SHULAMIT BEIGEL
No sé por qué este año la Navidad, Januca y las fiestas de Fin de Año que se acercan, me fastidian más que nunca. Pensando en esas comilonas, cuando trato constantemente de ponerme a dieta, o será por los derroches económicos cuando definitivamente existe una crisis económica mundial.
Pero sé que cuando me pregunten los amigos que cómo me fue en Cancún o en Machu Picchu al volver de las vacaciones, responderé que muy bien, que sí, que excelente. Seguramente, como todos los años, me callaré con una sonrisa forzada, al escuchar los relatos de mis amistades y familiares que tuvieron más suerte que yo, o por lo menos así se lo creen, contándome acerca de sus maravillooosaaaas vacaciones, mientras yo quiero quejarme pero no me atrevo.
A nadie le gusta confesar que no le ha ido bien. Todo esto me lleva a hablar de un tema que me tortura, el de los regalos.
Desde hace tiempo pienso que el tema del “arte” de regalar se ha echado a perder, por no decir se ha pervertido a lo largo de los años, a medida del crecimiento de la publicidad comercial y de todos esos medios de coerción mercantil que nos obligan a consumir.
Pienso que antes se regalaba por el placer de regalar y hoy en día se regala por la obligación de comprar, la obligación de dar y recibir ciertas mercancías, determinados productos, no regalos, productos. Es como si todo fuera una técnica científico-social y no un placer.
No es que en el pasado no se haya regalado, pero mi memoria me dice que se hacía de otra manera.Y esto me lleva a hablar de mis recuerdos de niña y adolescente tanto en Israel como en México, donde lo esencial en las fiestas como Janucá, por ejemplo, era la convivencia misma, y que se fue trasformando a través de los años. En Janucá se gratificaba a los niños con sufganiot y un sevivón. Una gran alegría. Todo esto ha sido sustituido por una campaña comercial que abarca en realidad a todas las sociedades, y que nos ha convertido a nosotros, simples mortales, en compradores obligados.
Regalar en un cumpleaños o una boda es hoy en día una obligación social, cuando antes era un placer. Y este consumismo, en vez de molestarnos, nos gusta, y por lo tanto, no nos damos cuenta de que somos víctimas del sistema económico, sino que más bien participamos felices en esta locura del comprar.
Personalmente pienso que no nos damos cuenta que toda esa presión comercial ha matado el placer imaginativo del elegir qué dar, forzándonos de cierta manera a regalar lo que el mercado nos ofrece, siendo que esos “productos” , todo el mundo sabe cómo son y cuanto cuestan. Le compro unos Adidas a mi nieta, y ella sabe exactamente su precio, qué modelo es, etc.
Con ello se suprime todo lo que hay de creativo, de mágico, en el acto de regalar.
Si encuentro por ejemplo un libro que a mí me gustó cuando yo era adolescente, y esto es lo que le regalo a mi nieto, seguramente me dará las gracias, pero inmediatamente se quejará ante sus padres por haber recibido algo que no le interesa.Por un lado, las fiestas en general implican cariño, amor, pero en realidad, si prendemos la tele y vemos lo que se nos ofrece para comprar en ellas, veremos que se nos ofrecen frases tontas con imágenes deslumbrantes, destinadas a convencernos acerca de las maravillas de esto o aquello, muchas veces cosas que no necesitamos.
Dónde han quedado aquellas personas, que al igual que yo, buscan un álbum de timbres que mi sobrino seguramente nunca abrirá, algún libro antiguo, que es verdad, solamente me costó dos libras esterlinas en alguna librería de libros antiguos que anduve no sé cuántas horas para encontrar, cierta artesanía mexicana, que aunque no tenga la seguridad que sea original, es hermosa. Todos estos regalos que me esforcé en buscar para sorprender y alegrar y conmover la sensibilidad de aquel o aquella para quienes iban destinados, no valen nada en realidad, porque no son apreciados.
Estoy invitada a una boda y me siento obligada a comprar un regalo caro y de utilidad, que le “sirva” a la pareja, y si no lo encuentro o no sé qué tienen ya, debo darles un cheque. Esto me parece un insulto al arte de regalar.
Hace un año le compré a una amiga en su boda un DVD, pensando que con ello quedaría más que complacida. Al regresar de su luna de miel me llamó y me dijo: “No te lo tomes a mal, pero tu regalo me pareció una ofensa, pues ¿qué crees, que David y yo no podemos comprarnos uno y hasta mejor?”
Pienso que lo peor de todo en esta era comercial está relacionado con los niños. Ellos saben exactamente la marca y el precio del juguete o la ropa que quieren que se les regale, y si se les compra “lo mismo”, pero no de marca, o con una marca “no tan buena”, se decepcionan y la relación entre el que regala y el que recibe se estropea de algún modo.
¿Podemos salirnos de este círculo de regalo obligatorio? No lo creo.Llegué a Venezuela hace unos días trayéndole a una niña, cuyos padres no tienen medios para comprarle regalos de navidad, una muñeca que yo consideré que le gustaría. Cuál no sería mi sorpresa cuando Erika, que así se llama, me miró con tristeza y me dijo que ella quería una muñeca que llora con lágrimas de verdad, activada por mecanismos electrónicos para efectuar el llanto, un invento chino supongo.
Pienso que el mundo no es como debiera ser. Tal vez sea la edad. Mí edad. He tenido que ceder y he comprado muchísimos regalos que considero “deshonrosos”. Regalos idiotas, que además yo sé que me los agradecerán sólo por lo que me costaron.
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