la entrega y la valentía de los judíos por conservar su legado espiritual (la Torah), su culto y servicio a D–s. Este legado que estamos obligados a conservar, enriquecer y revitalizar día tras día, nos asegura la supervivencia como entidad nacional y religiosa.
Cada vez que encendemos una vela, tenemos el potencial de encender la luz que tenemos la capacidad de ser. “Cada uno debe saber y entender que dentro nuestro arde una vela y que no hay vela idéntica a otra y que no hay ser humano sin una vela. Por eso, todos deben saber y entender que tenemos la obligación de trabajar duramente para revelar la luz de nuestra vela en el terreno público para el beneficio de muchos. Necesitamos encender nuestra vela y hacer de ella una gran antorcha que ilumine a todo el mundo”.
Incluso más allá de las velas, la luz está siempre presente en nuestra experiencia como judíos. En Isaías 49:6, D–s dice: “pues Yo te pondré [a ti Israel] por luz de las naciones”, para que la salvación de D–s llegue a los confines de la tierra. Nosotros, como comunidad, tenemos la capacidad de traer luz, esperanza, a todos los pueblos del mundo. Siempre se nos recuerda que debemos ser la mejor persona que sepamos ser, que debemos tender una mano a los demás, ser una luz. Cuando entramos en una sinagoga, encontramos la Ner Tamid (Luz Eterna) sobre el Arón haKodesh (Arca Sagrada). Esta luz, que nunca se extingue, brilla como símbolo de la eterna e inminente Presencia de D–s en nuestra comunidad y en nuestra vida. Somos creados be tzelem elohim, (imagen de D—s). Así como D–s está representado por la luz de Ner Tamid (El milagro eterno), se nos recuerda, a cada uno de nosotros, que debemos ser una luz.
¿Por qué encendemos la Janukiá después de oscurecer? Nuestras leyes establecen que se haga así, para que el alma judía no se desespere ante la oscuridad y recuerde que sólo basta un poquito de luz para disipar mucha oscuridad.
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