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El salafismo es una corriente fundamentalista extendida por todo en Oriente Próximo, así como entre algunas comunidades musulmanas en Europa, que se basa en una interpretación literal de los textos sagrados musulmanes. Si bien no les gusta que se les asocie al wahabismo, la escuela teológica propia de Arabia Saudí, el salafismo bebe de sus mismas fuentes y su puritanismo no es menos pronunciado.
A diferencia de otros grupos integristas islámicos con una agenda política, tradicionalmente, los salafistas se han caracterizado por su quietismo. La “llamada salafista” es puramente religiosa y tiene como objetivo transformar el “comportamiento desviado” de la mayoría de musulmanes a través de la prédica, y no de la conquista del Estado. De hecho, los imanes salafistas han descrito a menudo la política como una actividad sucia, que corrompe el alma.
Esta apatía política les permitió tejer durante las últimas tres décadas una potente red de mezquitas y organizaciones benéficas con el beneplácito de las dictaduras de Oriente Próximo, que veían en el salafismo el antídoto perfecto contra el activismo de partidos islamistas como los Hermanos Musulmanes. En Egipto, se calcula que los salafistas podrían controlar más de 10.000 mezquitas.
“A los salafistas les permiten emitir desde más de diez canales en Egipto, pero yo y mis colegas de la oposición no podemos ni tan siquiera tener una sola cadena de televisión”, se quejaba un activista laico citado en un cable del Departamento de Estado del 2009 dedicado al salafismo y filtrado por Wikileaks.
La apatía política salafista se borró de un plumazo el pasado 11 de febrero, el día que cayó el dictador. Los salafistas no quedaron al margen de la efervescencia política que conquistó el país en plena Primavera Árabe y aparecieron varios partidos que pretendían canalizar estos millones de votos, como el Nour (“luz”), el Asala (“autenticidad”) o Fadila (“virtud”).
Poderosos altavoces
Los mismos predicadores que otrora desdeñaban la política utilizaron sus poderosos altavoces para llamar a los fieles a las urnas a votar por auténticos musulmanes, no “infieles”. Se despertaba así un gigante que haría temblar el mapa político en Egipto.
Al éxito electoral de la coalición Nour se han sumado declaraciones oscurantistas de varios imanes salafistas, disparando las alarmas entre laicos cristianos, que les acusan de estar detrás de los recientes ataques contra su comunidad.
Por ejemplo, el candidato de Nour Abdel Moneim el-Shahat declaró que las novelas de Naguib Mahfouz, premio Nobel de Literatura y símbolo de Egipto, “promueven las drogas y la prostitución”. Además, otros miembros del partido han sugerido prohibir los bikinis en las playas egipcias y la venta de alcohol, lo que podría dañar seriamente la industria turística.
No obstante, en sus encuentros con la prensa, los líderes salafistas han intentado presentar su cara más amable. “El estado islámico es compatible con la democracia. Nosotros no queremos imponer la ley islámica, sino canalizar la voluntad del pueblo de aplicarla”, explicó a Público Mahmud Fathy, candidato de Fadila en el Cairo. “Pero, si en las elecciones ganan los laicos, lo aceptaremos”,
Según Fathy, que luce una prominente barba, seña de identidad clásica de los salafistas, existe una gran diversidad dentro del movimiento salafista, lo que explica algunas salidas de tono: “El salafismo es una corriente descentralizada y plural, no centralizada, como los Hermanos Musulmanes”.
Sin embargo, los liberales egipcios desconfían de estas buenas palabras y se fijan en sus actos. Como, por ejemplo, poner en el último lugar de sus listas a una mujer porque es la cuota mínima a la que obliga la ley. Además, en sus carteles no incluyeron las fotos de sus escasas candidatas, todas ataviadas con el velo integral.
La gran pregunta que se hacen los expertos es hasta qué punto el éxito del salafismo arrastrará a los Hermanos Musulmanes, sus competidores dentro del espectro ideológico islamista, hacia posiciones más radicales. De la mano de Karl Rove, ese fue el efecto en el Partido Republicano de Estados Unidos del despertar político de millones de evangélicos.
Influencia limitada
El analista Issander Amrani cree que su influencia será limitada y que la analogía más certera es con el Shas, el partido ultraortodoxo israelí: “Puede que se centren sólo en un grupo de asuntos concretos… como influir en la educación, en la producción cultural o las leyes de familia”.
De momento, los líderes de los Hermanos Musulmanes han hecho oídos sordos a los cantos de sirena salafistas, que les proponen una coalición para dominar el Parlamento. Su posición es que el futuro Gobierno debe integrar todas las corrientes ideológicas, incluida la laica.
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