COMUNIDAD JUDÍA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
El estado alemán de Baviera, propietario de los derechos de ‘Mi lucha’, lleva a juicio al dueño de la librería Europa por publicar la obra sin consentimiento.
Adolf Hitler ha metido en un lío judicial a un neonazi español. Pedro Varela Geiss, el librero barcelonés encarcelado por difundir ideas genocidas, se sentará de nuevo en el banquillo de los acusados. Pero esta vez no lo hará por vender libros que menosprecian a negros y homosexuales; tampoco por decir que el Holocausto fue un “mito” de “seis millones de pastillas de jabón”. Varela, que en su discurso victimista ha llegado a compararse con Jesucristo y Juana de Arco, está imputado por algo más prosaico: vulnerar la propiedad intelectual por editar y distribuir el Mein Kampf, la biblia del nacionalsocialismo.
Varela confeccionó su propia edición de Mi lucha y vendió un número desconocido de ejemplares a lo largo de los años en la librería Europa, que el año pasado fue asaltada y destrozada por una veintena de jóvenes “antifascistas” y que permanece abierta al público. Pero la actividad del librero topó con el Estado Libre de Baviera, el land alemán que posee los derechos de autor de la obra hasta 2015, cuando se cumplirán 70 años del suicidio del führer en un búnker de Berlín.
El Estado de Baviera es propietario de los derechos de autor de Mein Kampf.
“Hitler fue residente de Múnich hasta su muerte, y por esa razón Baviera se convirtió en la dueña del copyright de su obra”, explica, desde la capital bávara, la doctora Edith Raim, del Instituto de Historia Contemporánea. El abogado del librero, Fernando Oriente, añade: “Las fuerzas de ocupación confiscaron las propiedades de Hitler” y las entregaron a la recién creada República Federal de Alemania. “Los herederos legales de Hitler reclamaron esos derechos de autor, pero su demanda ni siquiera fue admitida a trámite”, matiza.
En febrero de 2009, el consulado alemán en Barcelona -situado a escasos 350 metros de la librería Europa- decidió poner fin a los negocios de Varela a costa del Mein Kampf e interpuso una querella contra él por un presunto delito contra la propiedad intelectual. La juez archivó inicialmente el caso, pero el fiscal de delitos de odio y discriminación de Barcelona, Miguel Ángel Aguilar, recurrió el archivo. La Audiencia de Barcelona le dio la razón y ordenó seguir con la investigación, que está prácticamente concluida.
El fiscal Aguilar quiere saber ahora cuánto dinero se embolsó Varela por las ventas de Mi lucha, una de las obras requisadas por los Mossos d’Esquadra en 2006, cuando irrumpieron en la librería y arrestaron a Varela. Aunque el estado de Baviera no reclama una cantidad en concreto por los perjuicios -no se ha personado en la causa, pese a que denunció la situación- el librero puede acabar desembolsando una importante cantidad de dinero si es condenado, según fuentes judiciales. “Es una cifra importante, sí”, admite su abogado, sin más detalles.
Tras aclarar el beneficio, la fiscalía solicitará pena para Varela. El Código Penal castiga con hasta dos años de cárcel el delito contra la propiedad intelectual, cuatro si “el beneficio obtenido posee especial trascendencia económica”.
Pero Oriente pone en duda la legitimidad de Baviera para reclamar derechos de autor. “Hay sentencias contradictorias en Italia y Suecia, es un asunto complejo”, razona. El abogado lamenta que se reclame a Varela, pero no “a otras librerías generalistas que venden el libro sin ningún problema”. “Supongo que es por ser quien es”, añade. En Alemania, aclara Raim, “está prohibida la publicación del Mein Kampf, pero no su posesión”.
La obra de Hitler es uno de los títulos que un juez ordenó destruir tras la condena a Varela a 15 meses de cárcel. El librero no ha eludido la prisión por reincidente -había sido condenado antes por un delito similar- y está previsto que quede en libertad el próximo marzo.
Él se siente víctima de una persecución y sus seguidores piden dinero para ayudarle porque “toda verdad necesita de alguien que la proclame”. E insiste en presentarse como un simple librero -“¿A quién pregunto yo qué libros puedo vender, dónde está el inquisidor?”, lamentó en el juicio- por más que escondiese, en el almacén de su tienda, un busto de Hitler esculpido en los años del nazismo
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