Para un simple judío como este escribidor, ocasionalmente suceden cosas, presencia actos de voluntad que en su sensibilidad hacen que reflexione, como si no fuese suficiente la vorágine de sentimientos y deseos que su mente acumula, algunos reprimidos, otros vertidos sobre la maquinita electrónica.
“Papá – dice una hija al otro extremo de la línea telefónica – Isaac emigra a Israel, se va de aliyah”.
Las ideas se detienen. La mezcla de alegría y confusión se junta con los recuerdos. No se te ocurre nada para decir, nada que valga la pena, que contribuya a enriquecer el momento, sólo atinas a balbucear: “¡Felicidades, hijita! Ya sabes, lo que necesites…aquí estamos”.
Cuelgas y tu mente queda en blanco. Buscas donde sentarte. Sientes que una nube arrastrada por un viento agridulce empieza a volverte a la realidad, pero como en todo relato, inicias con los antecedentes, con tu Historia, con lo vivido: “¿Cómo llegamos hasta aquí?” El recuerdo del nacimiento de Isaac, los graves problemas que lo hicieron llegar hasta un hospital de niños en el extranjero, la angustia de sus padres y toda la familia. La visita a la sinagoga de Boston – mero pretexto para rogar a D-os por la salud del muchachito, mismo que fue escuchado.
Como buenos padres judíos, la pareja sacó adelante a Isaac como lo hizo con su hermanita, otro de mis orgullos de abuelo. La vida sonríe – a veces con burla – y alegra, pero también pone condiciones.
Medio, distancia, sentimientos, obstáculos, decisiones que cambian vidas y circunstancias, pero sigue. Amistades que fueron y ya no lo son. Logros que no permanecen, que cambian por pequeños fracasos. En medio de todo ello, los hijos se desarrollan. Los padres, que no cursamos la carrera paterna, la que enseña cómo serlo, limitados como somos, procuramos lo que creemos mejor para ellos, sea por herencia o por instinto.
Como decimos los “viejos”: ¡Cuán aprisa pasa el tiempo! En cada pausa del camino advertimos que esos que eran chiquillos ya son mujercitas y hombretones sólidos, fuertes y claro, inteligentes por herencia, no faltaba más. Dentro de esa tormenta de recuerdos y realidades, tu mente viaja hasta llegar a los otros herederos de tu nombre y vuelves la mirada a D-os. ¡Gracias por todo!
Especialmente porque me dejaste llegar hasta aquí y contemplarlos, aunque sea “de lejecitos” y darme cuenta que son vidas buenas, plenas de ilusiones y fortaleza. Isaac se va. Ceremonias íntimas y públicas de por medio enmarcan su decisión. “No seas cursi, Salomón. Ya viste cuántos otros tomaron la misma ruta y cómo han tenido éxito”.
Sí, ya sé. También sé lo que es Israel porque lo viví y lo vivo, pero no puedo dejar de pensar en mi México. Tanto que tiene, tanto que ofrece. Ahí está, al alcance de todo aquel que quiera “echarle ganas”. Aquí naciste, estudiaste, trabajas, tuviste hijos, gozaste. ¿Qué te falta? “¿Y por qué mi nieto Isaac emigra? ¿No tiene derecho a hacerlo? Está al comando de todas sus facultades, quiere saber lo que hay del otro lado del mundo, que también es suyo”.
Mira: los judíos del mundo somos como una pequeña gran familia, parte de ella ubicados en la Tierra de los Ancestros; otra, esparcida por todos los rincones, pero todos emanados de una gran raíz de la que no queremos desprendernos. “Por eso. Déjalo ir, que busque y encuentre su destino. Recuerda lo que alguna vez – de las pocas que hablaste con él intercambiando más que monosílabos – lo escuchaste decir: “a mí lo que me interesa es el futuro, no el dinero”. Pero, Isaac, el dinero no lo es todo, pero calma los nervios, agregaste riendo”.
“Mira abuelo” – me dijo – “quiero estudiar, quiero ir a servir al ejército, quiero encontrar gente nueva, quiero…”
“Está bien, quiero, quiero, quiero, pero ojalá no sea flor de un día, amiguito” – le contestaste: además, “te pones abusado”, aprendes el idioma, las costumbres, la manera de relacionarte con la gente, y algo muy importante: sabes bien que a tu abuelo le encanta la comida mexicana, la fruta, y las costumbres mexicanas. Necesitarás ajustar tus hábitos. Si un Shabat no hay transporte, o si no puedes cortejar a una muchachita como aquí, vas a tener que “encontrarle el modo”
¿entiendes?
Sus ojos me revelaban lo que pensaba en ese momento: “¡Ah que mi abuelo! Me está tratando como a un chamaquito. Estoy esperando que me pregunte:” ¿Dónde quedó el sionista de mi abuelo, el que escribe tanto a favor de Israel, el de las interminables discusiones a favor de lo nuestro?”
Thelma me hace volver a la realidad, a dejar que la catarata de recuerdos y el cúmulo de ideas se deslicen para dar paso a lo que se debe hacer. Maletas, trámites, consultas, documentos, telefonemas, etc. Todo en orden, gracias a mi hija. Miro a Isaac: sólido, fuerte, confiado. “Bueno, cuando menos tiene lo que se necesita para que le vaya bien. En Israel tiene también parte de la familia: tíos, primos, gente de allá. Estoy seguro que tendrá buena recepción y respaldo”.
Despedida. Nada emocionante. Todo sólido, solidario. Miradas que expresan ilusión, anhelos, emoción encontrada. “D-os bendiga tu camino, hijo”.
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